Luo Binghe y Shen Qingqiu

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Capítulo X

Luo Binghe y Shen Qingqiu

Luo Binghe todavía recordaba sus años como discípulo de forma vívida. Evocó el interminable abuso al que lo sometió su Shizun, desde su estadía en la leñera que nunca lo protegió de los inviernos crudos y de los veranos húmedos y el té vertido sobre su cabeza, hasta la falta de comida y el ardor en sus rodillas por pasar horas inclinado luego de ser castigado. Shen Qingqiu siempre estuvo ahí, recordándole que no era nada más que una bestia que no merecía ni una pizca de piedad.

También tenía en mente aquella pelea que tuvo en otro mundo, con un Luo Binghe más débil y que, sin embargo, era sostenido con cuidado y amabilidad por un Shen Qingqiu que hablaba y se movía con suavidad. Rememoraba a ese Shizun que regañaba con indulgencia, preocupación y ansiedad.

Uno creció con un Shen Qingqiu envidioso y rencoroso, el otro creció con un Shen Qingqiu gentil y afable. ¿Por qué uno tenía derecho a vivir una vida cómoda y el otro se enfrentó al sufrimiento en carne viva? Luo Binghe todavía recordaba lo indignado que se sintió cuando revisó los recuerdos del Shen Qingqiu amable y todo lo que vio fue a un maestro dispuesto a proteger a su alumno, a un maestro que sonreía con diversión mal disimulada y consolaba al Luo Binghe que lloraba como una doncella agraviada.

Aquella cabaña rodeada de bambú que simulaba el fin del mundo, en donde sólo dos tenían cupo, hizo que Luo Binghe tuviera envidia. Por un momento, entendió lo que sintió el Shen Qingqiu cruel cuando veía a otros teniendo lo que él no podía tener.

Sus esposas nunca se atrevieron a curarlo después de una batalla, a enfrentarlo e ignorar su mal humor una vez que descubrieron que era un hombre vengativo, que menospreciaba a los otros, que disfrutaba de humillar si eso significaba que nunca volvería a los días en los que fue un perdedor al que todos pisoteaban. Le temían al Emperador que no tenía reparos en exigir total atención como el niño egoísta y ambicioso que siempre fue. Ni siquiera Ning Yingying, su primera esposa, poseía suficiente aplomo.

Sólo aquel Shizun lo obligó a acostarse, lo regañó y lo curó como si no fuera nada más que un cachorro de patas grandes, tonto, torpe y terco, lleno de energía, que se había lastimado en sus aventuras diarias.

El destino, en un giro cruel, nunca le permitió volver a ver al Shizun amable. El Shen Qingqiu con el que se encontraba en cada renacimiento siguió siendo el mismo hombre despreciable que lo crio en su primera vida. Hubo vidas en las que contempló obligar al Shen Qingqiu cruel a actuar como ese Shen Qingqiu suave. Hubo vidas en las que se preguntó si no sería mala idea introducir su sangre en el cuerpo de su Shizun y utilizarlo como una marioneta para cumplir el sueño de verano que inició y terminó antes de que pudiera hacer algo al respecto para alargarlo. Sin embargo, al final desistió.

Quería a ese Shen Qingqiu que se paró a lado de Luo Binghe por su propia voluntad, que se negó a dejar atrás a su discípulo torpe y sensible y que ignoró cualquier promesa que se le hizo porque en cambio prefería seguir a un Luo Binghe claramente inferior en poder, porte y experiencia.

Luo Binghe, nunca olvidaría a su Shizun, al primero de todos, al que torturó de todas las formas posibles y jamás mostró signos de arrepentimiento. Hasta el final, Luo Binghe, para él, fue una bestia que desafortunadamente sobrevivió. El único instante en el que Shen Qingqiu dio señas de romperse, fue cuando lloró sin llorar la muerte de Yue Qingyuan. Shen Qingqiu no se rompió por la mutilación sufrida, sino por la idea de que sus actos llevaron al líder de la Montaña Cang Qiong a la destrucción. Esa fue la única vez en la que Luo Binghe vio señas de los sentimientos de Shen Qingqiu, pero ni siquiera estaban cerca de ser los dóciles y plácidos sentimientos que el otro Shen Qingqiu parecía poseer.

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