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El chico de mechones rubios llevaba casi dos horas en la terraza de aquel apartamento, escuchando la música que le gustaba mientras aprecia el atardecer, específicamente el leve naranja que poco a poco desaparecía en el inmenso azul-negro de la noche, adornado por las diferentes luces de los postes, carros, casas y edificios.

Al menos quería asegurarse de tener unas horas tranquilas antes de su muerte, porque Kazutora Hanemiya ya no podía más.

Han pasado unos 3 meses desde que salió de la correccional, tres meses desde que aquellos ojos duros que pertenecían a su padre lo miraban con puro asco y desprecio, ya no se siente como una hormiga a su lado, ahora es una maldita bolsa de basura, una bolsa que guardaba un montón de rencor y odio hacia su familia, sus ex-compañeros, los guardias de aquella cárcel, los presos con los que compartió dos años de su vida, estaba tan enojado de no poder expresar lo que sentía que quizás con su suicidio iba a gritarle al mundo lo mal que se encontraba, porque con los cortes de sus muñecas no lo tomaban en serio.

Aún recuerda el día en que su padre lo descubrió con esas feas marcas en su cuerpo, se andaba arreglando para ir a la escuela y se le olvidó colocarle seguro a la puerta la noche anterior, dando acceso fácil a ese hombre que entró sin ninguna discreción a su cuarto; se le veía serio, pero su expresión cambió a una de total enojo cuando observó las cicatrices en sus brazos descubiertos porque aún no se colocaba la chaqueta del uniforme.

—Kazutora Hanemiya ¿qué diablos son esos cortes?

Su cuerpo se estremeció por completo al escuchar aquella voz severa que conocía tanto, quedando como estatua al ser expuesto ante la persona a la que más temía. No dijo nada, solo cerró sus ojos y esperó la golpiza de su padre, prefería que fuera algo rápido antes que lo interrogaran, sin embargo, esta nunca llegó, solo escuchó unos pasos que se colocaron frente a él.

—¿Por qué haces esto? —preguntó el de lentes con una voz fría, tomando su brazo y analizando las cicatrices.

No hubo respuesta por parte del adolescente, simplemente agachó la cabeza de forma sumisa, esto lo hizo enfurecer aún más.

—Te hice una pregunta, delincuente —dijo irritado, haciendo que Kazutora apretara sus ojos con fuerza—. ¿Por qué te andas rayando los brazos?

Otra vez hubo silencio.

—Eres un malagradecido, tanto que trabajo con tu madre y no valoras tu vida —escupió el mayor con desprecio—, primero te meten a la cárcel y ahora esta mierda ¿Acaso quieres que te internen en un psiquiatra? Porque con tus acciones para eso vas.

La cabeza del teñido activó una alarma con esa palabra, internar. Kazutora negó aterrorizado con la cabeza, si su padre seguía hablando no iba a retener más las lágrimas.

—Mírame cuando te hablo, soy tu papá —dijo tomando la mandíbula de su hijo, este abrió los ojos y ya se estaban volviendo acuosos—. ¿Acaso crié a un maricón? Si terminaste en ese lugar fue tu culpa y no me importa lo que te haya pasado, si vuelvo a ver más marcas el próximo mes te voy a golpear hasta que aprendas ¿entendido?

—S-sí —tartamudeo inseguro, quería irse de ahí en ese instante. El mayor notó eso y le dio una sonora cachetada, dejando su mejilla roja.

—Respondeme bien ¿en-ten-di-do? —preguntó alzando la voz, el del lunar no pudo contener más sus lágrimas y escaparon de sus ojos, era patético, tantos años enfrentando a esa persona y se seguía sintiendo tan pequeño a su lado.

—¡Sí! —exclamó más firme, limpiando aquellas gotas que resbalaban por su cara.

—Vaya, tapate esos brazos, no quiero que la gente vea que tengo un hijo cobarde —y dicho esto salió de la habitación dando un portazo, dejando al menor sollozando levemente, se había acostumbrado a llorar en silencio para que aquel hombre no se diera cuenta.

Friend, Please - BajitoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora