Segundo libro de Gran Prix Mágico. ¡¡NO LEER ESTE LIBRO SIN HABER LEÍDO ANTES EL PRIMERO!!
El Gran Prix Mágico, la competición de magia más asombrosa de todos los tiempos, está a punto de terminar. Sus Doce Elegidos, sin embargo, tienen otras preoc...
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Los llevaron de vuelta a las celdas, pero esta vez, a todos juntos. No tenían ni idea de si era una especie de acto piadoso para que todos pudiesen hablar, o si más bien incitaban a acrecentar la tensión que se había creado en el grupo.
A Víktor volvieron a colocarle las esposas. Ni siquiera se había dado cuenta de que se las había quitado, ni cómo lo había hecho. Para proteger al Maestre —a su madre— había empleado magia, y para eso debía haberse deshecho de las esposas. Había sido como si su magia se hubiese visto obligada a salir y hubiese tirado los grilletes en el proceso.
Ahora, de regreso a su prisión con las manos atadas, se volvió hacia sus amigos. Phichit había recuperado la consciencia después del hechizo con el que le había aturdido Víktor. Yuri se encargaba de limpiarle la herida que se había hecho en la cabeza con un cuenco de agua que había en la celda y un trozo rasgado de su uniforme del Gran Prix Mágico. Yurio murmuraba para sí, intentando ponerle sentido a todo lo que acababa de presenciar. Y Víktor... él no sabía qué hacer, qué pensar, qué sentir.
¿Era real lo que había visto, o lo estaban engañando? ¿Irina, su madre, a la que había dado por muerta durante todos esos años, era la Maestre de los Sombras? ¿Igor era real? ¿O acaso estaba suplantando su identidad para confundirle? A lo mejor aquel era su propósito, engañarle para que, así, se uniese a los Sombras... o despertar la oscuridad que había en su interior. Despertar al Heredero. ¿Pero el Heredero no era el Maestre?
Sentía ganas de vomitar, de llorar, de gritar... No hacía nada de eso. Permanecía en silencio, aturdido, con los ojos fijos en sus manos temblorosas y la garganta atravesada por las miles de preguntas que no se atrevían a salir.
—Necesito que alguien me explique qué está pasando o voy a explotar.
Aquella frase no la había formulado él, aunque podría haberlo hecho perfectamente. Había sido Yurio quien había roto el silencio en la celda, apoyado contra la puerta de metal antimagia y la vista saltando entre los otros tres presentes.
Yuri se sentía igual de desorientado y Phichit solo podía quejarse de la herida. Víktor seguía sin poder hablar.
—Vale, como nadie empieza, lo haré yo. —Clavó sus ojos verdes en su tocayo—. ¿Se puede saber por qué nos has traído hasta aquí?
Los labios de Yuri se abrieron como para responder, pero luego apretó la mandíbula. Agachó la mirada al suelo y se rascó el cuello.
—Reyna... Azrael me prometió que se desharía de mi maldición si colaboraba con ellos. Tenían un plan que implicaba que te trajese hasta aquí, pero me prometieron que también te salvarían de tu Obscurial, así que... Lo siento, me moví por miedo.
El rubio lo miró con enfado, apretando los labios tan fuerte que comenzaban a ponerse blancos.
—Pues no puedo perdonártelo —respondió tras un largo momento—. Lo siento, pero esto... Traerme aquí contra mi voluntad, por muy buenas que fuesen tus intenciones... Joder, podías habérmelo contado, ¿sabes? Podrías haberlo hablado conmigo, haber pensado algún plan...