Capítulo 31

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Lucien

Tardé en abrir los ojos y lo primero que vi fue a Elain inclinando la cabeza sobre mí. Sus largas pestañas, su hermoso rostro muy cerca del mío. Me incorporé de golpe y miré de un lado a otro desorientado. Estaba en una habitación, una habitación que parecía de invitados. Me llevé la mano a la cabeza, me dolía como si hubiese bebido demasiado alcohol.

Respiré profundamente. Miré mi propio cuerpo, me habían quitado el jubón y llevaba la camisa desabotonada, mostrando parte de mi pecho. Alguien me había cubierto con las sábanas.

—¿Qué ha pasado? —inquirí—. ¿Dónde está Arien?

Elain apretó las mandíbulas y me di cuenta del error que acababa de cometer. Aparté la mirada de ella y tragué saliva, buscando mi ropa. Pero no estaba a la vista.

La chica se puso de pie y llenó un vaso de agua antes de entregármelo. Lo miré un poco reacio, pero lo cogí porque notaba la garganta rasposa y mi voz había sonado como un aserradero.

—Arien está bien —dijo Elain—. Sigue en su cama descansando.

—¿Sabes qué le ha pasado?

—No —dijo tras un largo silencio—. No ha querido hablar de ello.

Le di el vaso tras consumirlo y encogí las piernas apoyando los codos sobre las rodillas. Recordaba muchas cosas: recordaba el día que Arien llegó a la mansión de Tamlin y la reticencia que sentí a hablar con ella. Me sentí culpable cuando la llamé asesina, pues solo había querido sobrevivir. Y volvía a recordar la sorpresa de cuando descubrí que no era humana. Noté el lazo en ese mismo momento tirar de mí. Arien estaba bien.

Solté un largo suspiro enterrando mi rostro entre las manos. Me esforcé por recordar algo más allá que las historias que ella había contado, pero... Era como un vacío en mi propia mente.

—Arien está con Azriel —dijo Elain de repente—. ¿Todavía no me crees?

Arien no me debía fidelidad. Pero Azriel sabía que era mi compañera, no tenía derecho a acercarse a ella, como tampoco tenía derecho de acercarse a Elain. Mis mandíbulas se apretaron cuando me vino a la mente su expresión de preocupación cuando tenía a Arien en brazos, de vuelta de la Corte Primavera. Yo debería haber sido el que la socorriera.

Me puse de pie, haciendo que Elain se apartara de golpe del borde de la cama. Como no veía mi jubón, decidí salir tras ponerme las botas solamente. Me desorienté por un momento, aquel lugar de la casa era desconocido para mí, pero el lazo me indicó el camino correcto. Casi notaba el peligro latente en él, había algo que no estaba bien.

Llegué hasta el jardín y allí solo vi a Azriel contemplando las flores, probablemente las que había plantado Elain. Cuando di un par de pasos hacia él, vi a Arien acercarse por detrás. Le tocó la espalda y él se dio la vuelta con un sobresalto. Justo después, levantó a Arien del suelo con un abrazo.

Suficiente para encender la mecha.

Me aseguré de que me escucharan llegar pisando fuerte sobre el césped. Azriel fue el primero en girar la cabeza y recibió el golpe de mi puño sobre su mandíbula.

—¡Lucien! —exclamó Arien.

La ira me invadió y volví a golpear a Azriel. La tercera vez, el cantor de sombras bloqueó el ataque y me lo devolvió. El agudo dolor atravesó mi mandíbula y escupí sangre sobre el césped. Volví a escuchar la voz de Arien, pero no obedecí a ella. Fui a lanzarme sobre él de nuevo y el cuerpo de la semidiosa se interpuso entre ambos con las manos extendidas, como si pretendiera controlar a dos bestias encabritadas.

La Otra Compañera// ACOTARWhere stories live. Discover now