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Al ver semejante lindura tan pequeñita, el azabache también se sonrojó. Nunca imaginó que un hada podía ser tan hermosa, pensó en lo afortunado que fue al poder encontrarse con una que flechara su corazón.

Quiso acercarse de inmediato para poder tomarla, pero solo logró que el hada retrocediera por miedo a que tratara de causarle daño. A pesar del gran asombro que el anaranjado sintió al ver a un ser totalmente diferente a las dríadas, plantas o animales, estaba muy asustado también.

Tratando de encontrar una manera para hacer que el pequeño confiara en él, Kageyama se despojó de sus armas, se quitó las botas y, subiendo su pantalón hasta las rodillas, se sentó a la orilla de la fuente con los pies bajo el agua templada. El galante caballero tomó entre sus manos una de las flores que flotaban en el tranquilo estanque y se la ofreció a la criatura en señal de paz.

El miedo de la hadita disminuyó gracias a esa acción tan delicada que le fue mostrada. Aunque seguía nervioso y dudaba en poder confiar en ese ser desconocido, voló hasta la mano del humano, vio la linda flor y luego directamente los ojos del azabache que expresaban pureza y sinceridad.

Una sonrisa le mostró el pelinegro, y seguidamente con una sonrisa abierta le correspondió mostró el hada. El lazo entre ellos se había creado con solo ese intercambio, el destino de ambos era conocerse y su historia sería un romanticismo como nunca había existido.

Me presento, mi nombre es Kageyama Tobio y soy un soldado del ejército del reino Karumai, la raza de los humanos —hablaba el pelinegro—. Vine a pedirte que formemos un pacto para que seas mi compañero de vida. Puedes tomar lo que quieras de mí, así como yo de ti.

Ante la formal propuesta, aquella tierna pequeñez unicamente lo observaba atentamente en silencio con una sonrisa. Pero luego de pasar unos minutos, el azabache comenzó a sentirse incómodo por no obtener respuesta alguna ante todo lo que había dicho.

Pequeña hada... Si escuchaste lo que acabo de decir ¿verdad?

El pelinaranja seguía maravillado de ver el rostro del caballero, le gustaba ver como movía la boca y como sus expresiones cambiaban a cada instante.

—¿Por qué no respondes? ¿Es que acaso no te gusto para que sea tu compañero? —Tobio comenzaba a preocuparse de ser rechazado.

Los segundos, que aprecian ser eternos, siguieron pasando y ni una palabra salió de la boca de la criatura con alas, quedando nada más una posibilidad que explicaría la situación.

Tú... ¿No puedes entenderme, cierto? —preguntó abatido, estando seguro de ser la respuesta correcta al silencio del pelinaranja.

El hada inclinó la cabeza a un lado y parpadeo dos veces sin saber lo que trataba de decir el joven.

Aaah... No puede ser... —suspiró cubriéndose el rostro. Simplemente no podía creer que su larga y exhaustiva búsqueda había terminado en un fiasco.

Flores de melocotónWhere stories live. Discover now