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Las lágrimas tibias le mojaban las mejillas, la vista se le empañaba y las personas que pasaban no eran más que figuras borrosas, el funeral de sus padres había sido gris y sobre todo, vacío. Fueron enterrados junto a una fila de 5 lápidas iguales, cada una recitaba el apellido pirrup tallado gentilmente en la piedra, la mayoría habían sido recabadas hace mucho tiempo, incluso antes de que él estuviera germinando en el vientre de su madre, los 5 hermanos mayores que nunca conoció, después de una década de espera, se encuentran ya reunidos con sus padres.
   La tierra estaba recién removida, húmeda bajo sus pies, manchando sus pantalones de barro. Las personas del pueblo lo miraban de soslayo, admirando sutilmente la escena de pérdida de un niño de 13 años, su hermana mayor se había marchado hace unas horas, y el prometido de esta no se había atrevido a quedarse. Philip estaba solo, completamente solo, y la sensación se envolvía alrededor de sus costillas, aferrándose a su cuerpo como una capa de polvo que no se quita. Era un lío de llantos y jadeos, el viento gélido le golpeaba el rostro y arrastraba las lágrimas hasta que estás desaparecían bajo su mentón, pensó que luego de dos días y una noche ya no quedaría nada que llorar, pero podría haber llenado botellas con los borbotones cristalinos que no paraban de brotar de sus cuencas, creyó que luego de lamentarse por horas tal vez algo dentro de él se sacaría inevitablemente, como es natural, sonaba lógico, pero no fue así.
   Gimoteaba como cuando tenía 5 años y no había ni una hogaza de pan para comer, se sentía como un niño nuevamente a pesar de que en variadas ocasiones una varilla de leña le había recordado con efusión que era un hombre. Aunque costara admitirlo, a quien más echaría en falta era a su madre, la mujer más dulce que había conocido en su vida, la que lo arropaba de noche y le curaba las llagas carmesí de los nudillos mientras le secaba a escondidas de su padre las lágrimas.
   El recuerdo lamentablemente evocó aún más llanto, cada vez un poco más sonoro e indiscreto, los ojos le dolían, como si hubiera estado un largo tiempo frotándolos con una cebolla. Su boina estaba más arrugada que en cualquier ocasión que pudiera recordar, estrechada entre sus dos manos con tanta fuerza que no sabía si se desmoronaría una vez que la soltara.
    El cabello rubio enmarañado le caía libre sobre los hombros, un desastre entre nudos, era de un color tan amarillento que parecía haberle robado el color al maíz. No le enorgullecía su aspecto actual, era consiente del efecto que causaba en quien lo veía allí, de rodillas sobre dos tumbas con la ropa rasgada y la cara enrojecida como un tomate.
    -Mamá...-
  Logró apenas decir entre hipidos, la cabeza le daba vueltas, el cansancio físico y la falta de alimento estaban empezando a hacer efecto rápidamente, pensó en el entierro, el dinero para los ataúdes y una suelo sacro, un descanso digno.

   -Te extrañaré-

  La voz se le quebró en la última palabra, su garganta lo resintió, empezó a sentir aquella sequía, y entendió que todo líquido que podría haber tenido su cuerpo se había consumido en lágrimas.
  Se puso de pie, con todo el equilibrio que fue capaz, las piernas le temblaban como las patas de una mesa vieja, sentía que podía caer en cualquier momento y romper más su pantalón de por sí ya rasgado.

   -¿Eran tus padres?-

  Escuchó una voz serena que preguntaba desde unas cuantas lápidas de distancia. Ni siquiera había notado a la figura oscura que se pasaba con la elegancia de un cuerpo sobre el tranco de un árbol roído. Desde allí unos ojos profundos lo miraban, tapados ligeramente por mechones de pelo negro que le caían como alquitrán sobre el rostro pálido.
    Philip se quedó en silencio, con la boca medio abierta como a punto de decir algo, con los ojos hinchados y rojos que intentaban enfocar la vista, tratando de deslumbrar las facciones del chico que había perturbado sin escrúpulos aquel momento tan vulnerable.

      -S-si-

  Respondió con el tono más firme que era capaz de replicar, sus cuerdas vocales tiraron dentro de su laringe, rogándole silenciosamente que parara.
   El joven se quedó impávido, simplemente haciendo un leve gesto con los hombros, como quitándole importancia al hecho de que le estaba hablando a un chico que se había quedado prácticamente huérfano.
   Luego de unos segundos con paso seguro se acercó, sin romper ni por un segundo el contacto visual.
   Hubo algo en esos orbes, en la forma en que esa mirada se clavaban en la suya que a Phillip le resultó inquietante, imponente, por lo que al igual que un reflejo antes de caer su cuerpo retrocedió un paso.
    La luz del alba hacía sombra en las facciones de su rostro mientras caminaba. Una boina de color oscuro cubría la mayor parte de su cabello y llevaba puesto un traje, el más elegante que haya visto en toda su vida. El único color entre los matices de negro era su pálida piel.
   Una vez estuvo a una distancia prudencial, extendió una mano enguantada hacia Phillip.

Esta profecía (Damien x Pip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora