Treinta;

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Ana

Estaba borracha. Muy borracha. Demasiado. 

Aquello no debería suponer un problema, teniendo en cuenta que había hecho todo lo posible para llegar hasta aquél estado. Digamos que me lo había buscado yo solita. Y lo estaba disfrutando, hasta que Mimi había aparecido en la cocina.

Entonces la borrachera ya no jugaba en mi favor, sino en mi contra: en cualquier momento me podía ir de la lengua y contarle lo que sentía por ella. Y lo peor de todo es que en aquél momento, tampoco me importaba mucho hacerlo. Es decir, me daba igual que se enterara de lo que yo sentía por ella. Llegadas a ese punto, casi que iba a ser un alivio para mí. 

Pero el problema era ella. 

Soltárselo todo y dejarla con el marrón. 

Incluso borracha me preocupaba por su bienestar. 

—Joder —pensé en voz alta, caminando por mi jardín, intentando no meterme una buena hostia, mientras que Mimi me sujetaba por la cintura con un brazo.

—¿Qué te pasa ahora? —preguntó ella, cabreada, al escuchar mi queja.

—Si estás enfadada no me saques a pasear tú —le reproché, teniendo ciertas dificultades para no tropezarme con el césped y mis tacones. —Se lo dices a Ruth y...

—Sí, a Ruth, vamos. Otra tal que baila —Mimi bufó por enésima vez desde que habíamos salido al jardín. —Te has pasado tres pueblos ahí dentro, tía —me reprendió, deteniéndose y quedando cara a cara conmigo, pasando su agarre de mi cintura a mi brazo. —Esos comentarios sobre los chupitos con las tías para dejarme mal delante de Miriam, ¿a qué venían? 

—Bueno... —hablé, tambaleándome.

Estaba muy mareada y veía las luces de mi jardín dar vueltas a mi alrededor. Una imponente luna llena nos iluminaba, creando el ambiente de una noche bastante clara.

—No, ni bueno ni pollas, Ana. Me importa una mierda que estés borracha, te lo digo —siguió Mimi, enfadadísima. —Desde que he entrado por esa puerta —dijo, señalando hacia la entrada de mi casa con ímpetu. —Que me has estado rehuyendo. Y luego, para colmo, te pones ciega y aprovechas para dejarme mal delante de Miriam. 

Suspiré, esperando que el aire de la noche me hiciera sentir algo mejor. Sin embargo, Mimi estaba muy insistente, y no contribuía a que mejorase. 

Pero sí, los celos se habían apoderado de mí. Seguían muy presentes, de hecho. El alcohol hacía que todo lo que yo me empeñaba en empujar hacia abajo, saliera a la superficie. Pero no, no se lo iba a reconocer.

—Mira Mimi, no me agobies —dije simplemente, sacándola todavía más de sus casillas. —Solo quiero pasarlo bien por una noche, ¿vale? —cerré los ojos y me crucé de brazos, notando todavía la mano de Mimi en mí. Ella bufó otra vez, pero esta vez sonó distinto. Pareció que intentaba recobrar la calma. —¿Podemos ir a bailar?

—No —dictó ella. —No volveremos dentro hasta que estés mejor o hasta que me digas qué coño te pasa conmigo. Y si tu idea de pasártelo bien es esta, menuda mierda —la miré con rabia. Si no hubiera estado comiéndole la boca a Miriam continuadamente, a lo mejor no habría ido a por ese caro tequila. —Joder Ana —rió de repente. —No me mires así que me das miedo.

La vi sonreír iluminada por la luz de la luna, y no me pudo parecer más bonita. 

Intenté acordarme de la primera vez que me di cuenta de lo que sentía por Mimi y me vino a la mente la imagen de nosotras dos bailando en una discoteca, mientras que mi móvil se llenaba de llamadas perdidas del loco de mi ex, a quién le parecía una idea terrible que hubiera salido de fiesta un jueves. Ella le mandó un audio llamándole de todo y luego me apagó el móvil. En ese momento la quería matar, pero en realidad, también se lo agradecí.

Game Over 🌙 || MIRIAM²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora