Día 1: Abrazo

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Eran aproximadamente las dos de la mañana, la Mansión Kido estaba casi desierta: los sirvientes dormían; Saori, Seiya y Shiryu habían volado a Grecia un par de días atrás, para atender algunos asuntos del Santuario, Tatsumi había ido con ellos, para "proteger a la señorita Saori", según había explicado el hombre, y aunque ninguno de los involucrados lo creyó necesario, Saori lo dejó ir para no hacerlo sentir mal. Por otro lado, Ikki había ido a España a visitar a su más reciente novia, Pandora Zaragoza; la muchacha era encantadora, pero ninguno de los Caballeros de Bronce la había visto jamás, algunos incautos, como Seiya o Hyoga, dudaban de la existencia de la chica, el Fénix había ido hasta allá con el único propósito de regresar a Japón con ella, para probarles a todos que no era un delirio suyo.

Al final, Hyoga y Shun se quedaron solos en la mansión, no tenían idea de cuándo volvería ninguno de sus amigos; a Hyoga no le importó en lo más mínimo, tan distante y serio como era, consideraba aquello como una especie de vacaciones, para reponer su "batería social", era verdad que el Cisne no consideraba a Shun como una persona, al menos no como una que le drenara la energía o las ganas de estar con alguien. Andrómeda era más tranquilo y, se atrevería a decir, adorable, se sentía cómodo junto a él, seguro pasarían varios momentos de diversión ellos dos nada más.

Para Shun no fue distinto, extrañaba a su hermano, pero ya estaba acostumbrado a que Ikki fuera y viniera de aquí para allá más veces de las que podía recordar. Aunque el peliverde amaba a sus amigos por igual, en su interior agradecía que fuera Hyoga quien permaneciera en la Mansión Kido con él; Shiryu era algo serio y un tanto sedentario para el Caballero de Andrómeda; mientras que Seiya era demasiado hiperactivo, no sabía si podría sobrevivir viviendo solo con Pegaso; Saori era muy amable, pero no hablaban mucho; pero Hyoga... el Cisne era perfecto.

Aquella noche, el cielo azotó a Tokio con una estruendosa y fuerte tormenta, y aunque Shun tenía el sueño pesado, aquellos rayos fueron lo suficientemente ruidosos y cercanos para despertar al japonés. Sin poder conciliar el sueño, el Santo de Andrómeda se dispuso a leer un libro mientras volvía a quedarse dormido; pero justo cuando se acomodó para iniciar su lectura, un enorme rayo iluminó la habitación, seguido inmediatamente de un trueno ensordecedor y posteriormente, la luz se cortó.

Shun se encogió en su lugar, la mezcla de rayos, truenos y la falta de electricidad hicieron que la sensible personalidad de Andrómeda sintiera un escalofrío; intentó cubrirse con las cobijas, pero fue inútil cuando otro rayo invadió la recámara.

-Demonios...- decidido, el peliverde se levantó de la cama, tomó una linterna y salió de la habitación.




Hyoga ya llevaba un rato despierto, no podía culpar a la tormenta, aquello era como una ventisca para el ruso; las tormentas de nieve en Siberia eran más frías y ruidosas. En aquellos momentos, el Cisne simplemente no podía dormir. Tal vez había tomado demasiado café antes de dormir, o había visto demasiada televisión o algo parecido.

Estaba recostado boca a arriba con las manos detrás de su cabeza cuando unos ruiditos llamaron su atención.

Instintivamente volteó en dirección a la puerta, esta comenzó a abrirse lentamente; Hyoga abrió los ojos como platos y entró en pánico ¿quién podría ser a estas horas? Un villano sin duda, y ahora lo tenía rodeado e indefenso, en pijama y sin su Armadura a la mano.

-Ese canalla, los malos ahora ya no tienen pudor...- pensó el Cisne, pero antes de que pudiera idear un plan o siquiera incorporarse en la cama, el intruso mostró su cara.

-Shun...- el rubio suspiró aliviado.

-¿Te asusté?- preguntó el peliverde al escuchar el ruidoso suspiro de su amigo.

-Claro que no- mintió el Cisne. -¿Qué ocurre?

-La tormenta... no... no me deja dormir...- murmuró Shun mientras caminaba hacia la cama de Hyoga.

-¿Tienes miedo?- preguntó el ruso mientras Andrómeda se sentaba en el borde de la cama. Este último negó con la cabeza.

-Es sólo que... no hay nadie y todo está oscuro y...- Hyoga arqueó una ceja.

-Shun, esa es la definición de "tener miedo"...-le interrumpió.

-Bien. De acuerdo, tal vez tengo un poco de miedo...- Shun se sonrojó levemente y Hyoga soltó una risita. -Normalmente iría con nii-san para estas cosas... pero...- un trueno evitó que Shun pudiera seguir hablando, haciéndolo brincar levemente. -¿Te molesta si me quedo contigo un rato?

Hyoga sonrió, le agradaba pensar que él fuera la segunda opción de Shun para acudir en casos así, después de Ikki; claro que en aquellas circunstancias Hyoga no era la "segunda opción" sino la única, pero decidió ignorar ese hecho. Se recorrió en la cama y levantó las cobijas para que Shun se acomodara.

-Gracias... y... perdón...- susurró el japonés.

-¿Por qué te disculpas?

-Por las molestias...

-Está bien tener miedo, Shun. Ningún miedo es estúpido y todos le tememos a algo. Y cualquiera que te diga lo contrario es un idiota.- Shun rió por lo bajo. -Además, tú jamás podrías ser una molestia.- el japonés sintió su mejillas ruborizarse ante las palabras del rubio.

La tranquilidad que sentía a lado del Cisne se terminó cuando otro trueno resonó en la habitación. Fue casi automático para Andrómeda el abalanzarse directo hacia el pecho de Hyoga. En ese momento a Shun no le importó en lo más mínimo la impresión que pudiera generar en el ruso, este último quedó estupefacto por las acciones del peliverde, sin embargo, no lo alejó. Por el contrario, Hyoga, puso sus manos alrededor del cuerpo de Andrómeda.

Los rayos caían a diestra y siniestra, haciendo ruido e iluminando la recámara. Hyoga notaba como de a ratos la blanca y delgada mano de Shun se aferraba a su playera. El Cisne dudó, pero eventualmente se atrevió a acariciar los suaves cabellos verdes del japonés y posteriormente, comenzó a tararear una canción que su madre solía cantarle para que se durmiera.

Shun sintió como la calma lo invadía, el sentir a Hyoga tan cerca de él le daba una sensación muy reconfortante. Aquel abrazo era cálido, nadie creería que un Caballero de hielo como Hyoga pudiera ser capaz de dar esa clase de abrazos.

Poco a poco, Shun comenzó a quedarse dormido en los brazos del Cisne, ahí se sentía seguro, y Hyoga era, por demás, bastante cómodo. Mientras Andrómeda se perdía en aquella acogida, deseaba que aquel sentimiento jamás terminara, deseaba poder permanecer así para siempre.

Reto 30 Días PatonejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora