Los arrecifes de coral.

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Levantó una ceja, ciñendo en sus manos la revista más cerca de sí, dando vistazos fugaces a su alrededor como si acabara de descubrir el mismísimo secreto de la vida, la razón de la existencia del universo entero, y no quería que ningún otro lo supiera.

Era comprensible que resguardara su nueva nota con uñas y dientes teniendo la profesión que tenía. Dar exclusivas interesantes era parte fundamental a la hora de obtener el prestigio periodístico que anhelaba gozar en un futuro muy cercano.

Y cómo podía ser que ninguno de sus colegas hubiera sacado una nota respecto al tema que él encontraba tan fascinante en ese momento. La revista de ciencia que leía había salido esa misma mañana, e incluso en ella el artículo se leía tan banal y generalizado que se sentía en la (bendita) obligación de buscar al investigador de quien había sido citada la información para entrevistarlo personalmente.

«Jeffrey D. Isbell, biólogo marino de la Universidad de Essex.»

Bueno, ya tenía dos cosas en común con el tal Jeffrey: vivían en el Reino Unido y estudiaron en la Universidad de Essex. Excelente. Sería sencillo coincidir con él.

...

La credibilidad era el primer paso a dar para ser un periodista reconocido. Por eso necesitaba entrevistarlo personalmente, frente a frente para leer la verdad de sus gestos en cada respiro que daba. Jamás se atrevería a publicar verdades a medias, ni mucho menos verdades fabricadas. Primero se cortaba las bolas y empezaba a usar gomina en el cabello.

El número de contacto directo al laboratorio de biología de la famosa universidad le vino a las manos sin mucho esfuerzo. Un par de llamadas por aquí y por allá y listo, tenía lo que quería. Saber investigar siempre traía grandes ventajas.

—Buenos días. Hablo del Daily Mirror, ¿puede contactarme con el señor Jeffrey Isbell?

¡Claro! Permítame un momento, por favor.

La voz tan amable como efusiva de la mujer que le atendió le dejó esperando un par de minutos en el silencio sepulcral. Estuvo a nada de colgar el teléfono cuando escuchó ruidos de voces discutiendo de manera cada vez más comprensible para su oído al otro lado de la línea.

El biólogo le repitió incontables veces a su compañera que no quería contestar la llamada, recibiendo ruegos de vuelta para que pudiera leerlo en el famoso periódico. Al parecer, eso le hacía ilusión a la mujer.

¿Qué quiere?

Cuando la voz invadió su oído sacudió la cabeza, siendo tomado por sorpresa en su misión de aguzar su escucha a los cuchicheos anteriores.

Respiró hondo y procedió a soltar el discursillo inicial:

—Buenos días, mi nombre es Bill Bailey. Trabajo para el Daily Mirror y quiero hacerle una entrevista sobre su reciente investigación de los arrecifes de coral y-

No.

El biólogo le cortó la inspiración de tajo con esa voz rasposa y suave tan peculiar.

—¿Por qué no?

No estoy interesado. Gracias.

Le colgó. Y su mano azotó el teléfono de la oficina de vuelta en su lugar.

El tipo era un idiota de los buenos, pero no iba a darse por vencido. A más tardar, esa misma noche obtendría su entrevista, costase lo que le costase.

...

El cielo oscuro le camufló parcialmente frente a la linda casa de fachada minimalista, vestido con su conjunto de cuero negro cubriéndole la piel blanca, apenas alumbrado por las luces exteriores de la cervecería de a lado, pues las farolas averiadas de la calle no tenían el alcance necesario hasta su posición.

Volteó arriba, luego abajo de la calle inclinada, observando cuidadosamente a cada persona que de repente paseaba por ahí. Metió las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta para cubrirlas de la brisa helada de finales de noviembre, levantó la cabeza con la esperanza de que no lloviera, pues el agua y las motocicletas no se llevaban muy bien, y su adorada Harley-Davidson era su única compañía de regreso a su apartamento para esa noche.

Un hombre alto y delgado con una boina y un cigarro entre los labios se atravesó en su mirada, llamando su atención por motivos ajenos a los que le apremiaban en el área profesional... Aunque, ¿a quién quería engañar? También era un profesional en las áreas amorosas. Sus ojos le siguieron con discreción.

Jamás se le pasó por la cabeza que él fuera la persona que estaba buscando hasta que dobló por el caminillo de asfalto para subir los cuatro escalones que le elevaron a la puerta de la casa, en donde le abordó enseguida.

—¡Jeffrey! Mucho gusto en conocerte.

Expresó con total sinceridad, subiendo uno a uno los peldaños haciendo un gran esfuerzo para no inspeccionar sus atributos aprovechando la cercanía, aunque sus grandes ojos color avellana le facilitaron con creces el cometido.

Por otro lado, el biólogo no contaba ni con la más mínima idea de quién era el pelirrojo a su derecha con un lindo paliacate azul cubriéndole la cabeza y una sonrisa de engreimiento incluso mayor que el suyo. Imaginó la posibilidad de que se tratara del hombre que le contactó por teléfono de parte del famosísimo periódico o, en su defecto, de alguien mandado por el mismo para convencerle de realizar la entrevista.

—Sostenme esto.

Se quitó el cigarro de la boca, dándoselo al otro que lo tomó mientras él giraba la llave en la cerradura.

Con la misma agilidad que devolvió su llave al bolsillo, entró y cerró, dejando al joven pálido solo parado en las escaleras.

—¡Eres un idiota! —el de afuera recriminó, aventando el cigarro encendido contra la madera caoba de la entrada.

¡No vengas a mi puta casa, entonces!

Hubo una ligera distorsión en su voz a través de la caoba que Bill deseó derrumbar a patadas. El tipo podía ser el hombre más guapo que había visto en su intrépida vida, pero eso no le quitaba ni un gramo de idiotez.

En lugar de romperle la puerta o destrozarles las ventanas, respiró profundo para tranquilizarse y terminó sentado en uno de los escalones. A su izquierda halló el cigarro en el que descargó su molestía y caló su humo una vez antes de que se consumiera por completo. La próxima ocasión no fallaría.

...

"...Por cierto, ayer conocí a un biólogo maravillosamente afable e increíblemente respetuoso que me ha dado una entrevista exclusiva de lo más interesante acerca de cómo los frágiles arrecifes de coral podrían salvarse de la extinción. Imperdible, ¿verdad?

Así que no permitan que les cierren la puerta en la cara antes de poder comprar el diario de pasado mañana, porque eso sería una verdadera lástima. ¡Nos vemos pronto!"

—Axl Rose.

Escribió al pie de página en la sección de opinión que se había ganado arduamente, firmando con su ya conocido seudónimo entre los lectores del diario.

Una promesa era una promesa, mejor si era pública. Cumplirla significaba que tenía menos de un día para que el tal Isbell aceptara y le diera la maldita entrevista de una buena vez.

Menos mal que era un hombre de palabra.

El Barrio Holandés en la ciudad de Colchester, Essex, Inglaterra

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El Barrio Holandés en la ciudad de Colchester, Essex, Inglaterra.

¡Carajo, lo hizo!Where stories live. Discover now