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El cuerpo de Kakucho se sentía cálido contra el suyo.

Sus costados subían y bajaban con lentitud y pesadez, la forma de su espalda bajo la yema de sus dedos podría ser considerada otra maravilla del mundo. Los hombros anchos, la acolchada sensación de los músculos relajados entre sus brazos.

Se le marcaba el bíceps al abrazarse a él, con el pelo revuelto y la frente apoyada a un lado de su cuello.

Las gafas de montura fina se habían quedado sobre la mesita de noche, donde el teléfono de uno de ambos portaba una alarma puesta para más adelante. Había una camisa blanca colgada de una percha, junto al resto del uniforme.

Ran contaba los lunares de su espalda en silencio, paseando los dedos por aquellos que tenían un poco de relieve. La forma de los omóplatos, la nuca. Todo se sentía tan hogareño que se le clavaba en el corazón.

En especial la manera en que su aliento le rozaba la piel, se mezclaba bajo las sábanas con el perezoso ronroneo constante que hacía cuando le acariciaba el cabello negro.

—Estás mimoso —susurró, sin saber exactamente si estaba dormido o a punto de caer en ello.

—Y tú —el hombre rio por lo bajo, tocándole el cuello con la punta de la nariz —. No siempre aceptas descansar conmigo.

Tragó saliva, bajando el tacto por su espalda desnuda. Su pareja le había mandado un mensaje diciéndole que le habían dado el resto del día libre, después de haber estado trabajando toda la mañana.

Apenas había dado explicaciones a su hermano, quien había alcanzado a darle el postre que había hecho y que Kakucho se había comido. La boca le olía a yogurt y arándanos, aunque si pudiera describirlo con una fruta probablemente elegiría la cereza.

Ran no sabía por qué esa en concreto. Sólo le gustaban las cerezas.

—Te echaba de menos —confesó.

—¿Me echabas de menos?

Kakucho tenía la insoportable costumbre de repetir todo lo que se negaba a decir, para poder oírlo una vez más. Sabía que se regocijaba cada vez que aceptaba decirle algo bonito, o darle un beso más largo de lo normal a modo de despedida, porque muchas veces era serio con él y se reprimía en la mayor parte de cosas.

Era parte del alfabeto de su cuerpo, de las piezas que habían hecho que se enamorara perdidamente de él, chocando contra el techo de cristal que siempre se había puesto.

—Sí, un poco... —titubeó.

Cerró los ojos, resintiéndose cuando el otro lo abrazó con fuerza, completamente pegado a su cuerpo.

A diferencia de Kakucho, Ran estaba bastante vestido. No quería, ni necesitaba, lidiar con pensamientos repugnantes, y se había quedado con la camiseta de tirantes que siempre llevaba bajo el suéter que colgaba del respaldo de una silla.

Por el resto, sus piernas estaban cómodamente desnudas. Sabía que no iban a hacer nada, pero no podía evitar ponerse nervioso al contacto con las de su novio.

No era como si le molestara el contacto físico, todo lo contrario.

Le gustaba abrazar a su hermano pequeño y también a Kakucho, era sólo que la desnudez cercana de otro hombre le empujaba hacia atrás en el camino que estaba siguiendo. Sabía dónde empezaba y acababa la tela de su ropa interior, recordaba cómo era sentarse a horcajadas sobre su regazo.

—Entonces, ¿la semana que viene...?

—El sábado estoy libre —sonrió, mordiéndose el labio inferior —. Aunque, aún no sé qué excusa ponerle a Rin.

Éphémère || RinZuNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