PRÓLOGO

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El niño había pasado la mayor parte de su vida en la oscuridad, por lo que toda aquella luz lo molestaba, y lo molestaba mucho.

Al menos sus sombras ofrecían cierto resguardo, a pesar de que a esos machos les molestaba, y les molestaba mucho.

Azriel quería que se marcharan, por más de que no tenía el valor para decirlo en voz alta. Había muy pocas cosas que tenía el valor de decir, y ninguna de ellas era para oponerse a alguien. A sus cortos once años, había aprendido que decir algo que pudiera molestar a otros no terminaba nunca en nada bueno.

Aún así, él estaba deseando que dejaran de mirarlo como si fuera un fenómeno. Sus hermanos solían decirle que lo era más a menudo de lo que le gustaría, por lo que había aprendido también a ocultarse en la oscuridad.

―Quedarnos con él sería una molestia ―dijo uno de ellos. No se veía como el jefe, pero Azriel había aprendido que se sentía como uno por la forma en que elevaba el mentón.

―¿De qué hablas? Esto es un regalo de la madre ―opinó el otro, que tampoco era el jefe. Ese, sin embargo, se creía muy inferior a cualquiera en esa sala, a pesar de que no dejaba verlo―. Un shadowsinger no aparece así como así, quedarnos con él podría resultar ventajoso.

―Los dos hablan como si yo no estuviera aquí ―el macho en el medio sí era el jefe, y se comportaba y veía como tal. Las sombras de Azriel habían susurrado muchas cosas acerca de él, pero como no tenía interés en enterarse de nada, las había disipado con un movimiento de su mano―. El destino del muchacho ya está decidido.

―¿De verdad? ―preguntó el primero.

El jefe no llegó a responder cuando alguien abrió las puertas de la tienda.

Azriel intentó ver quien podía ser, pero cuando estiró el cuello para hacerlo, no alcanzó a distinguir más que una cabecilla de pelo negro que se asomaba por detrás de las enormes alas de los tres machos.

―Disculpe ―dijo una vocecilla, carraspeando la garganta―, pero me han enviado a entregarlo esto.

Lord Devlon se giró, molesto.

―Déjalos por ahí, niña ―le dijo―. Y la próxima vez, intenta no molestar cuando estamos en medio de algo importante.

―¿Cómo iba a saber yo que estaban en medio de algo importante? ―bramó, más molesta que él.

Uno de los machos giró la cabeza por encima de su hombro. Al ver de quien se trataba, chasqueó la lengua con gracia.

―Déjala, Devlon ―dijo, sonriente―. Es solo una mocosa.

―Tienes razón ―murmuró el jefe, volviendo su atención al frente.

Azriel pudo ver a la niña en ese momento. Era diminuta, y a pesar de ser de su misma especie, no poseía alas y era tan delgada como una ramita. Él jamás había visto a alguien así, pero no es como si hubiera visto muchas cosas en sus once años.

―¿Sigues aquí? ―bramó el mismo macho que la había defendido, aunque lo dijo como si la chiquilla fuera una pelusa molesta en la solapa de su chaqueta.

Ella gruñó, se dio media vuelta y desapareció. A él no le pasó desapercibido la forma en que se había detenido un momento antes de cerrar las puertas de la tienda, o como sus ojos habían brillado con algo tan extraño que no pudo reconocerlo hasta tiempo después.

A partir de ese momento, quitarse a la niña de la cabeza le fue muy difícil. Eso le molestó, y le molestó mucho.

Una corte de espadas y coronas ― AzrielDove le storie prendono vita. Scoprilo ora