Capítulo 4: Los Recuerdos que el Viento Trae

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10 de Abril de 2020 5:00 am, Ciudad de México.

Aysel Ferrara Ávila.

Se obligó a tomar las llaves de su auto y conducir hasta el departamento de su amigo al recibir una llamada de su parte que la alertó de sobremanera. En todo el trayecto por las calles de la ciudad, en plena madrugada, no pudo quitarse de la mente la voz llorosa de Daniel y su casi suplica para verla sin importar las altas horas. Conocía la dirección de memoria, el camino hasta ahí y el tiempo en que tardaba en llegar, así que no fue sorpresa para Torres cuando Aysel tocó su puerta.

Daniel abrió la puerta después de retirar los seguros y ella se acercó a él para abrazarlo con fuerza. Notó inmediatamente el decaimiento de su amigo reflejado en sus ojos y la falta de sueño evidenciada bajo ellos. Ferrara cerró la puerta detrás de sí y siguió a Daniel, quien la guio hasta la sala.

—No pensé que llegarías tan rápido —comentó.

—Sabes que nunca te dejaría solo en una situación como esta —contestó Aysel—. ¿Cómo te enteraste?

—Mi hermano llamó para avisar —hizo una pequeña pausa para sentarse sobre el suelo—. Se escuchaba deprimido, dijo que le avisaría a nuestra madre que mi padre había muerto, aunque dudo que ella vaya a sentir pesar por la noticia, no la culpo.

—¿Y tú cómo te sientes? —preguntó sentándose a su lado sobre el suelo.

—No sé cómo sentirme. Por un lado, siento la ira que he guardado por tantos años y por el otro, pesar.

—Es comprensible, era tu padre.

—Sí, pero eso no significa que era alguien bueno —contestó en un tono frío.

—Nunca dije que fuera bueno. Sé que no lo fue, ni contigo, ni con tu hermano, mucho menos con tu madre.

Torres suspiró y se recargó sobre el hombro de Aysel. No pudo retener su llanto al sentir la comprensión de su amiga y su consuelo al abrazarlo fuerte contra su pecho.

—Mi madre lloró cuando se fue, cuando dejó de preocuparse por nosotros para comenzar una nueva vida junto a otra persona. Jamás la vi sufrir tanto como en ese momento.

Ferrara acarició el brazo de su amigo para calmarlo, tratando de transmitirle en consuelo que necesitaba.

—Mis padres se enfocaron más en pelear y desgastar su relación que en cuidar de mi hermano y de mí —dijo con la voz rota—. Yo lo único que quería para mi hermano era que no viviera de la misma manera infeliz que yo, por eso me he preocupado por darle todo lo que yo no tuve, incluyendo cariño.

—Lo hiciste bien, Daniel. Lo mejor que pudiste, no tienes nada que recriminarte —contestó Ferrara en voz baja.

Daniel dejó salir sus lágrimas de coraje y dolor al sentir la ausencia de su padre y el dolor por su muerte. Él estaba lleno de culpabilidad por creer que no debía de sentir tristeza por su muerte. El ambiente silencioso y vacío del departamento se convirtió en el lugar de desahogo y consuelo.

—¿Quieres que te acompañe al funeral? —preguntó Aysel.

—No. Sé que tienes cosas por hacer y yo no debería de quitarte el tiempo con este tipo de cosas.

—No tengo ningún problema con acompañarte, pero entiendo si no quieres que esté ahí —Aysel hizo una pequeña pausa—. Me haré cargo personalmente de tu agenda, tómate unos días y si necesitas compañía, no dudes en llamarme.

—Aysel —habló—. Gracias por estar aquí y por comprender.

—Descuida, no estás solo, yo voy a estar contigo cuando lo necesites —palmeó su espalda suavemente.

SOUFFRANCE | Primer LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora