Luo Binghe

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Capítulo VIII

Luo Binghe

Luo Binghe fue un emperador que pasó a la historia por distintos motivos. Algunos de esos motivos fueron buenos, otros no tanto. Los historiadores contaron su vida de distintas maneras, unos escribieron relatos fieles y otros engrandecieron sus hazañas. Luo Binghe a menudo se encontró con libros que contaban sus aventuras exagerando los detalles y los números de bestias o rebeldes a los que se enfrentó.

Fue un emperador odiado y amado, en igual proporción. Su nacimiento humilde y herencia demoníaca, fueron motivo de discusión durante todo su reinado. Nadie esperaba que la alimaña que un día fue pisoteada por todos, se convirtiera en un dragón sin igual que surcaba los inmensos cielos sin temor a los dioses.

Su enorme harem fue otra de las razones por las que fue famoso. La gente hablaba con asombro o envidia sobre la gran cantidad de mujeres que coleccionaba y metía en su palacio cada cierto tiempo. Bellezas en todas sus formas y colores transitaron los pasillos de la Ciudad Prohibida, el ruido nunca cesó y las risas que sonaban como campanas tintineando se escucharon por todos lados. Nadie dijo nada sobre la vida derrochadora que vivió. Luo Binghe estaba acostumbrado a salir en busca de tesoros, cada uno más raro que el anterior y pudo mantener a todas y cada una de sus esposas sin necesidad de elevar los impuestos que pagaban los plebeyos. Sus hijos nacieron con el estatus de realeza y fueron criados sin que conocieran lo que era el hambre o el frío.

Su vida fue, aparentemente, la de un ganador. Pasó de ser un niño mediocre a ser el único que podía usar túnicas bordadas con nueve dragones y doce signos auspiciosos. Lo llamaron hijo del cielo y un verdadero diluvio de buena suerte. Sus antiguos enemigos se vieron obligados a arrodillarse o inclinarse cada que estaban en su presencia. Nunca le faltó riqueza, salud o fortuna para extender sus ramas y ampliar su familia.

No obstante, ¿cuál de sus funcionarios o generales más cercanos no sabía que sus esposas se peleaban todos los días? Dos de sus hijos murieron antes de que pudieran despertar su herencia demoníaca, producto de las luchas internas en el palacio. Luo Binghe había cazado sin piedad a las mujeres que se atrevieron a meterse con su descendencia y las desolló frente a los ojos de las demás, para que no se atrevieran a seguir con sus ideas peligrosas. Los príncipes que tuvieron la valentía de conspirar en contra de sus hermanos fueron disciplinados con la misma dureza. Los lanzaba al Abismo Sin Fin si era necesario y sólo los sacaba cuando aprendían su lección. Luo Binghe cortó de raíz la sed de ambición de cualquier princesa, amenazando a cada una de sus hijas con la promesa de que, si se metían en riñas por el poder, las casaría en reinos lejanos y nunca más volverían a su hogar.

El Emperador tenía cientos de esposas, pero después de siglos de hastío, dormía sin compañía. Ning Yingying lo había mirado con lástima y empatía la primera vez que le pidió que lo dejara solo, Liu Mingyan lo contempló con la misma compasión cuando fue su turno y Sha Hualing bufó con burla una vez que se dio cuenta de que ahora el emperador demoníaco no era muy diferente de esos emperadores humanos que se llamaban a sí mismos "este solitario" y "solo".

En esos tiempos, cuando ya no podía confiar en el amor o el cariño de sus esposas, Luo Binghe recordó aquella noche en la que durmió con ese Shizun que sonreía con suavidad y le hablaba con calma e indulgencia. Rememoró a ese Shizun que curó sus heridas, lo obligó a permanecer tranquilo mientras sanaba y peinó su cabello con placidez, como si lo recompensara por ser un niño bueno que sabía seguir órdenes al pie de la letra.

De ese viaje accidental, Luo Binghe obtuvo una trenza que conservó hasta que su cabello se enredó demasiado. Entonces la cortó y la guardó en una de las tantas cajas que estaban destinadas a preservar los colgantes de oro y jade que adornaban su cinturón.

Lirios salvajesOù les histoires vivent. Découvrez maintenant