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Tal cual lo había prometido

Al siguiente día le preguntó a su mamá si podía llevarlo a visitar a los vecinos nuevos.

Ella con gusto aceptó y preparó unas ricas masitas para pasar la tarde con los vecinos nuevos.

El pequeño Jeno llevaba consigo el peluche de un conejo mientras su madre lo tomaba de su manita. Tocaron el timbre de la casa vecina y esperaron felices a que la mujer los atendiera.

—Oh... ¡Lee Jiyoon!

—Buenas tardes, él es mi hijo Jeno. Quería venir a visitarlos.

La mujer de la puerta llevaba un bonito pañuelo sujetando su cabello castaño. A Jeno le parecía muy bonita la mujer, deseaba que cuando fuera más grande pudiera tener una novia igual de hermosa como ella o como lo era su madre.

—Así que te llamas Jeno... ¿vienes a ver a Jaemin?

Jeno no sabía quién era Jaemin, pero de todas formas asintió enérgico. Pues él pequeño solo quería regalarle su peluchito al niño de la última vez.

La mujer del pañuelo los invitó a pasar y estuvieron los tres comiendo masitas toda la tarde hasta que Jiyoon decidió que era el momento de volver. El hombre de traje volvería pronto y Jeno no debía estar en la calle cuando llegara.

—¡Pero mami, él no bajó en ningún momento y yo quería darle al señor Coco! —. El pelinegro lloriqueaba mientras tiraba de la tela de la falda de su madre. Ella sonreía con pena ante tal escena que su pequeño montaba. Sentía mucha vergüenza.

—Jaemin no baja cuando hay visitas, bebé. Cuando quiera estar contigo simplemente lo hará. No dejes de insistir.

Aquel "no dejes de insistir" se lo había tomado muy a pecho. 

Todas las tardes, el pequeño de los Lee visitaba a la familia vecina, esperando encontrarse con el niño nuevo. Pero nunca sucedía. Siempre cargaba consigo el conejo de tela y algodón por si acaso.

Lo lavaba todos los días sin falta. Agradecía que ser limpio con sus cosas no le molestara al hombre de traje. Pero una de esas noches, mientras cenaban como una feliz familia, el hombre de traje preguntó la razón por la cual su hijo estaba siendo muy pulcro con sus juguetes.

Nadie respondió.

—Pregunté algo.

—M-me gusta que me-mis juguetes estén li-limpios

—Mmm, ¿ya visitaron a los vecinos? tienen un hijo de tu edad...bueno, tú tienes nueve y él cuatro...

—¡Sí! lo ví una vez, pero nunca quiere jugar conmigo cuando voy a visitarlo. ¡Siempre le quiero dar al señor Coco, pero él no lo quiere!

El silencio reinó en la mesa. Y Jeno deseó no haber abierto la boca, pues recordaba que al hombre de traje no le gustaba que le mintieran. Estaba bien si Jeno quería ser solidario, al hombre de traje no le disgustaba.

Pero había dos problemas:

Jeno había mentido.

El niño nuevo no era como los demás.

—No quiero que se acerquen a esa familia nunca más. Y tú, niño mentiroso, jamás volverás a tener contacto con ese niño enfermo.

Para evitarse problemas, prefirió obedecer las reglas del hombre. Solo esperaría para ver al chico una última vez y así regalarle al señor Coco que estaba muy limpio, únicamente para el niño tonto.

Uno de esos días, Jeno había visto otra vez al pequeño castaño salir de su morada. Ahora no llevaba su oso sucio. Ahora llevaba un gatito gris.

Seguramente le gustaban los animales, entonces Jeno creía que sería feliz con un zorrito.

Estaba tan feliz que se olvidó preguntarle a su madre si podía salir. Corrió hasta el jardín de enfrente y esperó que el pequeño vecino lo mirara. Pero nada.

Seguía entretenido en su juego silencioso. Sus respiraciones no trabajaban al compás y por ese motivo no había huecos que rellenar.

—¡Hola de nuevo!

Nada.

—¡Hey, niño tonto! esto es para ti —dijo sonriendo. Sus brazos extendidos sujetaban al peluche de su pertenencia.

Nada.

El pequeño castaño parecía sumergido en su mundo. Jeno se sentía muy frustrado, pero luego recordó una escena que lo había marcado para siempre.

Recordó la primera vez que vio a su abuelo.

El hombre lo había ignorado y si Jeno nunca le hubiera tocado el hombro entonces el mayor jamás lo habría notado. Porque el pobre anciano nunca escuchó la voz de su nieto, ni de sus hijas, ni de su esposa. Jamás había escuchado la voz de la mujer que le había dado la vida.

Jeno tenía un abuelo sordo y mudo. Por esa razón, el único verano que pasó a su lado se encargó, junto con su abuelita, a aprender a comunicarse con su abuelito.

Quizás el niño nuevo no lo estaba ignorando.

Tal vez, y solo tal vez, el niño nuevo no podía escucharlo.

Todo parecía encuadrar dentro de la gran mente del pelinegro. Armándose de valor, respiró profundo y toca el hombro del niño. Este se giró en busca de lo que llamaba su atención. 

Sus ojos nunca se cruzaron, al menos no ante la vista de Jeno. Nadie podía opinar acerca de lo que veía el castaño. Nadie tenía sus ojos ni su visión del mundo.

Fueron segundos que se transformaron en minutos y el pelinegro ya estaba incómodo. El vecino no dejaba de observarlo. Y en ese preciso momento fue que Jeno recordó su misión.

Sonrió y se señaló a sí mismo. Su dedo inconscientemente apuntó a su corazón.

—Yo...

Luego en su mano izquierda dejó erectos únicamente el índice y el medio. Su mano derecha, que utilizó para apuntarse anteriormente, imitó a la mano izquierda y la llevó a sus labios. Luego golpeó con sus dedos derechos los dedos de la mano izquierda. Mientras tanto pronunció:

—Me llamo... —no recordaba cómo era que se decía su nombre, así que con toda la voluntad que pudo, lo moduló a la perfección.

Cada sílaba, cada letra.

Incluso lo había gritado.

Yo me llamo Jeno.

Había dicho con lo poco que recordaba en lenguaje de señas

Había dicho con lo poco que recordaba en lenguaje de señas

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SILENT BURST || NOMIN (ADAPTACION)Where stories live. Discover now