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Los Jeon debían pagar por lo que hicieron. Esa frase estaba grabada a fuego en su ser. Desde muy pequeño, se lo habían hecho repetir incontables veces, hasta que supiera lo que realmente significaba.

Y ahora, sentado en un carruaje que rodaba por bosques cada vez más fríos, las palabras se desdibujaban en su mente, como si no tuvieran sentido. Era un Jeon, pero viajaba junto a la familia real, cubierto de pieles que lo mantenían caliente contra el clima crudo.

Pero había algo que le hacía recordar la brecha que había entre ellos: era el hecho de que este carruaje había sido sólo para él, sin compañía. Era la clara indicación de que, por más que fuera a unirse al futuro líder, su lugar estaba lejos de su lado. Aguantó horas en completo silencio, sólo escuchando el relinchar de los caballos y el crujir de las ruedas. Sólo tuvo un mínimo contacto con la familia real cuando se detuvieron en una posada y se juntaron a comer.

Era tan surrealista que Jungkook dudaba de estar despierto. Tal vez había caído dormido en una piedra luego de un día exhaustivo de cacería. Sin embargo, su brazo ya llevaba siendo pellizcado 30 veces, formándose un hematoma rojizo con tintes púrpuras. Y, aún así, Jungkook tuvo que pellizcarse una vez más cuando vio las primeras casas del pueblo de Park aparecer ante su vista, luego de días de viaje.

Eran algo extravagantes, y de amplias dimensiones. Lo cual tenía sentido, ya que aquí era el centro político de todo el territorio de la manada.

Sus ojos examinaron superficialmente el paisaje, demasiado nervioso para captar más que algunos cuantos detalles. Como las flores lilas que se extendían a lo largo de todo el pueblo, a pesar del invierno sin fin que parecía habitar estas tierras. O como, a lo lejos, las montañas tenían nieve en sus cumbres, y las aves rapaces eran puntos negros en el cielo celeste.

Jungkook se tambaleó a los costados cuando el carruaje frenó. No había estado atento a que finalmente llegó a su destino.

La puerta se abrió, sostenida por el conductor. Jeon tragó saliva y se desenredó de las mantas calentitas. Bajó con cuidado, peldaño a peldaño, recibiendo el beso frío de la brisa exterior. Era el único cariño que había obtenido en días, y se apenaba de admitir que se sentía como un cachorro que quería el calor de su manada.

Sin embargo, el tiempo para sentir pena por sí mismo fue cortado en milisegundos por un brazo que se enganchó a su alrededor. Tan distraído como estaba, se tambaleó hasta estabilizarse.

—Debemos entrar antes de que los ojos curiosos miren demasiado.

Jimin tiró de él hacia adelante, sin esperar respuesta. Fue arrastrado por un porche y las puertas de madera de roble se abrieron para ellos.

Adentro... se veía acogedor, para su absoluta sorpresa. Había colores terrosos y otoñales cubriendo cada rincón. Jungkook creyó que sería tétrico, o algo acorde al clima exterior, pero las paredes de la entrada eran de un color canela, con cuadros de paisajes colgados a su alrededor, y la habitación a la derecha tenía un sillón beige bastante amplio, con almohadones de tonos burdeos.

Había tantos detalles por ver, que se perdió en la cantidad de información para asimilar.

Jimin finalmente lo soltó en el medio de la sala y Jungkook inconscientemente buscó acercarse de nuevo cuando la familia real fue apareciendo en la habitación. Detrás de ellos, los sirvientes cargaban los bolsos hacia las escaleras y desaparecían de la vista, rápido y en silencio.

—¡Oh, Luna! ¡Cómo extrañé esto! —el quejido de Park Hoseok rompió el silencio, mientras caía caóticamente en el sillón, con las extremidades colgando de los bordes.

La esposa del líder, Park Sunmi, aflojó las hebillas de su cabello y agitó la cabeza, permitiendo que sus rulos volaran libres. Park Yeong estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó. El acto era tan mundano y tan informal, que Jungkook miró boquiabierto.

Campo De Jazmines {Kookmin/omegaverse}Where stories live. Discover now