luz

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luz

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luz.

Louis preparó en el sótano de la casa de Maud una poción de esas que le pedían a su madre muchos años atrás. No era muy dado con las pociones, pero se esforzó mucho en aquel brebaje de espuma rosa. Antes de irse a dormir, se lo bebió entero sin quejarse de la acidez de su sabor.

Por la noche, Louis soñó con un ángel de rojos labios y pelo oscuro largo y rizado que le rozaba la espalda. Sus dedos de bruja se deslizaban por su torso. Louis se colocaba encima de él y gemía, gemía y gemía. Bruja y ángel gemían y no paraban hasta que Louis sentía su interior lleno de la sustancia blanca que poco después manchó sus manos. Pegaban pecho con pecho y podía escuchar los latidos de su corazón. Y, a la mañana siguiente, cuando Louis despertó, casi podía sentirle todavía dentro. Recordaba a la perfección toda la escena, en el calor del vergel. Bendita poción de sueños vividos.

🌙

No le costó encontrarle en el siguiente sabbath. Se dejaba ver. Encima de una bruja con las piernas abiertas que pedía por más. Louis sintió un no sé qué al verlo tan entregado a la tarea, y recordó a Harmony y sus novicios, totalmente anonadados por ella, y cómo clavaba sus ojos en Louis y le decía «tú también deberías estar entre mis piernas y nada más». Para Harmony, aquellos hombres comunes que decidían consagrar su corazón sin magia a las brujas solo servían para satisfacer los deseos más carnales de estas.

Otras brujas tenían opiniones más suaves. Veían sentimientos en los novicios, y hasta se enamoraban de ellos. Después de todo, eran hombres de los que una bruja se podía fiar, que las veneraban como diosas.

Louis caminó frente al novicio, Harry, y vio cómo su vista se deslizaba por su cuerpo, sin prestar atención a la bruja bajo él. Se apoyó en el tronco de un árbol y le miró. No quería tocarle. Sabía que no importaría. Conocía a la bruja, Mara, una joven versada en hechizos sobre plantas. Pero, por alguna razón, no quería participar en aquél juego. Prefería esperar a que acabaran y estuvieran sin aliento, y Mara se lo quitara de encima sin miramientos. Así sucedió. Le lanzó a Louis una sonrisa.

—No me hubiera importado que te unieras.

—Me gusta miraros —dijo, aunque no era del todo eso.

Mara soltó una carcajada y Louis fue con algo de duda hacia el agotado cuerpo del novicio y se situó encima de él. En los sabbath, normalmente prefería las caricias de las brujas antes que las generaciones de los novicios, y desde luego nunca había tenido un pene tan cerca de su cuerpo. Le gustaba la lengua de los hombres, pero no su miembro, que muchas brujas pensaban interfería en la magia. Sin embargo, cuando Harry se incorporó y puso las manos en su espalda, revolviéndose debajo de él de tal forma que su polla quedó rozando la fina línea que separaba las balas de Louis, la bruja no se sintió menos poderoso, al contrario: le vibraban las puntas de los dedos.

Estaba sudado. Louis le apartó unos mojados mechones de pelo de la cara. El novicio no decía nada y no bajaba la vista de sus ojos.

—Eres el único brujo del aquelarre.

Louis frunció el ceño y llevó las manos al cuello del novicio.

—«Brujo» suena extraño. Malvado. Soy una bruja.

—Oh. ¿Y cómo... cómo te llamas?

Era más hablador que el resto de novicios que había conocido. Sabía de brujas que hablaban durante horas con aquellos hombres, pero de primeras era como si no se sintieran con eo derecho de hablar a no ser que las brujas les preguntaran directamente.

—Louis.

—¿Y qué sabes hacer, Louis?

Aquella frase le causó un escalofrío en la espalda. Su pene saltó, contento y necesitado de atención. Louis fue demasiado consciente de aquella razón, pero el maldito novicio no bajaba la vista. ¿Qué tenían sus ojos? ¿Y por qué hacía tanto calor?

Louis suponía que su magia no iba a mejorar la situación de la temperatura, pero aun así le enseñó a Harry lo que podía hacer. Entre sus manos, creó un haz de luz que se fue expandiendo hasta dominar todo el vergel. Las brujas empezaron a reír, y los cánticos aumentaron su volumen. Pero Louis no podía proporcionar luz por un tiempo infinito, pues acabaría muriendo de agotamiento. Así que con rapidez deshizo el hechizo.

—Luz —dijo él.

—Luz.

Y Louis quería darle un beso, pero por alguna razón no se atrevía. Quería que sus grandes manos bajaran a sus glúteos y que apretaran su miembro. Y, se dio cuenta, podía pedirlo y él obedecería. Sin embargo, no lo hizo.

sabbath ; lsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora