6: DE LA INDEPENDENCIA A LA REVOLUCIÓN

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LAS reformas que emprende la dinastía borbónica, en particular Carlos III, sanean la economía yhacen más eficaz el despacho de los negocios, pero acentúan el centralismo administrativo yconvierten a Nueva España en una verdadera colonia, esto es, en un territorio sometido a unaexplotación sistemática y estrechamente sujeto al poder central. El absolutismo de la casa deAustria tenía otro sentido: las colonias eran reinos dueños de cierta autonomía y el Imperio seasemejaba a un sistema solar. Nueva España, sobre todo en los primeros tiempos, giraba en torno ala Corona como un astro menor, mas dueño de luz propia, como las otras posesiones y reinos. LosBorbones transformaron a Nueva España, reino vasallo, en simple territorio ultramarino. Nobastaron a reanimar a la sociedad colonial la creación de las Intendencias, el impulso que se otorgóa la investigación científica, el desarrollo del humanismo, la construcción de obras monumentalesde servicio público ni, en fin, el buen gobierno de varios Virreyes. La Colonia, como la Metrópoli,era ya sólo forma, cuerpo deshabitado. Desde fines del siglo XVII los lazos que unían a Madrid consus posesiones habían cesado de ser los armoniosos que unen entre sí a un organismo viviente. ElImperio se sobrevive gracias a la perfección y complejidad de su estructura, a su grandeza física y ala inercia. Gracias también a las querellas que dividen a sus rivales. Y la reforma de Carlos IIImuestra hasta qué punto la mera acción política es insuficiente, si no está precedida: por unatransformación de la estructura misma de la sociedad y por un examen de los supuestos que lafundan.Se repite que el siglo XVIII prepara el movimiento de Independencia. En efecto, la ciencia y lafilosofía de la época (a través de la reforma de la escolástica que intentan hombres como FranciscoJavier Clavijero o del pensamiento y la acción de otros como Benito Díaz de Gamarra y AntonioAlzate) constituyen los necesarios antecedentes intelectuales del Grito de Dolores. Mas se olvidaque la Independencia sobreviene cuando ya nada nos unía a España, excepto la inercia. Esa inerciaterrible del agonizante que inmoviliza su mano en un gesto duro, de garra, como para asir un minutomás la vida. Pero la vida lo deserta, con un último y brusco movimiento. Nueva España, en tantoque creación universal, en tanto que orden vivo y no máscara del orden, se extingue cuando deja dealimentarla una fe. Sor Juana, incapaz de resolver en una forma creadora y orgánica el conflictoentre su curiosidad intelectual y los principios religiosos de la época, renuncia y muere,ejemplarmente. Con menos ejemplaridad la sociedad colonial se arrastra por un siglo todavía,defendiéndose con estéril tenacidad.La Independencia ofrece la misma ambigua figura que la Conquista. La obra de Cortés esprecedida por la síntesis política que realizan en España los Reyes Católicos y por la que inician enMesoamérica los aztecas. La Independencia se presenta también como un fenómeno de doblesignificado: disgregación del cuerpo muerto del Imperio y nacimiento de una pluralidad de nuevosEstados. Conquista e Independencia parecen ser momentos de flujo y reflujo de una gran olahistórica, que se forma en el siglo XV, se extiende hasta América, alcanza un momento de hermosoequilibrio en los siglos XVI y XVII y finalmente se retira, no sin antes dispersarse en milfragmentos.Confirma esta imagen el filósofo José Gaos cuando divide al pensamiento moderno en lenguaespañola en dos porciones: la propiamente peninsular -que consiste en una larga reflexión sobre la decadencia española- y la hispanoamericana -que es, más que una meditación, un alegato enfavor de la Independencia y una búsqueda de nuestro destino. El pensamiento español se vuelvesobre el pasado y sobre sí mismo, para investigar las causas de la decadencia o para aislar, entretanta muerte, los elementos todavía vivos que den sentido y actualidad al hecho, extraño entretodos, de ser español. El hispanoamericano principia como una justificación de la Independencia,pero se transforma casi inmediatamente en un proyecto: América no es tanto una tradición quecontinuar como un futuro que realizar. Proyecto y utopía son inseparables del pensamientohispanoamericano, desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días. Elegía y crítica, lo son delpeninsular -incluyendo a Unamuno, el poeta elegiaco, y a Ortega y Gasset, el filósofo crítico.En los países suramericanos es más perceptible la dualidad anterior. La