30| El Renacimiento Surge Luego Del Caos

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Rose Collins.

El sol aún no había salido por completo, las tenues luces de los faroles nos iluminaban algunas partes del rostro y el frío de la madrugada permanecía presente. Levanté la capucha de mi chaleco deportivo y oculté mis orejas con ella, miré a mi tío quien estaba acomodando unas bolsas de boxeo frente a nosotros y tomó dos pares de guantes. Nunca antes hice boxeo, tampoco era un deporte que me llamará la atención, de hecho, ningún deporte me parecía interesante.

Al colocarlos, me pregunté cómo hacían los boxeadores para pelear con esto siendo tan incómodo. Volqué mis ojos en los del hombre y sonreí nerviosa, la concentración de mi tío era auténtica mientras me explicaba cómo debía golpear la bolsa para evitar daños. Creí que me diría algo como "imagina el rostro de alguien que detestes aquí y golpéalo” o simplemente "piensa en Winter". Para mi sorpresa, la idea de pensar en ella no me generaba tanto desagrado como pensar en Victoria.

— ¿Lista? Primero golpeas por debajo, luego subes.— recomendó intentando hablar bajo ya que éramos los únicos despiertos.

— Entendido.

Levanté ambos puños a la altura de mi pecho y luego moví primero el derecho seguido por el izquierdo, la sorpresa de Thomas no pasó desapercibida al igual que mi disgusto al ver que la bolsa se movió poco y nada. Nunca tuve demasiada fuerza en los brazos, quizás por eso me gustaba pintar ya que sólo debía concentrarme en el movimiento de manos y muñecas. Seguí golpeándola por unos cuántos minutos que se me hicieron eternos, sin embargo, todos los golpes me resultaron inútiles.

— No puedo hacerlo.— afirmé con la respiración agitada.

— Tú piensas que no puedes hacerlo, si sigues con ese pensamiento morirás.

Bien, lo intentaré una vez más.

— Eres pequeña como tu madre por lo que si quieres dañar a un oponente más alto, debes mantener el torso en su sitio y usarlo como impulso.— recomendó tomando mi cintura para luego ladear la cabeza en dirección a la bolsa.— Anda, golpéala.

Lo hice otra vez y para mi sorpresa, salió mejor. Lo probé unas cuantas veces más hasta que él se alejó dejándome sola con la bolsa, luego de estar unos minutos usando los puños me enseñó a usar las piernas para otra cosa que no sea "patear los huevos de un chico". Al principio sentía que mis piernas se despegarían de mi cuerpo debido a lo alto que debía apuntar el golpe, pero poco a poco ese ardor fue desapareciendo hasta ser reemplazado por el calor que emanaba mi cuerpo.

Estaba transpirando haciendo deporte. Nunca antes visto.

— Arriba, abajo, derecha, izquierda...— dijo haciendo que mis reflejos se activaran.— Abajo, derecha, arriba, izquierda...

Seguí sus órdenes al pie de la letra hasta que sentía cómo mis piernas perdían fuerza y me aparté de la bolsa agotada, sostuve mi cuerpo con las manos sobre las rodillas mientras él me extendía botella de agua fría. No sabía cuánto tiempo llevábamos entrenando pero el sol ya había salido y el calor de la mañana nos cubría o quizás yo estaba alucinando. Miré a mi tío quien me arrebató la botella y señaló una vez más la bolsa.

— Vamos, sigue.— ordenó y suspiré.— Ahora agrégale más fuerza a tus golpes.

— Eso es imposible, estoy por morir.— respondí agitada y rió.— Escupiré mis pulmones aquí si no me crees.

— Claro que te creo, pero soy tu tío y también sé que eres un poco dramática como tus padres.

— ¿Qué...?.— me pateó las rodillas obligándome a avanzar.— Oye.

Pequeño Demonio: Enamórame ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora