19. Victoria a medias

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Narra México.

Suspiré victorioso cuando Rusia me defendió frente a Moscú, aún tenía ese toque con el que lograba que Rusia hiciera lo que yo quisiera.

De pronto, todos vimos como Biel se desvaneció.

Cuando yo volteé a verla, ella ya estaba sobre el suelo, inconsciente.

Era de esperarse que Rusia fuese el primero en preocuparse por ella, pues el tipo se levantó de su silla y rápidamente se puso de rodillas frente a su hermana.

—Biel, Biel —repetía su nombre mientras trataba de despertarla.

—Ve por una limusina —le ordené a Moscú—, rápido.

El mencionado me miró con un tanto de disgusto, era de saberse que no le agradaba en nada, pero aún así se guardó su rabia y obedeció.

Volví la vista hacia mí "pareja", quién ya estaba cargando en sus brazos a su hermana menor.
Lo mejor que pude hacer fue abrir la puerta para que él saliera de la oficina sin dificultad.

No habíamos llegado a las escaleras cuando un par de guardias le quitaron de encima a la señorita y se la llevaron hacia la planta baja de la casa, pues afuera ya estaba una limusina esperándola.

Rusia y yo fuimos detrás de sus hombres hasta que ellos salieron de la casa y la subieron a la limusina.

El hermano mayor estaba a punto de irse junto con ella, pero lo detuve estando en el marco de la puerta principal.

Coloqué mi mano sobre su hombro y fue así como llamé su atención para que me mirara.
—Ru, no —le dije—, ella va a estar bien, mejor la esperamos aquí.

Era bastante peligroso el hecho de que ambos salieran a la ciudad y él mismo lo sabía.
Además, no me convenía que me dejara sólo ahí.

Finalmente el contrario se relajó un poco, me quitó la mirada y la dirigió hacia el frente.
—Quiero que me informen su estado de salud de inmediato —les dijo a los guardias que iban junto con ella.

Luego, no esperaron ni una palabra más por parte de su jefe y simplemente se marcharon.

Ya era un poco tarde, estábamos los dos a solas en la cocina. El día ya comenzaba a arreciar por lo que la temperatura estaba empezando a bajar, así que yo estaba tomando una taza de café.

—De acuerdo —decía Rusia mientras hablaba por teléfono—. Entonces, ¿ella estará ahí unos cuatro o cinco días?

Él estaba hablando con sus hombres, Biel estaba bien pero al parecer estaría un tiempo en el hospital.

—Síganme informando todo, ¿entendido?
Finalmente, su llamada terminó y guardó su celular en el bolsillo de su pantalón.

Se giró en un suspiro para verme de frente y luego se sentó al lado mío.

—¿Cómo está ella? —pregunté.

—Bien —respondió de inmediato—, no tardó en recuperar la consciencia, pero va a estar en el hospital unos días mientras le hacen unos análisis.

Me quedé en silencio mirándolo de reojo, se veía desanimado; algo que era completamente de esperarse, pues al ser la única hermana que le quedaba, se preocupaba más por ella que por cualquier cosa.

Suspiré adolorido por las heridas que todavía tenía en el rostro y luego posé la cabeza sobre su brazo.

—Va a estar bien —le dije—, ya no te preocupes.

Él simplemente guardó silencio y se enderezó para besarme la frente.
Solo sentí un leve dolor cuando sus labios empujaron mi piel, los moretones comenzaban a ser molestos.

Mantuve la mirada en mi taza de café.
Quería a Bielorrusia, era una buena chica que me amaba incondicionalmente, honestamente me preocupaba su estado de salud, pero mi mente estaba pensando en otros asuntos.

«Estuve a un milímetro de irme a la mierda», pensé «todo por culpa del idiota de Moscú, aunque también fue culpa mía por haberme confiado; ahora no solo Bielorrusia lo saben todo, sino también el pendejo de Moscú». Mi mirada divagó por el lugar, se me estaban complicando las cosas.
«Pero lo importante está hecho», dije en mis adentros «el trato ya está firmado, pero aún así necesito ver a USA y contarle todo lo que pasó».

—¿En qué piensas tanto? —escuché hablar a la gruesa voz del ruso.

—Nada importante —respondí, quizá iba a tener oportunidad de chantajearlo—, solo que no he ido a mi país en un tiempo y estaba pensando en cómo irá la producción y venta de "mercancía".

Rusia se quedó en silencio un momento, quizá no tendría la respuesta que yo esperaba escuchar.
—Si quieres puedes ir a tus tierras y ver cómo va todo —al final sí dijo lo que yo quería—, yo tengo que ir a Ucrania a revisar como van las cosas.

Enderecé el rostro y sonreí levemente con un poco de dificultad.
—¿Te parece si tú vas a Ucrania mientras yo a México, y nos vemos aquí en unos días? —propuse, sentía en la punta de mis dedos la oportunidad de salir de aquel país tan frío.

—No es mala idea —sonrió y volteó a mirarme—, pero con una condición.

Tan rápido como llegó su sonrisa se esfumó y fue remplazada por una expresión un tanto seria.
—Claro —le dije, aunque las condiciones nunca eran buenas—, dime.

—Quiero que Moscú vaya contigo.

Sus palabras reflejaban la desconfianza que me tenía, al parecer no lo tenía en la palma de mi mano, cómo yo pensaba.

Mantuve una buena expresión, no quería que se diera cuenta de que la idea me obligaba a cambiar de planes.

—Sí, no hay problema.
No me quedó más remedio que hablar con positivismo y luego besarle en los labios.

Rusia, por su parte, correspondió el beso y poco a poco fue acercándose más, metiendo su lengua dentro de mi boca, profundizando el beso.

Luego, sus labios fueron bajando por los moretones de mi rostro hasta llegar a mi cuello, dejando ahí una mordida.

—Pero no creo aguantar tenerte lejos tanto tiempo —me susurró al oído con una voz provocativa.

Me di cuenta de sus intenciones cuando sentí que una de sus manos me acariciaba el abdomen por debajo de mí camisa.

Coloqué mi mano sobre su cabellera y dejé que me mordiera y besara el cuello cuánto quisiera.

—¿No crees que es muy temprano para una despedida? —cuestioné. La verdad era que no quería tener sexo con él.

—Mmhh~ —gimió sin dejar de besarme el cuello—, pero quiero que nuestra despedida dure toda la noche.
Cada palabra suya salía de su boca con un tono de voz agridulce.

No tuve opción más que ceder.

Aparté su rostro de mí para poder verlo a aquellos ojos azules.
—Entonces vayamos a la habitación a despedirnos como se debe —lo besé.

No lo pensó ni un momento más y se levantó de su silla, para así tomarme de la mano y luego dirigirme hacia afuera de la cocina.

The slave of the gangsta's paradise (Countryhumans • México)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora