Excusas para acercarse a los chicos lindos

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Era un día muy grisáceo, desde la ventana se veían espesas nubes dominar el cielo

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Era un día muy grisáceo, desde la ventana se veían espesas nubes dominar el cielo. Me encontraba en la habitación de Daniel. Le daba de comer a Luna mientras le contaba a él lo que me pasó el domingo. No mostró asombrado, al contrario, me dijo que era algo común.

—Las chicas siempre buscan excusas para acercarse a los chicos lindos —afirmó despreocupado.

—No —negué con la cabeza—, ella estaba muy interesada en saber sobre su hermano. Estaría igual en su lugar.

—Tal vez lo amaba. —Se encogió de hombros y llevó su cigarrillo en sus labios.

—Tienes ideas extrañas. —Torcí ligeramente la mueca.

—No, bobito. Tengo malicia, algo que a ti te falta. ¿Qué opinas de Cristal? —preguntó Daniel y después le dio una fuerte calada al cigarro.

—¿Quién es Cristal?

—La monja que nos cuidaba. —Se rio—. Es muy mona, tiene carita de muñequita. Pronto la tendré en mis manos. —Sonrió complacido.

—¿En tus manos?

—¿Sabes por qué me expulsaron de mi antiguo colegio? —Clavó su mirada en mí y exhaló el humo de su cigarrillo a mi dirección.

—Aún no me has contado. —Me abaniqué con mi mano.

—Tenía un romance con uno de los profesores —contó burlón.

—¿Qué? ¿No quisiste decir profesora? —Sorprendido, le miré el rostro.

No le creí, era demasiado absurdo. Por un momento pensé que lo decía para hacerse el interesante.

—Es muy lindo. Hace poco cumplió los treinta años. Buen cuerpo, inteligente, talentoso y me gusta su vozarrón —contó y su mirada de sol se volvió un otoño pasado.

Tiró por la ventana el cigarrillo. Caminó hacia la cama y tomó a la ratita en sus manos. La contempló con una tierna mirada que decía «te quiero».

—Es difícil de creer...

—Es un tabú, uno muy común en estos lugares. Nos descubrieron, a él lo corrieron y a mí me expulsaron —dijo con una triste entonación que opacaba su amabilidad.

—¿No le extrañas? —pregunté.

—Para nada. —Frunció ligeramente el ceño—. Solo lo usaba, aunque él creía que era al revés. —Sonrió como si se hubiera contado un chiste interno—. Me sentía un poco libre en sus brazos y era reconfortante.

—¿Por qué reconfortante?

No respondió. Caminó con Luna en manos y la regresó al cajón donde vivía. Fue a la cama y se echó.

—Ven, acuéstate a mi lado. —Tamboreó el espacio libre a su lado.

—Me da vergüenza —confesé la verdad.

Cuando cierro los ojos se van los santos (Pronto en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora