La pesadilla de Albert

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Caminaba tomado de la mano de Daniel. Como era habitual, nos escapamos después de la revisión para pasar tiempo juntos en la capilla abandonada. Las estrellas brillaban con más fuerza, como si lucharan en contra del frío que agitaba el ambiente y calaban mis huesos. Aún no iniciaban las primeras nevadas, pero en el aire ya se sentía el feroz invierno. No importaba el frío, llevaba puesta la bufanda que Daniel me dio. Era uno de mis mayores tesoros, aparte del anillo que me hacía soñar con una voz que me aconsejaba. Daniel dijo que haríamos algo especial en ese día, debido que ya no estaría en la próxima semana. Estaba un tanto desanimado por su graduación, yo también, pero intenté mantener el ánimo. Me asfixiaba y estrujaba el corazón la idea de pensar que él ya no estaría conmigo para las primeras nevadas.

Mientras caminábamos, Daniel, serio y consumido en sus pensamientos, fumaba un cigarrillo. El único sonido que nos acompañaba era el de nuestras pisadas y el aire silbando. El inicio del invierno se llevó consigo el sonido de los grillos y pájaros. Me pareció más tétrico el entorno que de costumbre. Parecía que los árboles se tragaron con sus gruesas raíces las tumbas olvidadas con el tiempo y tomaron su lugar en el bosque. En primavera, otoño y verano el bosque era ameno, sin embargo, en invierno todo se volvía una sepulcro enorme.

Entramos a la capilla abandonada. Daniel no encendió la linterna que llevaba consigo. Me extrañó, supuse que le bastaba la iluminación de la luna llena. Se filtraba en todos los huecos posibles, en los vitrales rotos y el traga luz de la cúpula. El entorno se tiñó de un azulado tenue. El polvo que revoloteaba por el lugar parecía de plata cuando la luz lunar lo tocaba. Me sentí en paz. Daniel se sentó en uno de los alargados bancos. Las cuarteadas esculturas de los santos fijaron su saltona mirada en él. Tomé lugar a su lado y sostuve su mano mientras lo miraba consumirse con el cigarrillo que fumaba. Al tirar la colilla en el empolvado suelo, me sonrió tiernamente.

—Lo siento por estar tan callado. Es insoportable la idea de pensar que no te veré más por un largo tiempo.

—Lo sé, me duele el corazón —dije lloroso.

—Lo siento, no deberíamos hablar de esto —murmuró pensativo.

—Pensemos en el futuro —sugerí y retuve las lágrimas—, cuando nos volvamos a reunir. ¿Qué será lo primero que haremos? —pregunté.

Daniel se levantó y caminó hacia el altar. Quedaba en el muro la silueta de un crucifico. Le seguí. Levantó su cara hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Vi sus ojos iluminarse como si hubiera carbón encendido dentro de sus pupilas.

—No lo sé, Isaac. Lo que tú quieras —respondió decaído.

—¿Estás bien? —pregunté dudoso.

En la mirada de Daniel había algo extraño, era la primera vez que la miraba así, evocaba el recuerdo de un demonio rencoroso.

—Lo estoy. —Se plantó en frente de mí—. ¿Sabes que te amo? —preguntó con una encantadora entonación que no cuadraba con su mirada.

—Sí... —Asentí desconcertado.

—Eres lo mejor que me ha pasado. —Esbozó una encantadora sonrisa—. Eres un chico noble, demasiado noble. Tengo tanto miedo de que alguien quiera aprovecharse de tu bondad ante mi ausencia. Eres muy vulnerable, Isaac. —Se desvaneció la sonrisa—. Sabes, creo que te enamoraste de mí porque en el momento en que te conocí nadie más te quería y se fijaba en ti. Claro, repelías a los demás con tu locura. Pero ahora que sabes qué es el amor, dudo que estés conforme con escribirme. Buscarás alguien para satisfacerte mientras no estoy.

—Claro que no. —Fruncí el ceño—. ¿Qué estás diciendo, Daniel? ¿Bebiste? —Retrocedí unos pasos.

—Estoy diciendo que no quiero compartirte con nadie más. Si no estoy para vigilarte, estoy seguro de que los buitres de Terrence y Albert irán detrás de ti. En especial Albert, reprobó el año a propósito para estar contigo, estoy seguro. —Caminó lentamente hacia mí—. Y Terrence te quiere tanto que por un tiempo tomó tu lugar, pero no era suficiente. Él no se puede comparar contigo. Sé que cuando no esté, ellos querrán alejarte de mí.

