5: CONQUISTA Y COLONIA

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CUALQUIER contacto con el pueblo mexicano, así sea fugaz, muestra que bajo las formasoccidentales laten todavía las antiguas creencias y costumbres. Esos despojos, vivos aún, sontestimonio de la vitalidad de las culturas precortesianas. Y después de los descubrimientos de arqueólogose historiadores ya no es posible referirse a esas sociedades como tribus bárbaras oprimitivas. Por encima de la fascinación o del horror que nos produzcan, debe admitirse que losespañoles al llegar a México encontraron civilizaciones complejas y refinadas.Mesoamérica, esto es, el núcleo de lo que sería más tarde Nueva España, era un territorio quecomprendía el centro y el sur del México actual y una parte de Centroamérica. Al norte, en losdesiertos y planicies incultas, vagaban los nómadas, los chichimecas, como de manera genérica ysin distinción de nación llamaban a los bárbaros los habitantes de la Mesa Central. Las fronterasentre unos y otros eran inestables, como las de Roma. Los últimos siglos de Mesoamérica puedenreducirse, un poco sumariamente, a la historia del encuentro entre las oleadas de cazadoresnorteños, casi todos pertenecientes a la familia náhuatl, y las poblaciones sedentarias. Los aztecasson los últimos en establecerse en el Valle de México. El previo trabajo de erosión de suspredecesores y el desgaste de los resortes íntimos de las viejas culturas locales, hizo posible queacometieran la empresa extraordinaria de fundar lo que Arnold Toynbee llama un ImperioUniversal, erigido sobre los restos de las antiguas sociedades. Los españoles, piensa el historiadoringlés, no hicieron sino sustituirlos, resolviendo en una síntesis política la tendencia a ladisgregación que amenazaba al mundo mesoamericano.Cuando se reflexiona en lo que era nuestro país a la llegada de Cortés, sorprende la pluralidad deciudades y culturas, que contrasta con la relativa homogeneidad de sus rasgos más característicos.La diversidad de los núcleos indígenas, y las rivalidades que los desgarraban, indica queMesoamérica estaba constituida por un conjunto de pueblos, naciones y culturas autónomas, contradiciones propias, exactamente como el Mediterráneo y otras áreas culturales. Por sí mismaMesoamérica era un mundo histórico.Por otra parte, la homogeneidad cultural de esos centros muestra que la primitiva singularidad decada cultura había sido sustituida, en época acaso no muy remota, por formas religiosas y políticasuniformes. En efecto, las culturas madres, en el centro y en el sur, se habían extinguido hacía yavarios siglos. Sus sucesores habían combinado y recreado toda aquella variedad de expresioneslocales. Esta tarea de síntesis había culminado en la erección de un modelo, el mismo, con levesdiferencias, para todos.A pesar del justo descrédito en que han caído las analogías históricas, de las que se ha abusadocon tanto brillo como ligereza, es imposible no comparar la imagen que nos ofrece Mesoamérica alcomenzar el siglo XVI, con la del mundo helenístico en el momento en que Roma inicia su carrerade potencia universal. La existencia de varios grandes Estados, y la persistencia de un gran númerode ciudades independientes, especialmente en la Grecia insular y continental, no impiden, sino subrayan,la uniformidad cultural de ese universo. Seléucidas, tolomeos, macedonios y muchospequeños y efímeros estados, no se distinguen entre sí por la diversidad y originalidad de susrespectivas sociedades, sino por las rencillas que fatalmente los dividen. Otro tanto puede decirse delas sociedades mesoamericanas. En unas y otras diversas tradiciones y herencias culturales se mezclan y acaban por fundirse. La homogeneidad cultural contrasta con las querellas perpetuas quelos dividen.En el mundo helenístico la uniformidad se logró a través del predominio de la cultura griega, queabsorbe a las culturas orientales. Es difícil determinar cuál fue el elemento unificador de lassociedades indígenas. Una hipótesis, que no tiene más valor que el de apoyarse en una simplereflexión, hace pensar que el papel realizado por la cultura griega en el mundo antiguo fue cumplidoen Mesoamérica por la cultura, aún sin nombre propio, que floreció en Tula y Teotihuacán, y a laque, no sin inexactitud, se llama "tolteca". La influencia de las culturas de la Mesa Central en el sur,especialmente en el área ocupada por el llamado segundo Imperio maya, justifica esta idea. Esnotable que no exista influencia maya en Teotihuacán. Chichén-Itzá, por el contrario, es una ciudad"tolteca". Todo parece indicar, pues, que en cierto momento las formas culturales del centro deMéxico terminaron por extenderse y predominar.Desde un punto de vista muy general se ha descrito a Mesoamérica como un área históricauniforme, determinada por la presencia constante de ciertos elementos comunes a todas las culturas:agricultura del maíz, calendario ritual, juego de pelota, sacrificios humanos, mitos solares y de lavegetación semejantes, etc. Se dice que todos esos elementos son de origen suriano y que fueronasimilados una y otra vez por las inmigraciones norteñas. Así, la cultura mesoamericana sería elfruto de diversas creaciones del Sur, recogidas, desarrolladas y sistematizadas por grupos nómadas.Este esquema olvida la originalidad de cada cultura local. La semejanza que se observa entre lasconcepciones religiosas, políticas y míticas de los pueblos indoeuropeos, por ejemplo, no niega laoriginalidad de cada