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El saloncito, dónde se encontraban era pequeño, pero acogedor con una chimenea en una esquina y un gran mueble recién tapizado en otra. En el centro de la estancia se encontraban cuatro divanes y tres sillones, dónde cada uno de los presentes se había acomodado.

Al parecer Tomás Bleiston, el padre adoptivo de Damien tuvo una hermana y un hermano. Ambos casados y con hijos. En el caso de Charlotte Bleiston, la dama contrajo nupcias con el conde de Molé, Francois Dubois y se convirtió en condesa en un país donde la nobleza tenía un futuro incierto.

Su hermano André Bleiston, por el contrario, se casó con Rosalie Durand la hija de un comerciante bastante reconocido en Francia. Ambos tuvieron tres hijos respectivamente y siguiendo la tradición los educaron para ser médicos.

En el caso de los varones la tarea fue relativamente fácil, todos se graduaron en medicina a excepción de Bastián, quién llevaba una doble vida a espaldas de su familia.

—Les agradecemos mucho su ayuda.—expresó Charlotte limpiándose las manos con un pañuelo y acomodando mejor la bandeja de galletas en el centro de la mesa.

—Ha sido un placer.—respondió Crystal agradeciendo el gesto. Eran una familia muy ocupada, pero aún así se habían tomado el tiempo para recibirlos como es debido.—Espero que nuestra presencia no les genere inconvenientes.

—En absoluto.—replicó André mirando de reojo a su esposa.—Me alegra que estén aquí...Hace mucho tiempo que no sabíamos nada del hijo de Tomás.

—Damien se encuentra bien y les envía saludos, lamentablemente no pudo acompañarnos en esta visita.—Crystal puso en palabras los sentimientos de su compañero.

—Su interés no es muy notorio.—refunfuñó una voz femenina a su lado.—Por lo menos podría escribir de vez en cuando.

—Le haré llegar tus quejas en cuanto lo vea.—aseguró Crystal con una sonrisa que pareció aligerar un poco el mal humor de la joven.

Celina Dubois era la única mujer de su generación y le gustaba resaltar ese hecho. Por lo que solía llevar vestidos en diferentes tonalidades de rosa o rojo que contrastaban con los trajes opacos de sus primos y hermanos. Como era de esperarse de una mujer nacida en esa familia también recibió enseñanza médica y ejercía como cualquiera de sus familiares varones, aunque no tuviese un título que respaldará su conocimiento.

—¿Es cierto que causaste tal revuelo en Londres que tuviste que venir aquí?—interrogó Constantin Dubois, el menor y último hijo del conde, quién a diferencia del resto era el que más se involucraba personalmente con sus pacientes.

Era común verlo hablando y riendo con los enfermos y aunque solía tratar con todo tipo de personas, los niños eran sus pacientes preferidos.

—Vine a Francia porque necesitaba un respiro y ellos también.—señaló a sus acompañantes quienes asintieron lentamente.

—Entiendo.— masculló con un toque de picardía al ver a la pelirroja y el interés que parecía despertar en su hermano mayor.

—¿Ana? ¿Ese era tu nombre?—Bastián se dirigió a la joven mientras bebía de su vaso de vino.

Ella asintió.

—¿Estás casada?—fue directo.

La pregunta tomó a todos desprevenidos y más de uno casi se atraganta con su bebida.

—No, milord.

—Llamame Bastián, odio el “milord”.

—No, señor Dubois.—repitió la respuesta, pero ignorando su petición.

Buscando Tu PerdónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora