Shen Yuan II

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Capítulo VII

Shen Yuan II

En aquel año de Qingtai, Madame Cheng vio a Shen Yuan llegar al burdel. Fue un poco triste y un poco gracioso ver a un joven tan delgado y bonito ser tratado como un criminal y que, dicho joven se mantuviera arrogante, digno y majestuoso en su andar.

Dos guardias imperiales vigilaban a Shen Yuan y lo apresuraban cuando lo veían caminar más lento de lo normal. No estaba esposado o restringido, pero considerando lo frágil que se veía el muchacho, Madame Cheng supuso que los guardias lo consideraron innecesario. Shen Yuan se quejó con la mirada cada que le gritaron o lo empujaron, pero no se atrevió a decir ninguna palabra en su defensa. Madame Cheng tampoco se atrevió a pedir piedad en nombre del otro y se quedó dónde estaba, esperando a que los guardias y Shen Yuan se acercaran.

Días atrás, Madame Cheng recibió un edicto imperial. El Emperador más nuevo le ordenó recibir en su burdel al último miembro de una familia que fue sentenciada a un exterminio de nueve generaciones. Madame Cheng fingió todo el tiempo que no era consciente de que la familia que el edicto mencionaba era la familia Shen y que la gente decía que la familia no murió por traición, sino porque el Emperador recién coronado tenía reservas respecto a cualquiera con demasiado poder.

Madame Cheng tenía que retener a Shen Yuan por tres años. Luego de tres años, Shen Yuan podría ser vendido al mejor postor o recuperar su libertad.

Ah, tres años. ¿Recuperar la libertad después de tres años? ¿Qué no vio Madame Cheng en todos sus años como dueña de un burdel? Ella sabía que los exámenes imperiales se llevaban a cabo cada tres años. Después de tres años Shen Yuan ya no tendría la reputación que se necesitaba para ser un funcionario, todo mundo sabría para ese momento que fue reducido a una cortesana y que la familia que lo vio nacer ya no existía.

Madame Cheng se dio cuenta de que, aunque el castigo parecía suave, en realidad, el Emperador estaba condenando a Shen Yuan a la muerte. No era la muerte física, sino la muerte social, y ¿no eran, acaso, las dos igual de difíciles de soportar?

Shen Yuan vino en aquel año de Qingtai y Madame Cheng sólo vio un niño que tuvo la mala suerte de cargar con el peso de nacer en una familia tan sobresaliente que despertó la envidia de los que se llamaban a sí mismos dragones.

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Madame Cheng se vio en la necesidad de poner a Shen Yuan en la habitación más alejada y solitaria del establecimiento. No podía darse el lujo de tener a un hombre cerca de varias mujeres. En especial, si dicho hombre tenía una apariencia tan agradable a la vista.

Shen Yuan no emitió ni un solo sonido mientras era dirigido por Madame Cheng hacia su nueva habitación. El niño miró todo con un puchero y un gesto de condescendencia, expresando su mal humor con sus pasos pesados y sus expresiones desdeñosas.

Madame Cheng miró a Shen Yuan de vez en cuando y suspiró para sus adentros, pensando que de nuevo se encontraba con otra belleza lamentable. Ya ni siquiera sabía con certeza cuántas mujeres bonitas y hombres hermosos vio desfilar por los pasillos de su establecimiento. Las mujeres por lo general se las arreglaban cuando se casaban y daban a luz a un niño. Incluso si el amor de su esposo se terminaba, si eran lo suficientemente astutas, tendrían a sus hijos para que las cuidaran en su vejez. Se podría decir que las mujeres se resignaban a su destino.

Pero los hombres no se conformaban. Los hombres que llegaban a estos lugares como esclavos forzados no agachaban la cabeza y con frecuencia perdían las ganas de vivir luego de fingir sumisión y ver cómo su honra era pisoteada una y otra vez. Muchos de ellos se colgaban de las vigas y otros morían luego de huir y no poder acostumbrarse a los pocos trabajos pesados que se les ofrecían.

Lirios salvajesWhere stories live. Discover now