El alba.

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Otra noche fuera de la casa del biólogo.

Bajó de su Street Glide sin despegar los ojos de la ventana de cortinas recogidas que, desde donde estaba, dejaba apreciar espectros de luces en la oscuridad. Ya estaba ahí. Un indicio de sonrisa le pintó el rostro, yendo directo a tocar al vidrio.

Tras tres toques dados con la punta de su llave, asomó la cabeza para ver qué alcanzaba a apreciar; una sala aparentemente espaciosa, ordenada, una pantalla de tamaño mediano que fungía como único punto de luz y un sofá de una plaza frente a ella, de donde sobresalía el bulto de la boina de tela que reconoció del día anterior.

—¡Sé que estás ahí, puedo ver tu estúpido sombrero desde aquí!

Trató de provocarlo, pero el hombre ni se inmutó.

La punta de su llave regresó a la acción para quedarse, picando incontables veces la superficie del vidrio, incluso recreando una que otra canción que se le venía a la mente, con una ligera variante en la letra para molestarle todavía más.

Vio el indicador de volumen de la pantalla a la alza,

"Hey! Je-Je-Jeffrey...!" —cantó con su profunda voz, todavía más alto para no ser opacado por el documental de peces que el otro veía.

De inmediato, el volumen descendió y la cabeza cubierta por la boina se asomó, mostrando una silueta oscura. Esa jodidamente atractiva cara le otorgó una expresión blanca, ininteligible aun estando el uno frente al otro con un delgado vidrio de por medio.

—Deja de molestarme, hombre.

Los colores verdosos con un toque cerúleo a la izquierda de su cuerpo resaltaban el puente de su nariz, la profundidad de sus mejillas y sus labios sugestivos. Si el vidrio no estorbara en su camino...

—Si te estoy molestando, hombre, ¿por qué no llamas a la policía?

Isbell lo observó con la misma curiosidad, con las luces de la cervecería a su izquierda dándole color a la cabellera y los labios rojizos, tropezando en sus ojos igual de verdes y azules que el mar bajo los rayos de sol más intensos.

—Me gusta Aerosmith.

La pequeña sonrisa de lado que la oscuridad no pudo resguardar le hizo tragar saliva en su ligerísimo, casi inexistente nerviosismo.

—Entonces... ¿puedes hacer algo por mí? —voz seductora y baja para obligarle a prestarle todavía más atención.

—¿Qué cosa?

Su hilo de voz en calma recorrió su espina. Carajo...

—Invitarme a cenar.

—¿Qué tan desesperado estás?

Y así era como una frase jodía todo el flirteo. Carajo.

—Quiero una entrevista. Lo sabes —se cruzó de brazos, harto de tener que rogarle con la cabeza mirando hacia arriba y a través de la puta ventana.

Su repentino enojo fue soplado lejos con la risa del biólogo, que lucía entretenido con tenerle de esa manera fuera de su casa. Justo cuando creía que no podía ser más lindo...

—Eres persistente —mantuvo su hermosa sonrisa para él—. Será un desayuno, mañana a las cuatro de la mañana.

—¿Estás loco? No hay ningún restaurante abierto a esa hora.

—¡Pasa por mí!

La cortina azul cayó, dando por terminada su interacción.

Biólogo hijo de... No, espera un segundo, ¡lo había conseguido! ¡Saldría con él! Es decir, para lo de la entrevista y eso, porque de ser otro el caso, estaría ahí dentro ahora mismo haciéndole cosas que nunca antes le habían hecho.

¡Carajo, lo hizo!Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum