Sesenta y siete;

1K 97 15
                                    

Patri

Y por fin era jueves.

Siempre había sido mi día favorito de la semana. 

No era finde, pero casi. No era un día libre, pero se sentía como tal. 

Era el típico ejemplo de la antesala del placer: el sábado por la mañana, por ejemplo, no era ni de lejos tan feliz como el jueves por la tarde o cómo el viernes después de terminar las clases del día.

-¡Chao, Patri!

-Chao, hablamos -me despedí sonriente de Marina, una chica rubia, delgada, y un poco más bajita que yo; quién realmente, era la única compañera de clase que me caía genuinamente bien.

De las chicas, claro estaba. Con los chicos siempre me había llevado mucho mejor.

Por mi personalidad extrovertida, hablaba con todo el mundo y era simpática con todas y cada una de las personas que compartían aula conmigo; sin embargo, me fiaba de pocas. Que no se me malinterprete: aquél instituto me gustaba. Las instalaciones eran de élite, los profesores sabían de lo que hablaban, y el cuello de los polos del uniforme no picaba, lo cuál era un cambio bastante positivo en cuanto a mi anterior instituto. Sin embargo, la gente era bastante pretenciosa y le encantaba aparentar.

Yo nunca había sido así. En eso me parecía más a mi madre. "Vales lo que vales por lo que eres, no por lo que tienes", me había dicho en más de una ocasión cuando era pequeña. Me lo recordaba, sobre todo, en voz baja, cuando mi padre hacía algún que otro comentario prepotente o presumía de algo delante de algún conocido de la familia. Y a pesar de que con el tiempo, yo había aprendido a ser tan arrogante como mi padre cuando la situación lo requería, a veces me ponían de los nervios la cantidad de tonterías que llegaban a soltar por la boca algunas de aquellas chicas del instituto.

Y es que realmente, cuando llegué a Madrid, creí que no llegaría a conectar verdaderamente con nadie y que me pasaría los días de fiesta en fiesta con gente que para pasar el rato eran la hostia, pero con quién no podría contar para nada más profundo. Creí genuinamente que, aunque nuestra relación, en ocasiones, fuese como una montaña rusa, mi único amigo real seguiría siendo mi padre. 

Y fue así, hasta que conocí a las Doblas.

Aquella noche en que Susana nos reunió a todos en su casa, para presentarse junto a mi padre como pareja oficial, había cambiado muchas cosas. Al principio de conocer a las Doblas me había prohibido sentir la atracción que había sentido, pero enseguida me había convertido en una gemela más, de lo rápido que habíamos conectado y de lo bien que habían encajado nuestras personalidades.

Luego había empezado un tonteo aparentemente inocente con Ruth, pero es peligroso tontear con alguien con quién, ya de base, hay una conexión tan potente. Había jugado con fuego y me había quemado. Las dos nos habíamos quemado, de hecho. Pero no nos arrepentíamos para nada. 

En aquél momento, podía reconocer que estaba enamorada. 

Hasta las pestañas.

Joder, si es que no había tenido una relación seria desde los... ¿Doce años? Teniendo en cuenta todo lo seria que podía ser una relación a esa edad. Luego había descubierto que podía acostarme con alguien sin rendir cuentas al día siguiente, tal y como hacía mi padre, y vi que de aquella manera me ahorraría muchísimo dolor. Honestamente, me había ido fantástico, sobre todo teniendo en cuenta que nos habíamos mudado y había tenido que dejar atrás gran parte de mi entorno social. 

Game Over 🌙 || MIRIAM²Onde histórias criam vida. Descubra agora