uno de ellos. De todos modos, y más allá de la originalidad particular de cadacultura, es evidente que todas ellas, decadentes o debilitadas, estaban a punto de ser absorbidas porel Imperio azteca, heredero de las civilizaciones de la Meseta.Aquellas sociedades estaban impregnadas de religión. La misma sociedad azteca era un Estadoteocrático y militar. Así, la unificación religiosa antecedía, completaba o correspondía de algunamanera a la unificación política. Con diversos nombres, en lenguas distintas, pero con ceremonias,ritos y significaciones muy parecidos, cada ciudad precortesiana adoraba a dioses cada vez más semejantesentre sí. Las divinidades agrarias -los dioses del suelo, de la vegetación y de la fertilidad,como Tláloc-y los dioses nórdicos -celestes, guerreros y cazadores, como Tezcatlipoca,Huitzilopochtli, Mixcóatl- convivían en un mismo culto. El rasgo más acusado de la religiónazteca en el momento de la Conquista es la incesante especulación teológica que refundía,sistematizaba y unificaba creencias dispersas, propias y ajenas. Esta síntesis no era el fruto de unmovimiento religioso popular, como las religiones proletarias que se difunden en el mundo antiguoal iniciarse el cristianismo, sino la tarea de una casta, colocada en el pináculo de la pirámide social.Las sistematizaciones, adaptaciones y reformas de la casta sacerdotal reflejan que en la esfera de lascreencias también se procedía por superposición -característica de las ciudades prehispánicas-.Del mismo modo que una pirámide azteca recubre a veces un edificio más antiguo, la unificaciónreligiosa solamente afectaba a la superficie de la conciencia, dejando intactas las creenciasprimitivas. Esta situación prefiguraba la que introduciría el catolicismo, que también es una religiónsuperpuesta a un fondo religioso original y siempre viviente. Todo preparaba la dominaciónespañola.La Conquista de México sería inexplicable sin estos antecedentes. La llegada de los españolesparece una liberación a los pueblos sometidos por los aztecas. Los diversos estados-ciudades sealían a los conquistadores o contemplan con indiferencia, cuando no con alegría, la caída de cadauno de sus rivales y en particular del más poderoso: Tenochtitlán. Pero ni el genio político de Cortés,ni la superioridad técnica -ausente en hechos de armas decisivos como la batalla de Otumba-, ni la defección de vasallos y aliados, hubieran logrado la ruina del Imperio azteca si éste nohubiese sentido de pronto un desfallecimiento, una duda íntima que lo hizo vacilar y ceder. CuandoMoctezuma abre las puertas de Tenochtitlán a los españoles y recibe a Cortés con presentes, losaztecas pierden la partida. Su lucha final es un suicido y así lo dan a entender todos los textos que tenemos sobre este acontecimiento grandioso y sombrío.¿Por qué cede Moctezuma? ¿Por qué se siente extrañamente fascinado por los españoles yexperimenta ante ellos un vértigo que no es exagerado llamar sagrado -el vértigo lúcido delsuicida ante el abismo? Los dioses lo han abandonado. La gran traición con que comienza lahistoria de México no es la de los tlaxcaltecas, ni la de Moctezuma y su grupo, sino la de los dioses.Ningún otro pueblo se ha sentido tan totalmente desamparado como se sintió la nación azteca antelos avisos, profecías y signos que anunciaron su caída. Se corre el riesgo de no comprender elsentido que tenían esos signos y profecías para los indios si se olvida su concepción cíclica deltiempo. Según ocurre con muchos otros pueblos y civilizaciones, para los aztecas el tiempo no erauna medida abstracta y vacía de contenido, sino algo concreto, una fuerza, sustancia o fluido que segasta y consume. De ahí la necesidad de los ritos y sacrificios destinados a revigorizar el año o elsiglo. Pero el tiempo -o más exactamente: los tiempos- además de constituir algo vivo que nace,crece, decae, renace, era una sucesión que regresa. Un tiempo se acaba; otro vuelve. La llegada delos españoles fue interpretada por Moctezuma -al menos al principio- no tanto como un peligro"exterior" sino como el acabamiento interno de una era cósmica y el principio de otra. Los dioses sevan porque su tiempo se ha acabado; pero regresa otro tiempo y con él otros dioses, otra era.Resulta más patética esta deserción divina cuando se piensa en la juventud y vigor del nacienteEstado. Todos los viejos imperios, como Roma y Bizancio, sienten la seducción de la muerte alfinal de su historia. Los ciudadanos se alzan de hombros cuando llega, siempre tardío, el golpe finaldel extraño. Hay un cansancio imperial y la servidumbre parece carga ligera al que siente la fatigadel poder. Los aztecas experimentan el calosfrío de la muerte en plena juventud, cuando marchabanhacia la madurez. En suma, la conquista de México es un hecho histórico en el que intervienenmuchas y muy diversas circunstancias, pero se olvida con frecuencia la que me parece mássignificativa: el suicidio del pueblo azteca. Recordemos que la fascinación ante la muerte no es tantoun rasgo de madurez o de vejez como de juventud. Mediodía y medianoche son horas de suicidioritual. Al mediodía, durante un instante, todo se detiene y vacila; la vida, como el sol, se pregunta así misma si vale la pena seguir. En ese momento de inmovilidad, que es también de vértigo, a lamitad de su carrera, el pueblo azteca alza la cara: los signos celestes le son adversos. Y siente laatracción de la muerte:

El laberinto de la Soledad - Octavio PazWhere stories live. Discover now