La noche.

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—Finalmente alguien le hizo justicia a tu investigación. ¡Me encanta! —la mujer leía el periódico digital desde su celular, sentada en el escritorio a espaldas de Isbell—. Pero, ¿qué quiere decir con ese final?

El hombre discurrió sobre la declaración pública de ser un buen besador, pasando una mano sobre su cabello antes de girar su silla hacia su compañera con los hombros levantados y negando con la cabeza, fingiendo desconocimiento.

Luego, mientras ella seguía hablando, le devolvió la espalda para atender el mensaje que vibró en el teléfono inteligente en la bolsa de su bata. «¿Estás ocupado?», leyó en su chat con Bill. Probablemente era la pregunta que ambos habían estado esperando con ansias desde hace 36 horas cuando se vieron por última vez. «No. No queda nada por hacer en el laboratorio hoy», respondió. «¿Quieres que vaya?»

No vio venir esa contestación. La voz de la otra le sacó de sus pensamientos, sintiendo su silla siendo girada.

—Estuviste con Axl Rose, ¡dime! ¿Cómo te fue? ¿Cómo es él? —su cabello largo y rizado enmarcó su euforia.

—¿De verdad, Barbie?

—¡Sí! —Barbara lo jaló con su silla de escritorio hasta que encontró la suya para sentarse frente a frente—. Hemos leído sus opiniones por años, no me digas que no te emocionó al menos un poquito conocerlo.

—Sólo han sido dos años —la miró fijamente; a sus ojos le atañían cada uno de sus gestos—. Quieres conocerlo, ¿cierto?

Sus sonrisas acrecentándose fungieron como una respuesta mutua bastante obvia.

Jeffrey retomó su celular para invitar al pelirrojo que no conseguía sacar de su mente, eventualmente más emocionado de verlo que la primera vez.

...

—¡Axl! —la joven de cabello castaño claro se quedó pasmada frente a Isbell, quien la esquivó para saludar al hombre con un abrazo—. ¡Mucho gusto! Es un placer conocerte y tenerte aquí, no sabes cuánto se te aprecia aquí.

Bill la vio acercarse enloquecida con las palabras. Un intercambio de besos en la mejilla fue su saludo.

—Gracias por este afectuoso recibimiento, señorita...

—¡Lacey!, ¡Barbara! Bueno, cualquiera de los dos.

Jeff simplemente los vió, entretenido. Más todavía cuando la bióloga llevó al periodista a recorrer el extenso laboratorio medio vacío usualmente, desocupado en ese momento por la hora de salida.

Muestras de conchas y corales y filas interminables de microscopios. Salvo eso, el laboratorio no era muy diferente a una oficina común. Tal vez lo más destacable estaría al interior del cuarto resguardado con código que dejaron para el final.

Lacey intentó una, dos, tres veces equivocándose en el último número. Estaba nerviosa. Jeffrey le auxilió y cuando levantó la mano junto a la de su compañera, pudo verlo: los dos portaban el mismo anillo de oro en el dedo anular.

Suspiró en sus adentros; ya pensaba que era demasiado bello para ser verdad.

Los ojos avellana del otro hombre le indicaron que pasara. Le dio una sonrisa pequeña de cortesía antes de seguir a Barbara al interior de la habitación iluminada en azul.

Al menos una docena de acuarios de un metro de largo llenos de arrecifes de coral y algunos peces variopintos, todos con una paleta de luces encima entre azul y violeta.

Los dos investigadores comenzaron a explicarle el por qué de la iluminación tan específica y prefirió escuchar atentamente la información para dejar de pensar en los anillos gemelos sobre sus pieles púrpuras.

¡Carajo, lo hizo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora