7

411 50 46
                                    

Pánico.

Esa sería la palabra que usaría para descubrir la situación en la que estaba envuelto.

En cuanto se dio cuenta del golpe que Geto había recibido con tal de sostenerlo entre sus brazos una vez más, Satoru no tardó demasiado en pedir una ambulancia, quedándose a su lado y subiéndose en esta aún si los sirvientes y vigilantes trataban de obligarlo a quedarse.

El albino no iba a abandonar a su único amigo, mucho menos después de saber que sus sentimientos habían sido correspondidos por este, ¿Cómo iba a poder vivir sin el motor que lo hacía avanzar todos los días?

No deseaba averiguarlo.

El simple hecho de contemplar como sus labios empezaban a palidecer, al mismo tiempo que los médicos colocaban múltiples agujas en las venas de sus brazos le partía el corazón en mil pedazos; era su culpa, si no hubiera sido tan cobarde, tan egoista, si no hubiera elegido la salida fácil nada de eso hubiera sucedido.

Habían tantos hubieras plagados en el aire que planteaban miles de escenarios con diversos finales mucho mejores que el presente, lo estaban abrumando.

Los sonidos de las sirenas, las luces que cegaban sus ojos, el sudor frío recorriendo su frente y los pitidos de las máquinas que solo esas personas estudiadas conocían su función. Las manos le temblaban, el pecho le dolía, la cabeza le palpitaba y todo lo que deseaba era aferrarse nuevamente al torso de su amado, arrebatandole las agujas de sus brazos que seguro dolían, apartandolo de las frías manos ajenas para poder besarlo delicadamente y disculparse por haber sido tan estúpido.

Pero no podía, debía tratar de respirar, de calmarse porque de no hacerlo acabarían echándolo de la ambulancia y le impedirían acompañarlo hasta el hospital.

Finalmente llegaron al lugar en donde a Suguru le brindaron atención inmediata, y a su vez, fue separado de su compañía, quien por más que quiso acercarse un poco más sabia que no haría más que estorbar en el trabajo del personal que podría salvarlo.

Sin tener la capacidad de soportarlo un poco más, corrió hasta los baños sintiendo como la nada absoluta trataba de devolverse de su estómago.

Aunque quisiera, no tenía nada más que agua para vomitar, y por más que tratara de parar, su cuerpo temblaba cual cachorro asustado por lo que pudiese suceder.

Una vez que terminó, con nada más que fuerza de voluntad trató de pararse del piso, evitando a toda costa ver el reflejo de su cansado y pálido rostro, tan blanco como una hoja de papel, con la mirada repleta de culpa, de tristeza, con sus típicas ojeras decorando debajo de sus ojos, provocando que se viera casi como un enfermo de película.

Todavía esperaba que un tenue calor en volviera su frío y tembloroso cuerpo, lo sostuviera porque estaba apuntó de desplomarse, sin embargo, al observar su reflejo, se tomó con una ausencia detrás suya que le recordaba que lo que aconteciera de aquí en adelante, sería su responsabilidad.

Los minutos se volvieron horas, y las horas se sentían como una eternidad en la sala de espera. El olor a desinfectante nunca le había agradado del todo, mucho menos la baja temperatura del blanco hospital, o las ambulancias resonando en la lejanía como presagio de alguna que otra desgracia.

En la primera hora recibió un par de llamadas de su abuelo, quien suponía apenas se estaba enterando del fatal acontecimiento, no obstante, hizo caso omiso a sus advertencias de que iría a buscarlo si no regresaba a la mansión inmediatamente, y bajo esta advertencia, lo único que hizo fue avisarle a Fushiguro en donde estaba su amigo y ponerlo al tanto de la situación en caso de que a Gojo lo sacaran arrastras del hospital, puesto que no estaba dispuesto a regresar por su propia voluntad.

Eclipse (Satosugu) Where stories live. Discover now