personalidad de losdirigentes es más neta y más radical su oposición a la tradición hispánica. Aristócratas, intelectualesy viajeros cosmopolitas, no solamente conocen las nuevas ideas, sino que frecuentan a los nuevoshombres y a las nuevas sociedades. Miranda participa en la Revolución francesa y combate enValrny. Bello vive en Londres. Los años de aprendizaje de Bolívar transcurren en esa atmósfera queprepara a los héroes y a los príncipes: desde niño se le educa para libertar y para gobernar. NuestraRevolución de Independencia es menos brillante, menos rica en ideas y frases universales y másdeterminada por las circunstancias locales. Nuestros caudillos, sacerdotes humildes y oscuroscapitanes, no tienen una noción tan clara de su obra. En cambio, poseen un sentido más profundo dela realidad y escuchan mejor lo que, a media voz y en cifra, les dice el pueblo.Estas diferencias influyen en la historia posterior de nuestros países. La Independenciasuramericana se inicia con un gran movimiento continental: San Martín libera medio continente,Bolívar otro medio. Se crean grandes Estados, Confederaciones, anfictionías. Se piensa que laemancipación de España no acarreará la desmembración del mundo hispánico. Al poco tiempo larealidad hace astillas todos esos proyectos. El proceso de disgregación del Imperio español semostró más fuerte que la clarividencia de Bolívar.En suma, en el movimiento de Independencia pelean dos tendencias opuestas: una, de origeneuropeo, liberal y utópica, que concibe a la América española como un todo unitario, asamblea denaciones libres; otra, tradicional, que rompe lazos con la Metrópoli sólo para acelerar el proceso dedispersión del Imperio.La Independencia hispanoamericana, como la historia entera de nuestros pueblos, es un hechoambiguo y de difícil interpretación porque, una vez más, las ideas enmascaran a la realidad en lugarde desnudarla o expresarla. Los grupos y clases que realizan la Independencia en Suraméricapertenecían a la aristocracia feudal nativa; eran los descendientes de los colonos españoles,colocados en situación de inferioridad frente a los peninsulares. La Metrópoli, empeñada en unapolítica proteccionista, por una parte impedía el libre comercio de las colonias y obstruía sudesarrollo económico y social por medio de trabas administrativas y políticas; por la otra, cerraba elpaso a los "criollos" que con toda justicia deseaban ingresar a los altos empleos y a la dirección delEstado. Así pues, la lucha por la Independencia tendía a liberar a los "criollos" de la momificadaburocracia peninsular aunque, en realidad, no se proponía cambiar la estructura social de lascolonias. Cierto, los programas y el lenguaje de los caudillos de la Independencia recuerdan al delos revolucionarios de la época. Eran sinceros, sin duda. Aquel lenguaje era "moderno", eco de losrevolucionarios franceses y, sobre todo, de las ideas de la Independencia norteamericana. Pero en laAmérica sajona esas ideas expresaban realmente a grupos que se proponían transformar el paísconforme a una nueva filosofía política. Y aun más: con esos principios no intentaban cambiar unestado de cosas por otro sino, diferencia radical, crear una nueva nación. En efecto: los EstadosUnidos son, en la historia del siglo XIX, una novedad mundial, una sociedad que crece y seextiende naturalmente. Entre nosotros, en cambio, una vez consumada la Independencia las clasesdirigentes se consolidan como las herederas del viejo orden español. Rompen con España pero semuestran incapaces de crear una sociedad moderna. No podía ser de otro modo, ya que los gruposque encabezaron el movimiento de Independencia no constituían nuevas fuerzas sociales, sino la prolongación del sistema feudal. La novedad de las nuevas naciones hispanoamericanas esengañosa; en verdad se trata de sociedades en decadencia o en forzada inmovilidad, supervivenciasy fragmentos de un todo deshecho. El Imperio español se dividió en una multitud de Repúblicas porobra de las oligarquías nativas, que en todos los casos favorecieron o impulsaron el proceso de desintegración.No debe olvidarse, además, la influencia determinante de muchos de los caudillosrevolucionarios. Algunos, más afortunados en esto que los conquistadores, su contrafigura histórica,lograron "alzarse con los reinos", como si se tratase de un botín medieval. La imagen del "dictadorhispanoamericano" aparece ya, en embrión, en la del "libertador". Así, las nuevas Repúblicas fueroninventadas por necesidades políticas y militares del momento, no porque expresasen una real peculiaridadhistórica. Los "rasgos nacionales" se fueron formando más tarde; en muchos casos, no sonsino consecuencia de la prédica nacionalista de los gobiernos. Aún ahora, un siglo y medio después,nadie puede explicar satisfactoriamente en qué consisten las diferencias "nacionales" entreargentinos y uruguayos, peruanos y ecuatorianos, guatemaltecos y mexicanos. Nada tampoco -excepto la persistencia de las oligarquías locales, sostenidas por el imperialismo norteamericano-explica la existencia en Centroamérica y las Antillas de nueve repúblicas.No es esto todo. Cada una de las nuevas naciones tuvo, al otro día de la Independencia, unaconstitución más o menos (casi siempre menos que más) liberal y democrática. En Europa y en losEstados Unidos esas leyes correspondían a una realidad histórica: eran la expresión del ascenso dela burguesía, la consecuencia de la revolución industrial y de la destrucción del antiguo régimen. EnHispanoamérica sólo servían para vestir a la moderna las supervivencias del sistema colonial. Laideología liberal y democrática, lejos de expresar nuestra situación histórica concreta, la ocultaba.La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente. El daño moral ha sidoincalculable y alcanza a zonas muy profundas de nuestro ser. Nos movemos en la mentira connaturalidad. Durante más de cien años hemos sufrido regímenes de fuerza, al servicio de lasoligarquías feudales, pero que utilizan el lenguaje de la libertad. Esta situación se ha prolongadohasta nuestros días. De ahí que la lucha contra la mentira oficial y constitucional sea el primer pasode toda tentativa seria de reforma. Éste parece ser el sentido de los actuales movimientos latinoamericanos,cuyo objetivo común consiste en realizar de una vez por todas la Independencia. O sea:transformar nuestros países en sociedades realmente modernas y no en meras fachadas parademagogos y turistas. En esta lucha nuestros pueblos no sólo se enfrentan a la vieja herenciaespañola (la Iglesia, el ejército y la oligarquía), sino al Dictador, al Jefe con la boca henchida defórmulas legales y patrióticas, ahora aliado a un poder muy distinto al viejo imperialismo hispano:los grandes intereses del capitalismo extranjero.Casi todo lo anterior es aplicable a México, con decisivas salvedades. En primer término, nuestrarevolución de Independencia jamás manifiesta las pretensiones de universalidad que son, a untiempo, la videncia y la ceguera de Bolívar. Además, los insurgentes vacilan entre la Independencia(Morelos) y formas modernas de autonomía (Hidalgo).La guerra se inicia como una protesta contralos abusos de la Metrópoli y de la alta burocracia española, sí, pero también y sobre todo contra losgrandes latifundistas nativos. No es la rebelión de la aristocracia local contra la Metrópoli, sino ladel pueblo contra la primera. De ahí que los revolucionarios hayan concedido mayor importancia adeterminadas reformas sociales que a la Independencia misma: Hidalgo decreta la abolición de laesclavitud; Morelos, el reparto de los latifundios. La guerra de Independencia fue una guerra declases y no se comprenderá bien su carácter si se ignora que, a diferencia de lo ocurrido enSuramérica, fue una revolución agraria en gestación. Por eso el Ejército (en el que servían "criollos"como Iturbide), la Iglesia y los grandes propietarios se aliaron a la Corona española. Esas fuerzasfueron las que derrotaron a Hidalgo, Morelos y Mina. Un poco más tarde, casi extinguido el movimientoinsurgente, ocurre lo inesperado: en España los liberales toman el poder, transforman laMonarquía absoluta en constitucional y amenazan los privilegios de la Iglesia y de la aristocracia.Se opera entonces un brusco cambio de frente; ante este nuevo peligro exterior, el alto clero, losgrandes terratenientes, la burocracia y los militares criollos buscan la alianza con los restos de los insurgentes y consuman la Independencia. Se trata de un verdadero acto de prestidigitación: laseparación política de la Metrópoli se realiza en contra de las clases que habían luchado por laIndependencia, El virreinato de Nueva España se transforma en el Imperio mexicano. Iturbide, elantiguo general realista, se convierte en Agustín I. Al poco tiempo, una rebelión lo derriba. Se iniciala era de los pronunciamientos.Durante más de un cuarto de siglo, en una lucha confusa que no excluye las alianzas transitorias,los cambios de bando y aun las traiciones, los liberales intentan consumar la ruptura con la tradicióncolonial. En cierto modo son los continuadores de los primeros caudillos, Hidalgo y Morelos. Sinembargo, su crítica al orden de cosas no se dirige tanto a cambiar la realidad como la legislación.Casi todos piensan, con una optimismo heredado de la Enciclopedia, que basta con decretar nuevasleyes para que la realidad se transforme. Ven en los Estados Unidos un modelo y creen que suprosperidad se debe a la excelencia de las instituciones republicanas. De ahí su federalismo, poroposición al centralismo de los conservadores. Todos esperan que una Constitución democrática, allimitar el poder temporal de la Iglesia y acabar con los privilegios de la aristocracia terrateniente,producirá casi automáticamente una nueva clase social: la burguesía. Los liberales no sólo tienenque luchar contra los conservadores, sino que deben contar con los militares, que cambian de bandosegún sus intereses. Mientras disputan las facciones, el país se desintegra. Los Estados Unidosaprovechan la ocasión y en una de las guerras más injustas en la historia, ya de por sí negra, de laexpansión imperialista, nos arrebatan más de la mitad del territorio. Esta derrota produjo, a la larga,una reacción saludable, pues hirió de muerte al caudillismo militar, encarnado en el dictador SantaAna.(Alternativamente liberal y conservador, guardián de la libertad y vendedor del país, SantaAnaes uno de los arquetipos del dictador latinoamericano: al final de su carrera política ordenahonras fúnebres para la pierna que pierde en una batalla y se declara Alteza Serenísima.) Larebelión popular expulsa a Santa-Ana y da el poder a los liberales. Una nueva generación, herederade José María Mora y Valentín Gómez Farias, maestro de la "inteligencia" liberal, se dispone a darnuevos fundamentos a la nación. La primera piedra será una constitución. En efecto, en 1857,México adopta una carta constitucional liberal. Los conservadores apelan a las armas. Juárezresponde con las Leyes de Reforma, que acaban con los "fueros" y destruyen el poder material de laIglesia. Derrotado, el partido conservador acude al extranjero y, apoyado por las tropas de NapoleónIII, instala en la capital a Maximiliano, segundo emperador de México. (Nueva ambigüedadhistórica: Maximiliano era liberal y soñaba con crear un Imperio latino que se opusiese al poderíoyanqui. Sus ideas no tenían relación alguna con las de los obstinados conservadores que losostenían.) Los reveses europeos del Imperio napoleónico, la presión norteamericana (cuyo sentidopuede tergiversarse si se olvida que Lincoln estaba en el poder) y, en fin, la encarnizada resistenciapopular, causa original y determinante de la victoria, consuman el triunfo republicano. Juárez fusilaa Maximiliano, episodio no sin analogías con la ejecución de Luis XVI: la "razón geométrica" esacerada.La Reforma consuma la Independencia y le otorga su verdadera significación, pues plantea elexamen de las bases mismas de la sociedad mexicana y de los supuestos históricos y filosóficos enque se apoyaba. Ese examen concluye en una triple negación: la de la herencia española, la delpasado indígena y la del catolicismo -que conciliaba a las dos primeras en una afirmaciónsuperior-. La Constitución de 1857 y las Leyes de la Reforma son la expresión jurídica y políticade ese examen y promueven la destrucción de dos instituciones que representaban la continuidad denuestra triple herencia: las asociaciones religiosas y la propiedad comunal indígena. La separaciónde la Iglesia y del Estado, la desamortización de los bienes eclesiásticos y la libertad de enseñanza(completada con la disolución de las órdenes religiosas que la monopolizaban), no eran sino elaspecto negativo de la Reforma, Con la misma violencia con que negaba la tradición, la generaciónde 1857 afirmaba algunos principios. Su obra no consiste nada más en la ruptura con el mundocolonial; es un proyecto tendiente a fundar una nueva sociedad. Es decir, el proyecto histórico delos liberales aspiraba a sustituir la tradición colonial, basada en la doctrina del catolicismo, por una afirmación igualmente universal: la libertad de la persona humana. La nación mexicana se fundaríasobre un principio distinto al jerárquico que animaba a la Colonia: la igualdad ante la ley de todoslos mexicanos en tanto que seres humanos, que seres de razón. La Reforma funda a Méxiconegando su pasado. Rechaza la tradición y busca justificarse en el futuro.El sentido de este necesario matricidio no escapaba a la penetración de los mejores. IgnacioRamírez, quizá la figura más saliente de ese grupo de hombres extraordinarios, termina así uno desus poemas:

El laberinto de la Soledad - Octavio PazOnde histórias criam vida. Descubra agora