73

562 36 9
                                    

Abro los ojos, estoy en mi habitación, ¿cómo he llegado hasta aquí? Lo último que creo recordar es que me desmayé en aquel sitio.

Aunque no recuerdo casi nada más de la noche de ayer. Un coche en la calle debe haber explotado alguna bolsa del suelo, lo que hace que me despierte sobresaltada y que mi cabeza parezca estar a punto de estallar.

He oído hablar mil veces sobre esa sensación de malestar, y después de esta mañana, me temo que no quiero volver a tenerla nunca. Primera y última vez, lo tengo claro.

Me acuerdo sobretodo de las canciones, más que eso... de Marcos cantándolas, ¡vaya! Ese chico lo hacía realmente bien. También sé que bebí alcohol, claro, no sé cuánto exactamente pero lo hice... y después de eso, nada más.

Saldría a correr, pero el dolor de cabeza que tengo es insoportable, necesito darme una ducha.
¿Me oirían ayer papá y mamá venir? ¿Vine sola, me trajeron Alex y Diego? Esto de no acordarme de prácticamente nada me está afectando. Después llamaré a Marta.

Cuando salgo de la ducha tengo un mensaje, es Alex.

Me has dejado plantado dos veces en dos días, ya te vale, nena — Vale, ahora sí que estoy desconcertada.

Decido llamarlo y poder aclarar algo, es más rápido.

Oh Alex, créeme que si es así, lo siento. Pero no tengo ni idea de lo que estás hablando — Le digo cuando descuelga.

Bueno... esta mañana he estado esperándote para correr y no has aparecido.

Mi dolor de cabeza es notable, no había tenido resaca ni nada por el estilo nunca — Suspiro — ¿Y el otro plantón que se supone que te he dado?

Ayer, te marchaste con Marcos.

¿Voluntariamente? — Retengo mi respiración, esperando su respuesta.

No estabas cien por cien en tus cabales, eso es cierto. — Creo que ahoga una carcajada.

Lo siento, pero no recuerdo nada... — ¿Me fui con Marcos? ¡No! ¿Por qué?

Te perdono, nena.

Gracias, no podría vivir sin tu perdón — Bromeo — ¿Tienes el número de Marcos? Necesito saber qué es lo que hice anoche.

No estabas para montar ninguna fiesta, eso sí es cierto.

Ya, bueno, ¿puedes dármelo? Quizá deba disculparme por... algo.

Bien, te lo envío ahora. — Accede por fin.

Gracias, nos vemos, Alex.

Eso espero, nena. De nada.

Colgamos y minutos después recibo un nuevo mensaje con el número de Marcos. ¿Qué hago, lo llamo? ¡Qué vergüenza!

No, está bien... tengo que saber de una vez por todas lo que pasó anoche, sobretodo, cómo llegué a casa y en qué condiciones.

Tres tonos, cuatro tonos... parece que no va a descolgar.

¿Si? — Sí, nada más escucharlo recuerdo esa voz.

Eh... hola Marcos, soy Míriam.

¡Vaya! La chica romántica — Oigo como sonríe a través del auricular — ¿A qué se debe tu llamada?

Bueno... quería saber si debo disculparme por algo que hice ayer. No había bebido nunca y supongo que me pasé de la raya.

No, tranquila — Suelta una carcajada — No hay nada por lo que debas pedirme disculpas.

¿Puedo preguntarte qué pasó? — Estoy intrigada, eso de tener lagunas de memoria no me está gustando.

Puedes... pero me gustaría responderte en persona, ¿quieres que comamos hoy juntos? — Me propone y, dada las circunstancias, me parece bien.

Está bien, ¿Dónde nos vemos?

Te recojo, recuerda que sé dónde vives.

Vale, parece que no hice nada de lo que hoy pueda arrepentirme. Nos veremos y me dirá exactamente lo que pasó, eso es todo.

Aunque a decir verdad, me voy a encontrar con un chico bastante guapo, su pelo castaño oscuro, sus ojos negros que parece que te absorben por completo... si, sin duda es muy guapo. Y de su voz ya ni hablemos. Estoy volviéndome loca, nunca me había atrevido a hacer nada así.

Al parecer, anoche no llamé mucho la atención al llegar a casa, porque no hay comentarios al respecto durante la mañana de mis padres. Les informo que salgo a comer fuera, mamá se interesa aunque decido no darle demasiados detalles, de mi padre... mejor ni hablar, sigue sin apenas dirigirme la palabra. 

A las dos en punto está en la puerta de mi casa, montado en un coche gris, pequeño.
Me acerco a la ventana del copiloto con vergüenza.

— Hola, Míriam — Dice asomándose desde dentro — Sube.

Lo hago, todavía nerviosa.

— Tranquila... si es por lo de ayer, fue un placer traerte.

— Gracias por hacerlo.

Me muestra una sonrisa, asintiendo antes de ponernos en marcha.

— El sitio te gustará, yo suelo ir ahí para inspirarme y componer. — Me informa, mirando la carretera.

— ¿También compones? — Pregunto interesada.

Asiente.

— Mis canciones aún no son conocidas, por eso canto otras de varios artistas con los que... me identifico.

Aparcamos en un parking que apenas tiene huecos libres, parece que vamos a un sitio conocido.

— Ven — Me conduce por una lujosa entrada de un gran edificio.

Lo sigo hasta el ascensor que nos lleva hasta la última planta, la novena.

— En este edificio hay varios negocios; oficinas, centros de masajes, de fisioterapia... ya sabes. Y bueno, el restaurante está bastante bien.

— ¿Por qué me has traído aquí? — Pregunto, y la verdad es que no entiendo que hago en un sitio como este con un chico al que conozco tan poco.

— Querías que resolviera tus dudas, ¿no? Eso haremos.

Marcos elige una mesa junto a un ventanal que ocupa toda la pared y que nos permite ver un bonito paisaje de la ciudad. 
El camarero viene enseguida, ofreciéndonos la carta, pero no sé que son exactamente todos esos platos, así que pido lo mismo que Marcos.

— ¿Y bien? — Le pregunto, quiero saberlo cuanto antes — Dime qué pasó.

— Pues ayer tu grupo, contigo incluida... — Me sonríe — Y por alguna extraña razón, vinisteis a pasarlo en grande. Y sin duda, es lo que hicisteis.

— Continúa — Le pido. Pensando que esa extraña razón era él. Fede.

— Vale, pues Alex traía una copa tras otra y bebíais sin parar. Ellos bebieron exactamente lo mismo que tú, pero...

— Ya, ellos no cayeron mareados al suelo. Es la primera vez que bebo en mi vida — Digo avergonzada — Pero, lo que realmente quiero saber es, ¿hice algo... raro?

— ¿Raro? — Alza una ceja — No, bueno... cuando te desmayaste y vi que tus dos amigos estaban igual o peor que tú, decidí llevarte a casa. No hiciste nada fuera de lo común, más bien dijiste... — Baja la cabeza, juntando los labios en una fina línea.

— ¿Dije? — Mis mejillas arden, debo estar roja como un tomate — ¿Qué es lo que dije?

— Solo fueron tres palabras, pero las repetías sin parar... — Entorna los ojos.

Aguardo a que termine de hablar, él se toma su tiempo dándole un trago a su bebida y después me mira directamente.

— Fede, te quiero.

— ¿Qué?

— Eso es lo que no parabas de repetir, una y otra vez. Durante todo el trayecto a tu casa.

Te quiero sin querer, profesor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora