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Damien caminó cortando la oscuridad a su paso, estaba irritado, cansado e inclusive iracundo. Su traje favorito estaba irremediablemente arruinado y percudido, tendría que pedirle a su tío que enviara otro, porque dudaba que en este pueblo hubiera una sastrería decente. Ni siquiera podía teletransoportarse, sus poderes no se habían desarrollado lo suficiente aún, no estaba seguro de que sucedería si intentara hacerlo con Phillip en sus hombros. Ya se había involucrado lo suficiente con este niño, y tendría que dar gracias a Dios (irónicamente) si sus piernas llegaban a recuperarse con la precaria situación en la que vivía.
   Suspiró pesadamente, Cerbero caminaba a su lado con pasó firme, en realidad sabia que debía darle una reprimenda por haberlo metido en esto, pero ese perro había estado con él desde que nació, era físicamente incapaz de siquiera intentarlo, tal vez por eso era tan endemoniadamente malcriado. Era el único regalo que le había dado su verdadero padre, lo cuidaría hasta el día del apocalipsis, o eso le había dicho a través de ese sacerdote antes de que lo atravesara con una lanza cuando tenía solo 6 años.
    El recuerdo lo hizo sonreír, y seguramente se veía como un maníaco, con un niño medio muerto en la espalda y un perro que arrastraba ruidosamente una cadena de eslabones gruesos al lado, con la ropa hecha girones y cubierto de pies a cabeza de lodo.
   Seria fácil de pensar que lo que llevaba cargando era un cadáver, no es como si hubiera mucha diferencia entre uno y el aspecto demacrado de este joven, desde la distancia parecía solo una pila de huesos. Damien lo habría creído también, de no ser porque sentía su tenue respiración en la endidura del cuello, por los latidos irregulares de su corazón, por las costillas haciendo presión en su columna cada vez que el pecho se inchaba y volvía a contraerse. Pero estaba frío, preocupantemente anemico, con la mitad de su sangre vertida en sus pantalones y partes de sus propias manos. Hasta él mismo se sorprendía del hecho de que siguiera vivo, y en parte que estuviera más cerca de ese estado era indirectamente su responsabilidad.
    Era un alma inocente, lo sabía, era conciente de eso. Podía sentir como esta quemaba a través de su piel.
   Si moría o no, ese no era asunto suyo, no lo había causado a propósito. No era su culpa que coincidentemente Cerbero lo hubiera encontrado.
   Por suerte faltaba poco, unos cuantos pasos y se acabaría. Llevaba ya treinta minutos deambulando sin dar con una salida, pero lo divisó, la luz lejana de una ventana, o quizás el atisbo de un candel o una vela, lo que fuera.
  No sabia con exactitud donde vivía Phillip, así que le ordenó a Cerbero que lo guiara.
   Y entonces lo vio, una parcela en ruinas, las ventanas estaban agrietadas y la pintura se había descascarado en gran parte de las paredes. Se encontraba casi derruida, reducida a yeso y cimientos, supuso que ese gran agujero que se abría paso entre medio de la casa había sido causa de su perro. La sola imagen hizo que una mueca de disgusto se formara en su rostro. Pudo divisar dos figuras a la distancias, sombras que bailaban junto a la llama vacilante de un farol. Un hombre y una mujer con aspecto no mucho mejor que el de Phillip, parecían estar discutiendo. La mujer gritaba en estado de histeria, y el hombre se limitaba a mirar hacia el rastro de destrucción que había quedado en lo que parecía ser una cocina improvisada.
   Pero le resultó extraño, ninguno parecía especialmente preocupado, no escuchó ni una vez el nombre del chico detrás de él, no estaban desesperados buscando a los gritos al niño que había despareció de su casa en medio de la madrugada. Ni siquiera parecían haber notado que Phillip no estaba, y si lo habían hecho, el suceso había quedado relegado al encontrar la mitad de su casa derrumbada.
   Un desagradable sabor a bilis amarga subió por la garganta de Damien. Suponía que la familia de Phillip era negligente en el menor de los casos, no necesitaba ser un genio para saberlo. Pero esto, era completamente excesivo.
   Instintivamente miró las rodillas del joven, ensangrentadas, huesudas, con más piel que carne. Escuchó un gemido amortiguado apagarse en su garganta, apenas y respiraba, su pecho subía y bajaba en un ritmo inconsistente. No supo que estaba haciendo una mueca hasta que relajó sus facciones.
   Sabia que podía dejarlo aquí, tendido sobre la hierba y estas personas lo verían eventualmente, y entonces. Entonces pasaría lo inevitable. Moriría.
  Por algún motivo la idea hizo que su pecho se contrajera, fue tan leve que simplemente podría haberlo atribuido al cansancio. Podría solo olvidarse de él, dejar que el curso natural de las cosas sucediera sin intervenir.
   No lo hizo.
   Empezó a caminar hacia la dirección contraria, intentando ignorar el hecho de la desicion que acaba de tomar.
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   Su frente estaba perlada de sudor cuando llegó a la entrada de la mansión, con un solo ademán de su mano las grandes puertas de metal se abrieron con un ruido estridente. Caminó hacia el jardín principal, marchito y cubierto por las malas hierbas, después de tanto tiempo de abandono la tierra se había vuelto infertil y en ella solo emergian tallos que nunca llegaban a florecer. Era verdaderamente una lastima que todos hubiera muerto junto al corazón de su Abuela, inclusiva todo rastro de belleza que podría haber quedado alrededor de la cancela.
    A la madrugada casi parecía abandonada, con todos los sirvientes durmiendo y los grandes ventanales cubiertos por cortinas gruesas, era tétrico inclusiva para el gusto retorcido de Damien, con pasillos interminables y engullidos por una oscuridad tan profunda que parecía impenetrable. Aún no lograba acostumbrarse al gusto tan peculiar que tenían los ingleses con la arquitectura victoriana, pero supuso que tendría que hacerlo en algún momento.
    Vio a cerbero correr hacia la parte más alejada del ala oeste para luego desaparecer en una de las esquinas. Suspiró y simplemente se limitó a volver a cerrar las puertas. Se acercó a los escalones marmolados que llevaban hacia la entrada principal, los pies le dolían, llevar zapatos había sido una mala desicion. Abrió las puertas con la delicadeza de una ráfaga de viento, y entró a la calidez de la sala de estar, una entrada imponente, recubierta de oro y blanco.
   Con un solo chasquido el candelabro se mecio y todas las velas se encendieron, pudo sentir el calor de cada una de las llamas ormiguear en la punta de sus dedos, crepitando en sus nervios en un frenesi eléctrico, aún le resultaba doloroso, y podía percibir en el aire el olor de su propia carne quemada, era un pequeño presio por sus poderes, por lo que intentaba no utilizarlos muy a menudo en vano, nadie lo sabia y así debía de ser hasta el día predilecto. Pensar en eso lo abrumada, inclusive si hacia un esfuerzo sobrenatural para no invocarlos, su vida ya estaba prescrita, su existencia se reducía a un solo objetivo, a un solo momento.
   Negó ligeramente, alejando cualquier tipo de pensamiento que desembocara en otra crisis sobre su propio existencialismo, era el peor momento posible para ensimismarse y caer en conjeturas sin sentido.
   Se abalanzó torpemente hacia en sofá más cercano, hasta ese momento no había notado lo entumesidas que tenía las piernas, un dolor punzante empezada desde su pantorrilla y subía hasta su pelvis. Gruñó al toparse bruscamente con el apollabrazos mullido del mueble. Se recompuso con esfuerzo, y se acercó con más firmeza hacia los almohadones de seda que adornaban los cojines del sillón.
   Aspiró con exasperación, y el aire se clavó en su garganta seca como pequeños cristales. Trató de bajar a Phillip de una forma delicada, pero no lo logró, la inercia los envió a los dos hacia abajo, los dedos del rubio se le clavaron en el cuello, y se le escapó un gemido ahogado que le tiro de las cuerdas vocales. Por suerte para ambos consiguió apoyar todo su peso en un solo brazo antes de prácticamente aplastar al pobre chico, estaba seguro que si eso pasaba le habría quebrado como mínimo dos costillas. Y ya se encontraba en un estado suficientemente deplorable como para que ahora un chico de 68 kilos le cayera encima.
   Gruñó e intento ergirse, pero las manos de Phillip se aferraban con fuerza a su cuello, trató de alejarse una vez más, pero sus dedos lo retuvieron con una ferocidad sorprendente. Entonces Damien empezó a girarse lentamente, quedando frente a frente a Pip. Estaba listo para gritarle, para maldecirlo y empujarlo lejos de él. Pero todas aquellas palabras se quemaron en su lengua. Lo primero que vio fueron sus mejillas, sonrosadas y húmedas, pequeños riachuelos que fluían hasta su cuello, mojando el cuello manchado de su camisa.
   No supo que hacer, ni como reaccionar, sus ojos seguían cerrados. Señidos bajo su propio peso, líneas irregulares crecían como arrugas en su rostro, cada parte de su ser parecía una cuerda tensada desenebrandose lentamente. Estaba temblando violentamente, como si estuviera enterrado hasta la cabeza en nieve, pero su cuerpo desprendía tal calor que Damien podía sentirlo en las palmas de las manos humedecidas por el sudor frío que lo sostenían.
   Se sintió repentinamente aturdido, jamás había tenido en frente a una criatura tan indefensa, siempre eran animales, pequeños animales cual sufrimiento se apagaba bajo la cabeza de un martillo. Pero al menos ellos tenían la oportunidad de escapar antes de que sus viseras quedarán esparcidas sobre el suelo.
   Pero él, él estaba tan débil, podría haberle clavado la hoja de un cuchillo en medio del externon y no habría sido capaz de emitir ni un solo sonido. La idea de la hoja cortando la carne y perforandola lo hizo estremecerse, no de disgusto, era algo más parecido al deseo, o al extasis. Eran las clases de sueños macabros que una criatura como él realiza por instinto. Podría haber acabado con su agonía, pero eso sería demasiado piadoso, demasiado bondadosamente humano como para que fuera una posibilidad dentro de su propia naturaleza. Además, no había hecho todo este trabajo para dejarlo perecer en los pulcros cojines de su abuela.
   Suspiró, y trató de zafarse del agarre. Pero mientras descolgada dedo por dedo escuchó como el chico moribundo que estaba debajo de él empezaba a quejarse.
  -No, no-no-

Su voz salió seca, áspera como una lija, no se parecía en nada a la del chico con el que había estado hablando hace apenas una hora. Su estado había empeorado considerablemente desde la última vez que le había visto el rostro, si es que acaso era remotamente posible. Sus facciones estaban contorsionadas en una expresión de dolor. Damien sintió una margura poco usal recubriendo el interior de su boca, por primera vez en su vida mortal sentía algo así, como si algo en su interior se hubiera movido ligeramente, arrastrándose como una piedra sobre sus costillas.
   Entonces lo intentó de nuevo, trató de deshacerse de esas manos huesudas que lo mantenían inmóvil.

   -No, mamá, no- Lloriqueo Phillip, esta vez con más fuerza, con más desesperación -No te vayas, quédate-

   La súplica quedó a medio camino, las palabras apenas llegaban al exterior antes de apagarse dentro de su garganta, Damien cerró los ojos instintivamente, obligándose a ignorarlo, debía hacer algo rápido, en este punto parecía estar en un estado de delirio, apenas siendo capaz de estar consciente.
   Si se desvanecía ahora, no sabía si podría hacer algo por él.
   Desengancho los dedos de una forma delicada, dejando el cuerpo lánguido de Pip en el sofá. Le colocó una almohada sobre la cabeza y sentía su cuero cabelludo húmedo por el sudor.
    Pasó su mano por la frente del rubio, estaba hirviendo dentro de ese cuerpo febril. Suspiró, pensando en que debería hacer primero, la fiebre era lo más grave por el momento, aunque la pérdida de sangre también era un factor de riesgo a tomar en cuenta.
  Dio un paso hacia atrás para observar la condición actual del chico. Tenía los pantalones rotos y sucios, manchados con sangre seca y barro por igual. El resto de su ropa parecía estar en un estado similar. Le sorprendió la similitud que tenía con una muñeca de trapo, el pelo rubio era delicado, con el fleco crecido un poco de más casi llegando a cubrirle los ojos. La piel estaba perlada y de un blanco brillante enfermizo, no tenía color en las mejillas y las ojeras colgaban como dos manchas de carbón en una sien tan pálida.
   No sé veía para nada bien.
   Notaba como su aura se debilitaba con cada exhalación, y se preguntó si no sería tarde para la medicina tradicional. Podría haber llamado al médico que se alojaba en el Ala Norte de la mansión, tan cerca del dormitorio de su Abuela que el de cualquier diligente de la casa. Pero estaban a una distancia considerable, tal vez hasta que el médico llegara, con 60 años bajando y subiendo escaleras, el chico ya habría muerto.
    No había hecho tanto esfuerzo para nada, viviría, porque así era su voluntad.
    Entonces estiró una mano hacia la oscuridad, un ademán firme que hizo temblar las llamas de las velas. El aire vibró a su alrededor, volviéndose tan denso que escuchó a Phillip toser por la súbita falta de oxígeno en la que se había sumido la habitación.
    Un libro emergió de entre las penumbras, bañado en un líquido más oscuro que el alquitrán. Al verlo sus ojos se inyectaron en sangre, el dolor explotó en la punta de sus dedos al apenas rozarlo. Su preciado grimorio, ningún ser humano podría siquiera mirarlo sin morir en una gran agonía. Era suyo, solo suyo. Repentinamente se encontró sintiendo sus colmillos, siendo consciente de las protuberancias que se abrían paso sobre su piel. Una sonrisa filosa se extendió por sus labios.
   -Muy bien, Phillip, tendrás el honor de ser mi primer experimento. Oh, pobre y linda ratita de campo-
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Perdón, ya no sé ni qué hice.

Esta profecía (Damien x Pip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora