🍁 Novio tóxico

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Sencillamente para Axel Green —que era un pelmazo aburrido que no salía jamás al exterior— le resultó gratificante terminar en una delegación policial. Porque su existencia en ese lugar confirmaba la muy sabida teoría de que los callados eran los más peligrosos.

Sin embargo, luego de los diez minutos fabulosos que pasó siendo interrogado, Axel descubrió que no lo veían como alguien peligroso, sino como... Una víctima de la dominancia de los alfas.

—Necesitan que digas que soy un golpeador de omegas.

—Pero lo hiciste —se burló Axel sosteniendo la bolsa de hielo en la cabeza—. Me golpeaste con la puerta, ¿recuerdas?

—Fue un accidente —se defendió Nathan suspirando—. ¿Tienes hambre?

—Algo —mintió Axel. No tenía algo, sino mucha hambre— ¿Por qué?

El alfa se mordió el labio con los ojos clavados en los de Axel hasta que reveló sus intenciones. Nathan lo envolvió con su bufanda gris. El rubor de Axel desapareció por la lana suave y su corazón dio diez piruetas.

—Iré a traerte algo. Espérame.

Axel tontamente respondió:

—Lo hice toda mi vida.

Nathan, en respuesta, le obsequió una sonrisa que Axel hubiera fotografiado de tener el móvil encima.

Luego de verlo irse, el hechizo se deshizo y regresó a la normalidad. Una que le dio un puñetazo de dignidad. ¡Qué vergüenza! Axel se mordió los dedos al mismo tiempo que su otra mano jugueteaba con la punta de la bufanda de Nathan. Dios. Dios. Creía que se le iba a salir ahí mismo el pulmón de tanto hiperventilar.

Axel nunca había llevado encima ninguna prenda de un alfa —ni siquiera la de su hermano menor—, así que se sentía raro. Raro bien. Como medio protegido. La conexión entre alfas y omegas debía ser la razón a ese efecto, ¿verdad? Porque de lo contrario significaría que se había enamorado de... No. No. Axel se rehusaba a aceptar que había caído en la trampa evolutiva diseñada para la reproducción de especies.

Unos murmullos lo trajeron, por tercera vez, a la realidad. Axel echó una mirada de costado a las empleadas administrativas de turno noche. Ellas hablaban de él, y solo bastaba con verlas señalarlo muy disimuladamente. Axel tosió con falsedad y se acomodó en el asiento para acostar la cabeza en la columna que lo separaba de las jaulas.

Cuando la policía los detuvo por un control de rutina en la carretera, Axel ni siquiera sabía que esperar. Los símbolos de autoridad siempre pudieron con él, los uniformes, sus armas, y sus miradas de falso heroísmo. Como esperaba, el hecho de que Nathan no cargara encima sus papeles —salvo el carné de identidad— se tradujo en una minuciosa requisa a la camioneta.

Se supone que alguien tan agradable como Nathan, no debía tener nada malo. Alguien que ayuda a omegas desmayados y los lleva a casa. Vaya que se equivocó.

Nathan era un peligroso traficante.

—Te traje café, y una dona —apareció Nathan sonriéndole y hasta podrían salir pequeños ángeles en pañales con trompetas. Axel frunció el ceño—. ¿Qué pasa? ¿Quieres de otro sabor?

Un traficante, uno peligroso, no lo olvides, Axel.

—No, está bien —Axel agarró el café y se calentó las manos—. Quiero irme, Nathan.

El alfa asintió.

—Voy a fijarme eso. Ahora vuelvo.

Encontraron las drogas en una de las cajuelas de la camioneta. Todas acondicionadas en una bolsa etiquetada de laboratorio. Nathan se excusó en que pertenecían al hospital Ross donde trabajaba de interno. Eso no fue suficiente para contrarrestar la molestia de los agentes que decidieron llevarlos a la delegación bajo el cargo de tráfico de narcóticos, y, por supuesto, secuestrar la camioneta.

Señorito DesconocidoWhere stories live. Discover now