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Sanzu no podía mantenerse tanto tiempo sobre su pierna izquierda.

La rodilla le temblaba, incluso la pierna que alzaba en posición arabesque parecía haber flaqueado un par de centímetros más abajo. Pero, no podía.

Se veía en en uno de los múltiples espejos, sobre la punta de su pie, con los brazos extendidos y podía apreciar el tembleque constante. Como si le estuvieran soplando en la cara lo jodidamente inútil que era.

En fila estaban todos los alumnos junto a la barra de ejercicios, mientras el entrenador pasaba por su lado para verificar el que siempre solía ser el último ejercicio antes de que acabara la hora.

—¿Cuántas veces te he dicho que te recojas bien el pelo, Baji? —gruñó el instructor —. Hace dos semanas que no vienes y pareces una puta fregona usada, cuídate más.

Baji Keisuke, otro de sus grandes ignorados en clase. El chico había llegado tres meses atrás y lo hacía relativamente bien. En cierto momento se había enterado de que habían ido juntos a la escuela, a clases diferentes, pero del mismo curso.

Tampoco es que se hubiera relacionado mucho con la gente de su escuela, cuando era un adolescente. A excepción de peleas y de encuentros en el baño con Manjiro y un cigarro, no había mucho que contar.

Llevaban el mismo atuendo, las mallas negras y ajustadas, la camiseta beige. De todas formas, no intercambiaba muchas palabras con él. Sólo con Emma, que lo miraba desde la barra de la pared contigua, dándole una sonrisa para animarle.

Tragó saliva cuando el entrenador pasó por su lado.

—Haruchiyo... —puso los ojos en blanco, hastiado —. Tiemblas como un cervatillo, ¿crees que así puedes ser bailarín?

Sabía lo que se venía y ya tenía lágrimas de impotencia en los ojos.

El problema era su puta pierna, el accidente que lo había dejado mal durante toda su vida, mierda. Aquello sí lo recordaba bien. Guardaba tanto rencor, que jamás podría dar un perdón.

No era su culpa, no era su puta culpa se repetía, entrenando la resistencia por las noches, desesperándose frente al espejo porque no podía ser suficiente en lo que más amaba.

El húmedo clima de su mascarilla le tapaba, al menos, la mueca de esfuerzo. Lo daba todo de sí en cada clase, en cada ejercicio, en las funciones de un par de veces al año, hasta el punto de que se había lesionado en alguna ocasión.

No se veía capaz de tirar su sueño por la borda, ¿a qué dedicaría, entonces, su vida?

La varilla metálica le alzó un poco el mentón. Clavó la vista en las puntas de los dedos de su mano extendida, viendo frente a él a Seishu Inui y su perfecto arabesque.

—Más de noventa grados, sólo un poco, no es tan jodidamente difícil —decía, tocándole el interior de la pierna con la varilla, alzándola. Acto seguido, se paseó por el centro de la clase —. Recordad mantener la rodilla completamente recta.

No aguantó más. Su pierna dio un último temblor y Sanzu se desplomó contra la barra, intentando sujetarse sin acertar.

Rebotó contra el suelo, con los espejos y algunas miradas de testigo. Jadeó, asustado y dolorido, mirándose en el reflejo. Se veía patético y rojo.

El entrenador le dio una mirada despectiva mientras se levantaba con la poca dignidad que le quedaba, al borde de su cordura. Tuvo que tragarse el llanto y convertirlo en otra cosa, con el estómago revuelto.

Rechinó los dientes con odio. Aquel hijo de puta pasaba por delante de Seishu, lo admiraba y sonreía, aprobando su postura.

¿Había algo que ese malcriado no hiciera bien?

Éphémère || RinZuWhere stories live. Discover now