¡Carajo, lo hizo!

El mar.

Aceptó embarcarse en una expedición con destino a Nueva Caledonia con motivos desconocidos para su persona junto a un hombre tan guapo como misterioso cuyas primeras impresiones consistieron en colgarle el teléfono y cerrarle la puerta en la cara consecutivamente. Sí, debía estar muy, pero jodidamente muy enamorado.

Era aterrador pensar en ello, por una parte; hacía mucho tiempo que no se sentía de esa manera. A decir verdad, no recordaba siquiera haberse sentido de esa manera en sus enamoramientos previos... Por otra parte, jamás le diría que debía estar con Duff en su lugar. El rubio demente lo abandonó sin darle explicaciones, sin tener consideración de lo mucho que Jeff hizo por él. Y su inconsciente realizó una mezcla bastante grotesca entre el miedo de su descubrimiento, la historia que Jeffrey le contó acerca de la relación con su ex y esos nada placenteros recuerdos de la última vez que estuvo con alguien.

Mientras observaba el fino puente de la nariz de Isbell, vinieron a su memoria los fragmentos de su plática en el estacionamiento del bar de donde recogió su Harley. A diferencia de su sueño, fue el biólogo quien lo acompañó a recoger su motocicleta luego de sacar a los otros dos de su casa. Sintió la necesidad de cuestionar qué sucedió en su relación con Duff y Jeffrey no le negó una respuesta, a pesar de que pudo darse cuenta de que no tenía muchas ganas de hacerlo.

Palabras más, palabras menos, le contó lo que repasó en su sueño, excepto porque nunca mencionó que aún sintiera algo por el rubio. Y él no se atrevió a preguntarle.

Sus ojos inquietos miraron los labios del hombre dormido frente a él; se lamentó frunciendo la boca; ni siquiera en sus trémulos sueños podía volver a besarlo.

¿Y si se aventuraba a despertarlo de un beso ahora? No, eso tal vez sería una bandera roja para Isbell. Además, el aliento mañanero no solía ser agradable. Encapsuló su aliento en su mano derecha para darle un olfato, descubriendo que había tenido mañanas peores, pero igualmente no era apetecible.

Los ojos avellana se abrieron y se quedaron viéndolo fijo, parpadeando en su incredulidad. Estaba con el cuerpo girado hacia él, observándolo de cerca con la cabeza apoyada en su propia mano como un puto psicópata. Tal vez esa sí sería una bandera roja para el biólogo.

—¿No es muy temprano? —balbuceó el de cabello castaño, cubriéndose la cara con una mano, dándose la vuelta hacia la pared.

Bill se quedó en silencio, sorprendido de haber sido sorprendido en su maraña mental matutina. Por poco se olvidaba de los constantes vuelcos en su estómago debido a los movimientos apenas perceptibles del barco en altamar.

—Déjame aventarle algo o nunca va a levantarse —Barbara se irguió en la cama individual a su espalda, con el cabello esponjado y los ojos hinchados. Un esbozo de sonrisa desganada surgió en la chica cuando lo vio verla, y se cubrió media cara con vergüenza—. Es broma, sólo muévelo hasta que reaccione. No le gusta despertar temprano.

Su visión hacia la chica se volvió borrosa, se arrastró hacia abajo y culminó en otro vuelco de estómago. Levantó su cuerpo de la cama de un salto, sus ojos dieron vueltas, por lo que cerró los párpados con fuerza rogando porque el mareo pasara.

—Necesito ir al baño —murmuró, parándose en su pantalón de cuero y playera blanca.

—¿Estás bien? —Lacey se quitó el cabello de la cara, con el fin de verlo mejor.

—Sí. No le arrojes nada.

La manija de la puerta trató de escapar de su mano, pero la atrapó a tiempo para no verse como un idiota.

Los pasillos estrechos de madera roja se torcían y se estiraban, luego se desenredaban y se achicaban, golpeando su entrecejo constreñido, resonando en las pulsiones de su cerebro, zumbándole en la cabeza. Nunca se sintió tan mareado como en ese momento, por lo que se apoyó en las paredes para llegar a la cubierta del buque.