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"Lamento lo que pasó en la escuela. No te preocupes, no volveré a ser una molestia para ti, y agradezco el tiempo que pasamos juntos.

Has sido mi primer amigo, tengo muchos sentimientos hacia a ti y hoy planeaba confesartelos, tal vez ser más que tu amigo, con suerte poder llamarte mi novio algún día; pero creo que el único que se sentía de esa forma era yo.

Siempre he sido yo, ¿no es así?

Una piedra en tu zapato, un obstáculo para todos, alguien que jamás llegó a dar la talla... Lo siento, ese no era el punto.

Por eso, creo que la mejor manera de demostrarte mi agradecimiento es dejándote en paz.

Suguru Geto, gracias por haberme demostrado que tener esperanzas no era tan malo, siempre y cuando no esperes que algo sea eterno, porque ahí es cuando las cosas duelen.

Te deseo lo mejor. Sigue adelante, eres buena persona y no dudo que algún día vas a cumplir tus sueños y metas.

A pesar de todo, quiero que quede en claro una cosa. Lo que sentí por ti fue real, yo siempre te he querido desde el primer día en que te conocí. Y si no te lo dije antes, para que no quede nada al aire:

Te amo Geto.

Antes de conocerte, creí que el mundo era un manto de profunda oscuridad, sin embargo, cuando llegaste, supe el porqué hasta la noche tiene una luna y muchas estrellas. Nada puede ser totalmente malo, y a su vez, nada puede ser completamente bueno.

Gracias por todo, pero en especial, por haberme dejado disfrutar este instante llamado vida, a tu lado.

Adiós, a mi único amigo, a mi primer amor.

Solo tengo una petición que hacerte y es que no mires atrás, sigue adelante, vive, ríe y sueña por los dos, y en otra vida, por favor déjame permanecer a tu lado."

El pelinegro llamó al teléfono del albino una y otra vez sintiendo cómo los nervios se apoderaba de él, pero al ver que este ni siquiera se digna a a rechazar la llamada, se preocupo aún más.

Uno de los guardias de seguridad le dio un puñetazo al haber intentado entrar por la fuerza hacia la mansión, dejándolo tirado en el suelo con el labio partido, antes de advertirle en un par de ocasiones mas que llamaria a la policía si no se iba de inmediato y cuando intentó advertirle lo que estaba sucediendo, el sujeto le cerró la reja en la cara, dejándolo allí con los nervios a flor de piel.

No obstante, Suguru no iba a rendirse, no otra vez, no iba a dejarle ir.

Habían cosas que todavía quería hacer al lado del ángel que el cielo le mando; besos que deseaba robarle, caricias que no le dio, palabras de amor que aún no había susurrando a su oído. Era muy pronto para que Satoru se fuera de su lado, porque desde que llegó a su vida ya no sabía cómo era vivir sin esa bola de cabellos blancos persiguiendolo por los pasillos de la escuela, sin sus divinos ojos azules observándolo a mitad de clase cuando fingía estar distraído, sin sus besos sabor a fresas y sin la calidez de su delgado y fino cuerpo aferrándose a su torso cuando se sentía inseguro.

Por ello, camino al rededor de la reja rezando por qué no hubiera algún perro suelto por el patio. Aveces pensaba que Satoru tenía el mismo nivel de seguridad que la casa blanca podría llegar a tener, así que debía ser cuidadoso para que no lo atraparan, al menos no hasta asegurarse que su pequeño trozo de cielo estuviera a salvo.

Escaló las rejas, para después saltar al otro lado de estas, entrando en el jardín floral que daba directo al cuarto de Satoru, ubicado a un par de metros sobre este, empezó a buscar con desesperación la ventana que daba hacia el sitio y cuando finalmente alzó la cara, lo vio.

Eclipse (Satosugu) Where stories live. Discover now