El final que soñó

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En una noche que descansaba en mi habitación, consolado con el sonido del viento de invierno filtrarse por los barrotes del ventanal, escuché un golpeteo extraño. Permanecí inmutado ante el sonido, supuse que tal vez era un fantasma rondando por el lugar. Miré el techo blanco y percibí un color azul índigo en el ambiente que me hacía sentirme parte de un ameno sueño. Volví a escuchar el extraño ruido. Me levanté de golpe de la cama y caminé hacia donde provenía el sonido: el ventanal. Recorrí las cortinas. Un gancho metálico rodeaba uno de los viejos barrotes. Y entonces, sorpresivamente, en la espesura de la noche que arrastraba consigo el bosque, un trazo intenso de luz cortó con la oscuridad y apareció enfrente de mí un rostro familiar: uno pecoso de ceño fruncido y labios color sangre.

—¿Daniel? —incrédulo, murmuré su nombre.

Inmutado, contemplé los ojos que evocaban la luz estival.

—No hagas ruido —murmuró en voz baja con la entonación amable y llena de confianza que recordaba.

Vestía totalmente de negro y de su gorro oscuro, adornado con copos de nieve, escapaban algunos mechones dorados de su cabello. Me otorgó una sonrisa tierna que de alguna manera logró sacudirme y sacarme de la irrealidad en la que me sentía emergido.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sorprendido.

—He venido por ti para que nos hagamos otro tatuaje juntos. —Dejó la linterna en la cornisa del ventanal y sacó de la mochila que llevaba en la espalda una segueta para metales—. Debemos estar siempre juntos. —Comenzó a serruchar uno de los viejos barrotes—. No puedo sin ti, no. No me importa que mi psicóloga me dijera que no debo depender de los demás para ser feliz. Tú me haces más que feliz. —Serruchó con más con fuerza—. Te llevaré a todos lados conmigo, le diré a los demás que eres mi mejor amigo, pero te procuraré como el mayor tesoro de mi vida —dijo sonriendo mientras se agitaba serruchando—. Jamás nos volveremos a separar. Seré tu familiar y tú el mío, no necesitaremos de nadie más para ser felices... No puedo sin ti, Isa. Al estar lejos de ti es un infierno. —Mordió ligeramente sus labios mientras serruchaba con todas sus fuerzas el barrote.

—Estás loco —le susurré emocionado.

—Tal vez, pero la única persona que me mantiene cuerdo está en un loquero —dijo burlón y atacó el otro extremo del barrote—. Por suerte sigues siendo el mismo huesitos y con que quite uno bastará —susurró agitado.

Mientras Daniel cortaba el último extremo restante del barrote, me apresuré en cambiar mi ropa y guardar en una mochila mis pocas pertenencias. Tomé a Luna del cajón donde vivía y la oculté en el bolsillo de mi abrigo. Sacó el barrote y mi corazón se volcó. Que estuvieran oxidados y huecos facilitó todo. Mientras descendía por la gruesa soga, miré el cielo, las revoltosas nubes de invierno lo cubrían por completo. Me causó gracia que lo conocí en un invierno, me despedí de él en invierno y me reencontré con él de nuevo en invierno.

Al llegar al suelo, respiré el aire de la libertad. Daniel, sudoroso y sonriendo, extendió su mano. La pregunta que me agobiaba emergió: por qué existía, cuál era mi propósito en la vida, qué debía hacer con esta y si era correcto que escapara. Entonces, callé mi mente y tomé la mano ofrecida. Daniel me sonrió como la primera vez que lo hizo cuando lo vi en el internado. Lo sabía, únicamente él era capaz de hacer tanta locuras, vivir por encima de la imposición de los demás y ser tan caótico como un terremoto. Para mí, Daniel era el concepto que tenían los dioses sobre los humanos de verdad, los que no se contienen y viven al límite en el nombre del amor; caprichosos, aventureros, tercos, valientes, peligrosos, necesitados de amor y viviendo al límite con sus emociones de guía.

—Tú me salvaste, ahora es mi turno —dijo sonriendo—. Es mi deber apoyar y estar cerca de quien me ayudó a ser mi mejor versión de mí.

Fijé mi mirada en sus ojos de sol. No entendí por qué sus palabras me causaban melancolía y tristeza, tal vez por lo irreal que eran. Daniel tomó mi fría mano y me llevó consigo por el bosque, donde la oscuridad nos tragó y nos convirtió en sombras.

Era verdad, la muerte era tentadora. 

-----Nota----

Falta un capítulo más y epilogo. 

Aquí dejo mi hombro por si quieren llorar y darme queja de algo. 

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Where stories live. Discover now