El sueño.

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Giró para volver a subir las escaleras de la casa de Isbell. Era su segunda vuelta porque en la primera había olvidado su chaqueta, dándose cuenta demasiado tarde que su celular no estaba en ella.

No tenía que tocar, pues la puerta estaba emparejada aguardando la salida de los otros tres hombres. Con movimientos de cabeza arrojó su cabello bermejo detrás de sus hombros y empujó la madera de entrada, sin esperar que su primera vista al filo del marco sería la de Jeffrey besando al tal Duff como si lo hubiera echado mucho de menos. Es decir, mucho. Tanto así que ninguno de los dos siquiera notó su presencia.

Sus labios recibían y entregaban caricias impropias de un saludo amistoso o un accidente inesperada pero posiblemente tan teatral que terminara uno sobre la boca del otro... No. No, no, no, no. Era lo que era. Y lo que veía era lo que era. El chico con el que salía se estaba besando con su ex de tres años con quien, desde el primer instante percibió que tenía asuntos sin resolver.

Claro, "asuntos". ¡Y de qué tipo!

—Pudiste haberme dicho, Jeffrey —fue la frase que eligió para interrumpirlos.

El pelinegro saltó en su lugar, dirigiéndole la mirada de inmediato. Duff también lo miró, pero sus brazos de espagueti no hicieron más que enredarse alrededor del cuello de su ex novio.

—Esto no es así, no es lo que parece, Axl.

Se cruzó de brazos y el biólogo se soltó del abrazo del rubio, tratando de acercarse a él para aclarar las cosas. Aunque había poco o nada que aclarar. Agradeció que tuviera la decencia de darle la cara, porque debía recibir el puñetazo que no iba a guardarle por mucho más tiempo.

Bill golpeó a Jeffrey directo en la cara. Duff no dijo nada.

Luego de eso, Bailey caminó lejos de ellos, de la casa y, aunque tenía ganas de beber más alcohol, se alejó también de la cervecería contigua. No quería acercarse a esa zona por un largo tiempo.

—¡Axl, espérame!

Una chispa de emoción se encendió en su pecho al escuchar las palabras, pero tal como la cabeza de un cerillo contra la yesca gastada, la chispa no prosperó a llama y su ilusión se apagó cuando descubrió que era Slash (y no de Jeffrey...) quien lo seguía.

No esperó por él, pero al paso en que iba el moreno, lo alcanzó pronto.

—Son unos idiotas —comenzaron a moverse sus labios gruesos—, olvídalos.

No encontró una respuesta pronto, por lo que se quedó caminando a su lado, agachando la mirada al asfalto cuarteado de la calle hasta que la manera de proseguir vino a su mente.

—¿Estás saliendo con Duff?

Fue una pregunta inocente, y se tornó estúpida cuando la reflexionó. Obviamente tenían algo.

—Nah... —Slash negó con una sonrisa, que desapareció progresivamente debajo de su esponjada cabellera—, ya no...

Reinó el silencio.

...

Llegaron en taxi al club de la noche pasada, en donde, por supuesto, dejó su preciosa moto. Mal momento para buscar sus llaves, pero, por fortuna, las encontró en la bolsa interna de su chaqueta deportiva.

La Harley se encontraba justo en donde Jeff la había estacionado. Borró al hombre de su mente y se encaminó hacia su Street Glide con el de cabello rizado al lado.

Su compañía no había sido deseada, pero, pensándolo bien, no era ingrata. Medio año atrás, tuvieron su primera y última quedada acordada por medio de la aplicación móvil de citas en donde se conocieron. A ninguno de los dos le pareció grata la noche que compartieron juntos, pues era lo que la mayoría llamaría un mal sexo. A él le pareció especialmente desabrido porque Slash estaba tan borracho que conseguir lo que querían fue todo un martirio; tuvo que cargar su enorme culo hasta la habitación y, en ella, el moreno lo dejó insatisfecho al quedarse dormido a mitad del acto.

¡Carajo, lo hizo!Where stories live. Discover now