CAPÍTULO 18

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PARTE II

...Y VUELTA

***

—Adelante

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—Adelante.

Peter respiró. Dos veces. Tres veces. Una vez más no le haría daño. Quería retrasar ese momento aunque fuese unos segundos, para calmarse y no mostrarse tal y como él quería. Pero si esperaba demasiado perdería el empuje que le había traído hasta allí, a plantarle cara.

Dudó de nuevo al empujar la puerta sin pomo. Era algo muy común en el mundo de los hechiceros, con conjuros era suficiente para que solo entrase la gente que tu querías. Se extrañó de que le tuviese permitida la entrada.

—Vaya, vaya... después de tanto tiempo —dijo una voz ronca.

Cuando entró a la habitación parecía estar vacía. Al fondo había un gran ventanal por el que se podía admirar toda la ciudad, en esos momentos con todas las luces encendidas al amparo de la noche. La voz se encontraba sentada en una butaca tras un escritorio, pero Peter no pudo verle la cara porque estaba de espaldas mirando hacia el horizonte.

Un despacho austero con un escritorio de cristal en el que se encontraba un ordenador, un teléfono y algunas libretas. Dos sillones cómodos se encontraban enfrentados a la mesa del mismo material que un sofá amplio con una mesita en la parte derecha. Una alfombra negra, al igual que todo lo de la habitación, cubría el suelo e invitaba a caminar descalza sobre ella. Cosa que Peter había hecho alguna vez. 

Hace mucho tiempo.

Cuando aún no se había dado cuenta de todo.

A simple vista parecía que todo era de color negro y gris dando el aspecto de seriedad destinado a uno de los mejores abogados del país, que ahora comenzaba a enfilar su carrera política para ser el fiscal general más joven del estado. Pero Peter, y cualquier hechicero que entrase en la habitación, podría comprobar que todos los muebles tenían una franja de color rojo brillante que los atravesaba de arriba a abajo. Una demostración de poder, no todos eran capaces de mantener su don activo durante tanto tiempo.

Aunque Peter estaba seguro de que cuando no había ninguno de ellos en la habitación lo dejaba. Era muy de aparentar, pero no gastaría más de la energía necesaria en ello.

—¿Vas a quedarte ahí plantado o vas a contarme por qué me honras con tu presencia?

—Sabes perfectamente para lo que he venido —contestó Peter con voz firme y dura. No se iba a dejar achantar.

Tras la respuesta del chico se levantó a servirse un trago de una bebida oscura que tenía en una mesita auxiliar al lado del sofá. Ofreció otra a Peter, pero este ni siquiera tuvo que negar con la cabeza para expresar su decisión. Se encogió de hombros y volvió a su asiento. 

Las pocas veces que habían hablado en los últimos años siempre había sido así. Él sentado detrás de su escritorio, con la vista imponente detrás, y Peter de pie. Unas veces enfadado, otras triste, pero la mayoría de las ocasiones simplemente decepcionado.

—Déjala en paz. 

—¿A quién? —preguntó con sorpresa.

—¿Vas a hacerme decírtelo? A Anna. Anna Ludwig. No sé qué quieres de ella, pero no quiero que te acerques más. —La rabia que había intentado evitar se apoderó de él—. O si no...

—O si no ¿qué, Peter? —le interrumpió mientras el chico pegaba un respingo—. No voy a tolerar que vengas aquí a acusarme de... no sé todavía lo qué se supone que he hecho.

—Alguien con el don rojo la ha atacado hace un rato cuando estaba con su familia en el restaurante. 

—Y, ¿cómo sabe que fue con el don rojo? ¿Es hechicera?

Peter dudó un segundo. A pesar de su enfado pudo morderse la lengua a tiempo para no desvelar nada, como el profesor le había pedido. Solo necesitaba pararle y, para eso, no tenía porque saber esa información.

—No lo es. Pero yo estaba cerca y lo vi.

Mientras el chico seguía firme, sin moverse de su sitio, se acercó a la puerta pasando por su lado. La abrió, invitando a Peter a que se marchara.

—No sé de lo que me estas hablando. Hay muchos más hechiceros con el don rojo, no soy él único. El linaje de mi color siempre ha sido el más fuerte.

Peter pensó en que eso era porque los hombres de ese color eran muy promiscuos y puristas, queriendo tener toda la descendencia posible engendrada con varias hechiceras. Incluso si eso suponía engañar a sus esposas.

—Ni conozco a tu amiga Anna... ¿cómo has dicho? ¿Lugmad? No suelo atacar a humanos en lugares públicos. ¿Qué pensaría el consejo de mí? —preguntó con voz suave.

—No lo sé, pero ya te he avisado.

Peter empezó a salir de la habitación, pero justo cuando cruzaba el umbral el hombre le agarró del brazo, tirando con fuerza de él para que le mirase a los ojos. Sabía que a Peter le costaba mirar a la cara de la gente cuando estaba nervioso, enfadado o asustado. Cuando lo hizo pudo ver sus iris del mismo color rojo intenso que brillaba en la estancia.

—Se que no nos llevamos bien, pero nunca haría nada para dañarte. ¿Lo sabes, hijo?

 ¿Lo sabes, hijo?

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Etéreo [Saga Luces de colores 1]Where stories live. Discover now