—No. —Negué con la cabeza—. Daniel, te haces ideas equivocadas. Ya te lo dije antes, Albert es solo mi amigo y Terry ya no me habla —aclaré alterado.

—Tienes razón. —Llevó su mano a su cabeza—. No sé en qué estoy pensando. —Soltó una extraña risita—. No me siento yo mismo. Muchas ideas... cruzan en mi cabeza y no paro de pensar cosas horribles e imaginarte en los brazos de otro.

—Sueles ponerte extraño cuando una situación te supera —lo justifiqué.

Se abalanzó a mí y me abrazó, lo correspondí. Posteriormente, me otorgó un breve beso dulce.

—Es la bufanda que di, se ve bien en ti. Eres hermoso. —Besó mi mejilla—. Oh, pero la tienes mal puesta —dijo sonriendo.

Daniel acomodó la bufanda alrededor de mi cuello. Las lágrimas escaparon de mis ojos y surcaron mis mejillas. Sabía lo que iba a suceder, lo soñé, pero lo olvidé hasta estar justo en ese momento. No había vuelta atrás.

—Te amo —le aseguré lloroso—. De verdad, te amo.

Daniel sacó la navaja que ocultaba en su abrigo, en un suspirar, la clavó repetidas veces en mi torso. Sucedió todo demasiado rápido, no pude reaccionar.

—Lo siento, lo siento, lo siento —dijo ido mientras seguía clavando el filo de la navaja en mis entrañas—. Yo también te amo, con todo mi ser. Te llevaré conmigo... como un fantasma. Cumpliré con la condena que me impusiste, el vivir para hacer realidad mis sueños, pero no te dejaré para otros. Serás mío para la eternidad.

Sostuve la mano ensangrentada de Daniel y frené sus ataques. El dolor aún no llegaba para mí en ese momento, estaba fuera de mí mismo. Escurrió sangre de mi nariz, me costaba mantener el aire en mis pulmones. Comenzaron a arderme las cortadas. Era tan irreal y repentino todo. Por un momento me vino a la mente Albert, cuando él me contaba que soñó con mi muerte. Sonreí, sin saber bien el motivo. Me derrumbé en el suelo.

—No te disculpes... —murmuré—. Te seguiré amando... y no estoy enojado. Esto es de... —Exhalé con dificultad aire— cierta manera confortable.

Miré borrosamente el techo empolvado de la capilla.

—¡Isaac! —Se derrumbó a mi lado y llevó sus manos en las heridas—. ¿Qué hice? No, no mueras. Lo siento. —Sus cálidas lágrimas cayeron en mi rostro—. No... esto es imperdonable. ¿Por qué lo hice? ¿Por qué destruyo todo lo bueno que hay en mi vida? ¡Isaac! —gritó desgarrado.

Daniel me tomó con sus brazos y me abrazó mientras lloraba desconsolado.

—Da... —intenté hablar, pero no pude hacerlo más.

Lentamente mis sentidos me abandonaron. Queríadecirle que no se preocupara, que fui feliz a su lado y no me arrepentía denada.

Daniel me dejó en el empolvado piso. Mi sangre tibia se encharcó debajo de micuerpo. Ladeé mi cabeza y tuve una vista borrosa de Daniel iluminado por laazulada luna. Con la misma navaja afilada con la que me atacó, se abrió lasvenas de sus brazos. Quise pedirle que parara, pero no pude hacerlo. Al final,cumplíamos la primera promesa que nos hicimos, de morir juntos. Se acostó a milado y después de darme un tierno un beso, tomó mi mano. Sonreí antes de quetodo se oscureciera por completo. No obstante, recordé las estatuas de lossantos, esas que esperaban por aprisionar a los muertos en el internado y obligarlosa vagar por el lugar. Odiaba la idea de imaginar a Daniel rondar sin rumboalguno por el internado, atrapado en sus pecados, en su tristeza y solo; sin quenadie pudiera abrazarlo y animarlo. No quería morir preocupado.



---Nota de autor---

Gracias a todos por sus hermosos comentarios, lamento si no logro responder a todos. Les aseguro que los leo y me animan mucho para seguir compartiendo mi arte con ustedes. No olviden compartir la obra con otros y así llegue a más gente.  Me gustaría a futuro ver una serie inspirada en mi libro. 

Espero que les hubiera gustado la obra. 

No lloren por mí, ya estoy muerta.


Broma, hay más capítulos jejeje. 

Teorías acá. 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora