Capítulo 5

617 55 7
                                    

Si de algo era afortunada era de que en el depósito no hay ventanas por donde el sol entre. Y lo ridículo de decirlo es que mis ojos están abiertos entre la oscuridad del cuarto. No dormí bien, pensé en tantos asuntos, en como ayudar a mi padre, en que hacer para encontrar mi camino en vez de jugar a adivinar mi futuro. Es momento de tomarme la vida seriamente.

Hoy sería un buen día, ¿Por qué? Lo presiento. No es común empezar el día con una sonrisa. Y eso estaba pasándome. Le sonreía a mi vida, aunque estuviese enredada en problemas.

La alarma suena.

Son las siete de la mañana.

Tomo mi celular y la apago.

Hoy te he ganado, ruidosa, entérate.

Súper casual hablar telepáticamente con las alarmas.

Ya madura, Ariana.

Ni que fuera fruta, tonta.

A ver, son las siete, no me quiero levantar, trabajar ni es mi opción A, ¿Qué puedo hacer? Molestemos a alguien.

Kenia. Claro, pero después de Nick.

Río anhelando que no se haya despertado.

La llamada va en proceso, me rendía al quinto timbre, pero en el siguiente descolgó.

—Levántate, pesado. —canturreo de buenas.

Un bostezo después responde.

—¿Quién habla? —está ronco, es solo puede significar… que estaba dormido.

Apoyo a mi cerebro y sus ideas brillantes, modifico mi voz para que sea gruesa.

—La zanahoria asesina —batallo con la risa, pero no me rindo—, he venido a matarte y sacarte las tripas con mi motocierra.

—Suena bien, pero ¿puedes matarme el domingo? Es que mañana tengo una cita con una chica ultra linda.

—Aclaro: no es una cita. Es una SALIDA. —le digo ya utilizando mi voz.

—¿Entonces el domingo?

—No, el domingo es un mal día para matar.

—Tienes razón, ¿Qué tal el lunes?

—Menos, iniciaría mal la semana.

—¿Martes?

—El martes es catorce de febrero… —saco lo que pienso, odio ese día.

—¿Y…?

—Y no trabajo en días feriados. Mejor el miércoles.

—Ok. Te espero el miércoles.

—Bien —accedo, transformando otra vez mi voz—, volveré por ti…

Mi amenaza le hace más cosquillas que una pluma, se ríe descontroladamente.

Cruzo brazos.

—¿De qué te ríes? —le espeto, ya bravucona—. Estoy hablando en serio.

—¿De verdad? —con la risa fue difícil descifrar esos dos vocablos.

—Qué creías, idiota. —frunzo el ceño, metida muy en el personaje de la zanahoria asesina.

No contesta ¿Saben porqué? Está ocupado desgargantándose riendo.

Respiro hondo, no puede ser tan idiota, no es posible, por Dios, hay límites.

Entrecierro mi vista, no me importa si no ve, como dije, ya me estoy creyendo en el personaje.

La singular melodía del amor © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora