Prólogo

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Se escucha la alegre melodía instrumental de las cuerdas. Las voces contentas de los nobles en el palacio, y los felices plebeyos, danzando alrededor de las fogatas. Son sociedades distintas, pero celebran una cosa en común: El pequeño sol del imperio se ha convertido en emperador y único sol, además de casarse. 

Hay personas a las que no le parece bien, porque es un emperador muy joven.

Tienen razón.

Katsuki tiene diez años, es un alfa en crecimiento y se negó rotundamente a que algún regente noble gobernara mientras el era menor de edad dando una amenaza bastante buena: Se suicidaría si algún regente estaba a su lado.

Puede gobernar a su corta edad, está seguro. No hay nada que no pueda hacer y tiene un coeficiente mucho más alto que el de hombres adultos, letrados y eruditos en palabra. 

Es un niño bendecido, y se le otorgó la oportunidad de gobernar, con una sola condición: tendría que casarse inmediatamente.

De algún modo, necesita una ayuda, alguien que lo apoye. No sería un regente, sino que una emperatriz. Su esposa.

Y ahí está. No entiende en lo absoluto como ese omega callado, cubierto por ese velo que no se ha quitado desde que llegó al palacio, sería de ayuda para él. 

Lo único que ha visto en todo el día, desde que salió a recibirlo hasta su ceremonia de bodas, es sus manos pecosas, cicatrizadas y una pequeña visión del cabello verdoso que sobresale un poco del velo.

No sabe como es su rostro, y eso le harta, porque odia no saber. 

Por cultura de su "esposa", no se le ha permitido verlo. Sí, es un extranjero.

Se debe recapitular un poco. Katsuki se casó, y con un omega del que no sabe nada más que es mayor que él por unos años. Ahora es el emperador, y él su emperatriz, sin siquiera conocerse o saber si podrían convivir durante muchos años.

De acuerdo, necesitaba ver urgentemente como era el tipo con el que lo habían casado. Aquel que la facción noble envió para controlarlo.

—Quitate eso.

No debería hablarle así, pero, ¿qué importa? Es un niño, y es el emperador, puede hacer lo que se le de la gana. No le preocupa que sea mayor que él y que le saque una cabeza de altura, pues como alfa, ya es bastante alto y aún debe crecer mucho más. En algún momento, Katsuki sería más alto que ese omega.

—¿El velo, mi señor?

El lenguaje formal le da asco, pero la voz del omega es dulce, tranquila y fluye como un manantial.

—Sí —responde el niño, incomodo ante la sensación en su pecho. Es la primera vez que ha visto un omega desde su primer celo. Ya no lo dejan acercarse a ningún omega de su edad, porque solo debía guardarse para su emperatriz—. Quiero verte. ¿No te molesta? Has estado todo el día con eso. 

—Solo me lo puedo quitar si mi marido lo autoriza, porque él debe verme antes que nadie. Una tradición de mi país, mi señor. ¿Está autorizando que me lo quite?

—¿Le debes obediencia absoluta a quien se casó contigo? 

La sorpresa es clara, ¿qué tipo de tradición ridícula es esa?

—Soy omega, no valgo nada por mismo, mi señor. Mi país dejaba claro como se me debía tratar por mi segunda naturaleza.

—No me gusta —Katuski niega, frunciendo el ceño—. Somos libres de hacer lo que queramos. Incluso yo puedo hacer lo que quiero, y soy un niño. Es estúpido.

El omega suelta una pequeña risa. Menea un poco su cabeza, y luego alza una de sus manos para quitar delicadamente el velo que lo cubre.

Cuando aquella tela deja de cubrirlo, Katsuki queda perplejo. El cabello verdoso que había visto antes, ahora está alborotado en pequeños rizos, que caen sobre su frente y ojos. El omega aparta esos mechones, dejando ver aquellos iris jade. A pesar de que lo no mira directamente, puede comprender que podría perderse en la ensoñación de sus ojos.

Un rostro hermoso, eso es. Simétrico, fino, elegante y a la vez adorable. Una constelacion increíble de las ocho pecas en sus mejillas, y el resto, menos notorias, esparcidas por el resto de su piel un poco bronceada.

Su mirada baja por lo poco que el traje deja de ver de su cuello, y se detiene ahí, porque tiene aquel collar que impide a alguien morderlo.

Sabe que esa mordida solo es para los que se aman, porque jamás se puede deshacer.

El omega nota la mirada en su cuello, y sonríe de lado, apenado.

Katsuki cree que es una linda sonrisa.

—Mi señor, este collar es por emergencia. Nadie aparte de usted me puede marcar, y hasta no ser mayor, usted no lo puede hacer.

—Tampoco quiero marcarte —replica el pequeño emperador, entrecerrando sus ojos—. Solo estás aquí porque se me obligó a aceptarte.

Tal vez el omega podría haberse sentido mal, si no hubiera estado tan acostumbrado al rechazo.

—Lo entiendo, mi señor. Seré una ayuda idónea en lo que se me pida.

El niño alfa, que apenas está comenzando a vivir su vida conociendo el peso de las palabras, y qué es ser realmente un emperador, observa con ese persistente y extraño sentir de su estómago —o quizá corazón—, al adolescente omega, que a su edad de diecisiete años, no espera nada más que ser útil y por fin tener alguna valía.

—No me has dicho tu nombre —murmura Katsuki—. Ni tampoco me miras a los ojos. Debes mirar los ojos de las personas cuando hablas con ellas.

Su rubí colisiona con ese jade, y efectivamente, casi se perdió en una ensoñación de cuentos.

—Izuku. No tengo apellido, lo lamento. —Izuku lo está mirando justo como le pidió—. Y, mi señor, no puedo mirarlo a los ojos si usted no me lo permite. En mi país, es una gran falta de respeto mirar a un alfa sin permiso, aún más si el que mira es omega.

Katsuki se está hartando. ¿Qué tipo de país era ese y por qué Izuku se niega a dejarlo ir? No puede entenderlo.

—Pues yo quiero que me mires. Siempre debes mirarme. Estemos hablando o no. Odio las personas que rehuyen mi mirada, ya sea por burla o por mismo enojo contra mi. Si puedo mirarte a los ojos, sabré siempre que estás pensando y no podrás engañarme. Te prohibo ser como el resto de los adultos que me creen un verdadero estorbo. Si vas a estar conmigo, al menos debes mirarme como tú emperador, y no como un niño.

—Por supuesto, mi señor.

—Y dejarás de usar el velo.

—¿El velo? Pero...

Ya podía notar la incomodidad de Izuku.

Katsuki se acercó un poco más, y tocó la mejilla del omega con más delicadeza de la esperada.

—El emperatriz de este imperio es hermoso, y es injusto que solamente yo pueda admirar tu hermosura. Quiero que todos te vean, pero si es demasiada tu molestia, simplemente haz lo que quieras.

Izuku entiende que es un niño, y que probablemente no sabe lo que dice, ni comprende que él realmente no es hermoso y ni siquiera debería ser admirado, pero de igual modo se siente agradecido, y el corazón le late un poco feliz.

Aquel niño, Katsuki, es una buena persona, y realmente cree que puede ser un buen emperador. Le ayudará en lo necesario.

—Mi señor —susurró Izuku, volviendo a bajar su cabeza en señal de respeto, luego de haber tomado entre sus manos la del pequeño alfa. Con su dedo índice, hace la señal de juramento de su país, y prosigue:—, useme como desee. Lo que quiera comunicar al consejo, lo diré por usted. Todo el tema que necesite de alguien mayor, lo haré por usted. Cualquier persona que se oponga a sus mandados, la quitaré del camino por usted. Soy su herramienta, y todo mi ser le pertenece. Cuando decida que ya no soy útil, que ya perdí mi valor, desecheme. No pondré peros ni quejas, tampoco pido nada más que me vea como una oportunidad para afianzar su imperio. Estoy a su disposición, es un juramento.

Para Katsuki, es la primera vez que alguien le jura de tan sincero corazón, con tantas ganas, el estar a su lado y serle fiel por siempre. Ni siquiera los caballeros le entregaron realmente sus seres.

Y ese omega, que fácilmente podría controlarlo, que es mayor, que viene como embajador de un país extranjero, que es el emperatriz del Imperio, le ha jurado mucho más de lo que esperaba.

El pequeño emperador asiente y aunque cree que ese matrimonio fue innecesario, tal vez y solo tal vez, no sea tan malo.

Eternamente, tú (Katsudeku + omegaverse)Where stories live. Discover now