Capítulo 8.

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El silencio volvió.

Pero esta vez fue gracias a un libro que ­­­Juliana me prestó. Loco ¿cierto?

Después de nuestra charla en la que logré descifrar su personalidad, ella sacó un libro para intentar no aburrirse y al notar que yo no dejaba de observar que trataba de leer, sacó otro de su mochila y me lo entregó. El libro se llamaba Hermosas criaturas.

Las dos nos quedamos absortas en un mundo en el que solo es capaz de llevarte la lectura. Cuando las dos horas fueron cumplidas, la directora llegó y se quedó sorprendida al vernos a ambas leer tranquilamente. Nos indicó que ya era hora de irnos y ambas salimos del salón.

―Gracias. Hubiera muerto de aburrimiento de no ser por ti. ―le extendí el libro y ella me lo devolvió.

―Quédatelo, supongo que una persona como tú no puede darse el lujo de tener un libro. ―con esas últimas palabras se fue con paso firme a las afueras del instituto.

Yo sonreí ampliamente. Si tan solo supiera que mi cuarto es una biblioteca con cama.

Yo también decidí irme y me sorprendí enormemente al ver que mis amigos me esperaban sentados alrededor de un árbol.

―Llegó la chica problema. ―dijo Clairo con voz divertida quejándose después por el golpe que le di.

―Sin problemas la vida no es vida. ―le guiñé un ojo sentándome al lado de Isabella quien no dudó en recostarse en mi hombro.

―Hay algo diferente en ustedes, chicos. ―comentó Lauren de repente.

―¿Cómo qué? ―preguntó Aiden jugando con un encendedor.

―La primera vez que los vimos parecían más alegres, ahora es como si cargaran una cruz todos los días.

Todos miramos a Lauren quien también nos miraba con la certeza de que sus palabras eran más que reales.

―Éramos diferentes en Inglaterra. ―contestó Oliver con un encogimiento de hombros.

―¿Diferentes en qué sentido? . ―Clairo frunció el ceño y nosotros nos miramos.

―Ojalá pudiéramos decirlo. ―se lamentó Isabella mirando con curiosidad como Lauren se levantaba.

―Entonces grítenlo. ―sugirió ayudando a Clairo a levantarse.

―¿Gritarlo? ―repetimos los cuatro levantándonos a la vez.

―Un día aprendí, que si no puedes decir algo debes gritarlo. ―Lauren sonrió con cariño.

―No podemos hacer eso Lau. ―dijo rápidamente Aiden.

―Claro que pueden.

―No, no podemos. ―repetí negando con la cabeza.

―¡Grítenlo! ¡Vamos! ―exclamó Clairo levantando las manos.

―¡SI PUEDEN!

―¡NO, NO PODEMOS! ―la primera en gritar fue Isabella y después de ver las sonrisas satisfechas de nuestras dos nuevas amigas, nos miró a nosotros y empezó a maldecir a los cuatro vientos.

Yo también grité.

Le grité al viento como si el fuera el culpable. Grité lo mucho que me dolía que mis padres intentaran cambiar mi forma de ser, grité lo mucho que odiaba que le dieran al público una imagen errónea de mí, grité que me dolió no recibir su apoyo, grité mi frustración al recordar como ellos preferían su imperio antes que a mí. Grité hasta que el dolor de mi garganta igualó el de mi corazón... Y no me pude sentir mejor.

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