verde;; 18

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©loverevermore

18 años.

La canción característica del cumpleaños empezó a sonar a las once y cincuenta y siete en el pequeño parlante cargado por su hermana mayor, Sofía, al compás del canto de ella y sus padres, su padre llevaba el pastel con las dieciocho velitas verdes encendidas.

—¡Feliz cumpleaños!— terminaron juntos.

—¿Pediste un deseo, amor?— le preguntó su madre con una sonrisa.

—Sí, pero si te lo digo no se cumple— le dijo feliz a su madre.

—Bueno, llegó el día— le dijo feliz su padre.

—Uno, dos, tres— contaron al unísono.

El día más esperado por todos había llegado.

—Revisá la frase, hijo— incentivo su madre.

Iván tomo una profunda inhalación y levantó la manga de su pijama verde, cerrando sus ojos. Evidentemente su color favorito era el color verde.

Los abrió.

Nada.

Los cerró y los abrió de nuevo.

Nada aún.

—¿Qué hora es?— preguntó confundido.

—Son las doce y dos minutos amor.

—No me salió nada— comentó desilusionado.

—No puede ser— exclamó su padre.

—Eso no es... Eso es imposible— pronunció su hermana, en conmoción.

—Al parecer, sí— les enseñó su muñeca blanca. —Ahí está.

—Tranquilo, amor— calmó su madre. —Seguramente mañana a la mañana va a estar ahí.

Y así comieron algo del pastel hecho por su madre, de chocolate con frutillas que Iván tanto amaba.

Una vez terminada su porción del delicioso pastel, se cepilló los dientes y se acostó bajo las abrigadas colchas verdes, buscando dormir.

A la mañana siguiente despertó apresurado, revisando su muñeca apenas abrió los ojos.

Nada.

Otra vez nada.

Su lechosa piel se encontraba intacta.

Se levantó de la cama con enojo, talló sus ojos y se estiró intentando tocar el suelo con los dedos. Se duchó y vistió con desánimo y bajó por el desayuno.

—Buenos días, terrón de azúcar— saludó su madre, acercándose para abrazarlo y besarlo varias veces en sus mejillas. —No puedo creer que mí bebé por fin sea mayor de edad— sonrió al borde de las lágrimas.

—Buen día, mamá— saludó algo desanimado.

—Oh, mí amor, ¿Todavía no tenés nada?— le preguntó su madre.

—Nada— se sentó angustiado frente a la mesa.

—Hey, no te desanimés, quizá no esté este año, pero a lo mejor el año que viene sí— le comentó su madre volteando los panqueques. —No debés ser la primera persona sin su frase— colocó el panqueques recién volteado junto a otros tres y los puso frente a Iván con un gran vaso de jugo de naranja. —Además, vas a ir a la universidad el año que viene, quizás conozcas a alguien ahí dentro— revolvió su cabello y besó su coronilla.

—Mamá tiene razón— concordó Sofía, entrando a la cocina. Tomó asiento frente a él. —Podés conocer a alguien lindo ahí.

Al cabo de unos minutos entró su padre  y la conversación tomó un nuevo rumbo pero Iván no participaba, solamente miraba las muñecas de su familia.

La de su madre tenía un "Hace frío todo el invierno".

Luego estaba "Hace frío hoy" de su padre.

Y su hermana había obtenido un ''¿Qué hora es?'' hace algunos años.

Y luego su blanca muñeca.

Vacía.

Nada especial.

Terminó de desayunar y salió hacia el parque a un par de calles de su casa, donde había acordado encontrarse con sus mejores amigos, Benjamín, un alegre rubio, y Leo, un morocho con lindas pestañas.

Subió a su Harley colocándose el casco verde (obviamente), que cubrió de inmediato su cabello negro. Introdujo la llave en el cerrojo y giró el switch pisando fondo en el acelerador con sus botas Chelsea color café, desgastadas por usarlas desde los diecisiete. Comenzó a conducir, el viento movía su camiseta blanca de algodón suspendida por sus negros jeans rasgados.

Al cabo de unos minutos llegó al parque, hizo una vuelta acercándose hacia la banqueta.

Bajó el freno después de haber apagado el motor, se quitó el casco antes de bajar y alisó su camiseta.

—Hey— saludó Benjamín una vez lo vió.

Leo, por otro lado, se levantó del banco de madera corriendo hacia él. —Dejame ver— lo tomó de la muñeca derecha, luego de la izquierda. —Ey, ey, Ey, ¿Dónde está?

—No me salió nada— contestó Iván, sentándose al lado de Benjamín y tomando una lata de cerveza Heineken de la pequeña hielera roja.

—¿A qué te referís?— preguntó confundido el moreno.

—Llegó la medianoche, revisé y nada— explicó sencillamente molesto.

—Eso es imposible— contestó el rubio.

—Vos mismo lo viste— se encogió de hombros.

Cuando volvieron a clases el chisme explotó.

Iván pasó de llamarse Iván, a 'el chico sin frase'.

Todo lo que oía al caminar por los pasillos eran murmullos, las preguntas indiscretas y sin tacto no tardaron en llegar. Veía ojos burlones, curiosos y con lástima. Eso daba lástima.

Se quedaría solo el resto de su vida.

𝐆𝐑𝐄𝐄𝐍 » rodrivan.Onde histórias criam vida. Descubra agora