Promesa.

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Día 6: Placas de metal.

La chica estaba recostada sobre el pecho de él, mirando con cierta tristeza en los ojos las placas en su pecho grabadas con su nombre.

Porco Galliard.
11 de noviembre.
19 años.

Aquellas placas les había dado el ejército de Marley para que los reconocieran si murieran en el campo de batalla. Sin embargo, no tenía mucho sentido, si ellos mueren probablemente sea por qué se los comió un titán o desaparecieron sus cuerpos completamente o les cortaran la cabeza era fácil que aquellas placas se perdieran o no, no sirven de nada.

—¿Estás bien? —preguntó Porco.
—Te pido por favor que dejes de ser tan imprudente —pidió dejando sus placas en paz para subir la mirada a él —. No quiero perderte, no puedo. No puedes dejarme sola —murmuró lo último con miedo en la voz.
—Pieck... —intentó calmarla, pero ella fue más rápida. 
—Te estoy hablando en serio Pock —clavó su mirada en él —. Porco por favor piensa antes de actuar, sé que debemos devolver el titán fundador, pero él tiene mucha fuerza y se convirtió dos veces seguidas en titán. No puedes simplemente atacar sin un plan...
—Pieck —susurro con dulzura evitando que siga hablando.
—Pock... Por favor... No quiero perderte. Entiende, perdimos a Marcel. No puedo perder a los dos Galliard. 

El rubio tomó su rostro con las dos manos acercando sus labios a los de ella, la azabache abrió los labios para que él pudiera dejar un beso en su boca, ambos se separaron unos segundos después para mirarse fijamente. La sola idea de que lo podría perder la aterraba, fue su amigo, su confidente y ahora su amante de guerra. No quería perder a la persona que ha significado mucho para ella.

— Pieck, cálmate por favor — imploro acomodando un mechón rebelde detrás de su oreja. 

No quería hablar de la misión o de la guerra. Solo quería disfrutar el momento con la chica.

—No. Pock por favor deja de ser arrogante y escúchame —esta vez ella tomó sus mejillas con sus manos acariciando su piel con sus pulgares—. Necesitas confiar en mí, hacerme caso, seguirme. Ya perdimos a muchos, no puedo perderte a ti también, yo no, no a ti, no aquí —apoyó la frente en la del chico ya no pudiendo ver la expresión nula de sus ojos—. Tienes que vivir conmigo, estar conmigo el tiempo que me queda —suplicó.

Porco sintió que su corazón se le comprimía en el pecho, tampoco quería dejarla sola, especialmente porque apenas habían empezado a reconocer los sentimientos que tenían uno por el otro, apenas habían tenido tiempo para ellos desde que atacaron Liberio. Hasta ahora, apenas tenían tiempo para abrazarse durante la noche. 

Tomó a la chica por los hombros y el bajo de su pecho, ella jadeó por la falta de contacto con él, Porco tomó la cadena que sostenía las placas de metal y sin decir nada, se lo quitó por la cabeza contemplándolas un momento. Marcel le había dejado sus placas y era el único objeto de Marcel que aún conservaba y lo ayudó a seguir adelante. Dejó un suspiro en el aire mientras puso la cadena por la cabeza de la chica, quien lo miró con confusión. 

—Porco —balbuceo tomando entre sus manos las placas de él y las suyas en su pecho. 
—Te las tienes que quedar —apretó los labios apenado—. Te amo, y si no vuelvo, si no sobrevivo...
—No —negó con la cabeza de inmediato. 

El Rubio ya no quería escuchar más la preocupación de ella, estrelló sus labios con los de ella, la pelinegra jadeo contra sus labios por la sorpresa, sin embargo, dejó que sus labios la tranquilizaran pasando una onda por todo su cuerpo desde sus labios a todos sus músculos. Sus manos acercaron más sus labios para que no se separaran. De esta manera ella no estaba sobrepasando nada, no estaba preocupada, solo dejó que se sintiera acompañada con él.

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