06

1.5K 210 1.1K
                                    

Entre la nube difusa de su sueño, un príncipe le bajaba la mascarilla, susurrando algo sobre lo hermoso que verdaderamente lucía.

Le tocaba el pelo. Escondía un mechón rubio tras su oreja, trazando por el camino de vuelta la curvatura de su mandíbula, hasta acallar una protesta. Entonces, se acercaba a él y...

Sanzu despertaba de golpe, sin su puto príncipe y sin un final feliz.

—... joder... —masculló, agarrando lo que alcanzó y presionándolo contra su rostro.

El peluche de pingüino le cubrió la cara mientras se abrazaba a él con fuerza, refunfuñando por lo bajo. Había sido otro sueño arruinado por quién sabría qué.

Aún así, las mariposas revolotearon por su estómago. El teléfono cargaba sobre la mesita de noche, junto a un libro sobre historia de la danza. Mejillas rosadas en medio de la purpurina que le dejaban los sueños.

Porque fantasear con un príncipe que lo tratara como igual le consumía las entrañas. Y aquellos ojos de lirio se habían quedado atrapados en la somnolienta neblina de su despeinada cabeza.

Mechones rubios se arremolinaban sin control, nudos cerca de los piercings, la boca seca por un beso que nunca llegó a consumarse. A pesar de que no buscara el amor desesperadamente, Sanzu anhelaba tanto ser amado. Sabía que no encontraría los labios carnosos de su fantasía en ningún lado, así que se conformaría con cualquier cosa.

Porque no había nadie que se estuviera muriendo por besarle. Las cicatrices eran grotescas, le arruinaban la cara, le marcaban con vergüenza y miedo.

Se imaginaba cómo se sentiría tener a alguien atento que le mandara mensajes de buenas noches, que lo invitara a dar un paseo. Se inventaba escenarios de él mismo preparando un picnic, o bailando para esa persona y recibiendo palabras bonitas al final.

Carismático, inteligente, suave y preocupado; amabilidad y respeto por encima de todo. Podrían ser algunas de las cualidades del príncipe de su sueño, cuyo rostro había ya olvidado al completo.

Alguien picó a su cuarto. Gruñó a modo de respuesta.

—¿Al fin despertaste? —su compañero de piso lo miró desde el umbral, cruzado de brazos. —. ¿Qué haces?

—Intentar dormir, ¿no lo ves? —alzó la cabeza de entre las sábanas, bostezando —. ¿Qué quieres?

Miró de reojo la hora, dándose cuenta de que aún podía quedarse más tiempo haciendo el vago, perdiéndose en sus sueños fracasados antes de prepararse. Había quedado con Emma en la parada de autobús para ir al centro comercial juntos.

Yasuhiro suspiró, analizando las cortinas cerradas, el ambiente en cómoda penumbra. Ropa de deporte descansaba sobre el respaldo de la silla frente al escritorio, donde estaba la organizada agenda de su amigo.

—Suspendí un examen —se encogió de hombros, como si no fuera nada —. ¿Te apetece un polvo? Llevo quince minutos esperando a que digas algo.

El peluche fue arrojado con fuerza hacia él. Mucho lo atrapó en el aire, antes de que se estampara contra su cara.

—Entonces, ¿fuiste tú el que me despertaste? ¿Eh? —Sanzu se incorporó sobre sus codos, los hombros al descubierto por una camiseta sin mangas —. Dios mío, te mataré.

Su compañero echó a reír, conociéndole lo suficientemente bien como para intuir qué era lo que había de interesante en dormir. Lo cierto era que su extraña relación no se basaba solamente en acostarse esporádicamente. De hecho, los encuentros de ese tipo se limitaban a los malos días. Días en los que ninguno tenía fuerzas para nada más.

Éphémère || RinZuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora