Capítulo 7.

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—Ycvm

Reencuentro.

El cuerpo me crujía. Podía sentir la sangre escurriéndose por cada parte de mí, como brotaba por la nariz, estómago y rodillas. El dolor era palpable en mi espalda, siguiéndole el de mi quijada y como sentía uno de mis dientes moverse por si solo.

La vista de momento se me nubla, las manos me pesaban al igual que la respiración. La cabeza me daba vueltas, mientras uno de mis pies estaba esquinzado.

Tomo como puedo aire, pero la sola acción hace que me duela el pecho. Intento recostarme de la pared, pero falló volviendo boca abajo al piso.

Sabía que podía ser peor. Y muy en el fondo, sabía que mi padre daría el ejemplo conmigo.

Una tos estrepitosa sale de mi garganta, soltando un líquido desagradable. Aguantando la agonía de mi cuerpo, llevo mi mano a mis labios percibiendo la pesadez de la sustancia. No sabía si había vomitado o expulsado sangre o, tal vez ambos.

No podía más. No podía sentir nada. Los ojos se sentían cansados al igual que todo el resto de mi anatomía.

No fue la primera vez y dudo que sea la última, pero se siente como ninguna otra antes causada.

Parpadeo varias veces para no dormirme, pero se me estaba haciendo imposible. Los párpados simplemente caen dejándome en la oscuridad.

La tierra bajo de mi se mostraba filosa y rocosa, sensible ante mi piel. El olor a sangre era molesto, pero más intenso y agobiante era el de la gasolina que estaba impregnado en todo el lugar, logrando marearme aún con los ojos cerrados.

Pasos se escuchan, voces, gritos llegan a mí poco audibles.

—¡Apártense! —logro escuchar una voz femenina molesta.

Los pasos se acercan cada vez más, hasta que siento como manos se posan sobre mi, enseguida hago una mueca apenas tocan el costado de mí cuerpo.

—¡Cuidado, idiota! —rechista la misma voz de antes.

—Sejmet… ¿Me escuchas? —otra voz angustiada se hace presente, está vez varonil.

Suelto un quejido al sentir como me levantan. Quedó en los brazos de una persona pudiendo sentir su calor, pero me era imposible ver su rostro. Mi vista falla al intentar varias veces abrir los ojos, dejándolos entrecerrados lo cual solo me permite ver una sombra oscura y borrosa.

—Ey… Estarás bien, de eso me encargo yo —dice la persona que me sostiene, pudiendo percibir la vibración de su voz.

Me sentí segura al instante y, me deje llevar, dándole nuevamente paso a la oscuridad.

¡Ay, fuck!

Parecía que toda yo fui aplastada y triturada por una manada de elefantes, caballos y, porque no, también un camión que transportaba cemento.

De mi boca sale un quejido seguido de una exclamación.

Aunque, no pudiera mover mucho el cuerpo, lograba sentir cada parte adolorida.

«—No quiero, papi…

—Algún día necesitarás defenderte, por eso hacemos esto. Tú serás un arma, pequeña Hana —una sonrisa nace en él, orgulloso, pero ya no podía sentir lo mismo.

Estaba cansada. Y no podría resistir.

Vamos, si puedes. Me reporto una y otra vez.

Solo tengo diez años, ¿por qué debo soportarlo?

LA SAYÓN | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora