Capítulo 43

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Es el primer fin de semana luego del aniversario del Allexia, y mi único y maravilloso día libre: domingo. Mis primeros días como chef oficialmente han sido un tanto extraños mientras me adapto. Me resultó un poco complicado no ayudar a Renaud o no tener que limpiar el piso cuando lo veía sucio, o a Bridget con los platos; a decir verdad, me daba un poco de impotencia, pero sabía que esa ya no era mi labor.

—Llegó esto para ti. —Blair entra en la cocina con la vista fija en una caja rectangular de unos veinte centímetros de largo. La gira varias veces entre sus manos, antes de leer la etiqueta—. Creo que tienes a Gabe comiendo de tu mano. —Me dedica una mirada pícara, dejando la caja en la isla de la cocina antes de irse de regreso a su habitación para terminar de buscar sus cosas.

Ella y André han quedado para salir hoy ellos solos, lo que quiere decir que la pequeña disputa de hace unos días ha quedado olvidada, al menos por ahora.

Me seco las manos y giro la caja en mi dirección. El envoltorio es unicolor, de un amarillo suave y claro. Solo tiene pegada una etiqueta de esas que ya vienen con un escrito. Miro la caja con cierto recelo cuando leo una palabra en específico, como si fuese un bicho raro.

—¡Nos vamos! —anuncia la voz de mi amiga desde la sala de estar, donde escucho dos pares de pies dirigiéndose hacia la puerta principal.

Le respondo con una despedida casual, sin poner mucho cuidado a lo que digo, pues esa simple palabra es la que tiene mi atención.

«Amber» es lo que pone la tarjeta al final del corto mensaje. Matthew solo me llama así pocas veces, normalmente cuando son temas serios o en discusiones; con detalles más... románticos, me llamaría «Bee».

Rompo el envoltorio poco a poco, temerosa de lo que me pueda encontrar debajo de ese papel. Para mi sorpresa, es algo inofensivo: una caja de bombones de chocolate con una nota encima.

Desdoblo el papel con el mismo sigilo, pensando quién ha enviado esto.

«Crees que soy idiota, ¿no es así? Noté que cambiaste tu número, te llamé cientos de veces en la última noche y no tuve éxito; pero, por suerte no te has mudado. —Casi podía escuchar su risa burlona a través de su letra hecha a trazos torpes y enojados, con algunas de ellas más alargadas que otras, como si le hubiese costado mantener su pulso firme—. Tuve que recurrir a medios más tradicionales para poder llegar a ti. No me puedo acercar mucho, tu querido Pierre me conoce, y tu novio ni hablar... Decías que el enfermo era yo, no sé cómo puedes estar con él si...»

Arrugo el papel en una bola sin siquiera terminar de leer, sintiendo cómo la rabia me invade de pies a cabeza en menos de un segundo. Arrojo la bola lo más lejos que puedo de mí, esta rebota contra el refrigerador. Miro al techo pidiendo paciencia para no comenzar a maldecir a Henri con todos los insultos que me sé... más de lo que ya lo he hecho.

«Que si creo que es idiota... creo eso y mucho más, imbécil»

Y más imbécil soy yo por haber creído que aquel día en el que choqué con él en la calle habría recapacitado un poco. Tuve la pequeña esperanza, y decidí aferrarme a ella... pero ahora me ha quedado más que claro que no se quedará quieto, no por las buenas.

No lo ha hecho, y no lo hará. La única forma es que yo misma le dé un alto a todo esto.

Y de raíz.

Camino en círculos por todo el apartamento, pensando en algo que pueda hacer para perjudicarlo, debe ser algo que lo deje bien hundido. Tomo la nota que me envió y la aliso contra la isla de la cocina lo mejor que puedo, dejándola doblada para no ver su letra.

No quedará intacto y sin arrugas, pero es una prueba de que él ha intentado ponerse en contacto conmigo.

Tamborileo los dedos sobre el mesón con la esperanza de que algo se me ocurra si miro mal la pobre hoja. Su padre se pasa por mi mente de repente y dejo de mover los dedos, enfocando la mirada en una de las esquinas de la carta.

De París, con amor [✓]Where stories live. Discover now