[APÉNDICE] LA DIALÉCTICA DE LA SOLEDAD

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LA SOLEDAD, el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separadode sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de suvida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimospara internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de lacondición humana. El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro.Su naturaleza -si se puede hablar de naturaleza al referirse al hombre, el ser que, precisamente, seha inventado a sí mismo al decirle "no" a la naturaleza- consiste en un aspirar a realizarse en otro.El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se sientecomo carencia de otro, como soledad. Uno con el mundo que lo rodea, el feto es vida pura y enbruto, fluir ignorante de sí. Al nacer, rompemos los lazos que nos unen a la vida ciega que vivimosen el vientre materno, en donde no hay pausa entre deseo y satisfacción. Nuestra sensación de vivirse expresa como separación y ruptura, desamparo, caída en un ámbito hostil o extraño. A medidaque crecemos esa primitiva sensación se transforma en sentimiento de soledad. Y más tarde, enconciencia: estamos condenados a vivir solos, pero también lo estamos a traspasar nuestra soledad ya rehacer los lazos que en un pasado paradisíaco nos unían a la vida. Todos nuestros esfuerzostienden a abolir la soledad. Así, sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste entener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí. La soledad, que es la condición mismade nuestra vida, se nos aparece como una prueba y una purgación, a cuyo término angustia e inestabilidaddesaparecerán. La plenitud, la reunión, que es reposo y dicha, concordancia con el mundo,nos esperan al fin del laberinto de la soledad.El lenguaje popular refleja esta dualidad al identificar a la soledad con la pena. Las penas deamor son penas de soledad. Comunión y soledad, deseo de amor, se oponen y complementan. Y elpoder redentor de la soledad transparenta una oscura, pero viva, noción de culpa: el hombre solo"está dejado de la mano de Dios". La soledad es una pena, esto es, una condena y una expiación. Esun castigo, pero también una promesa del fin de nuestro exilio. Toda vida está habitada por estadialéctica.Nacer y morir son experiencias de soledad. Nacemos solos y morimos solos. Nada tan gravecomo esa primera inmersión en la soledad que es el nacer, si no es esa otra caída en lo desconocidoque es el morir. La vivencia de la muerte se transforma pronto en conciencia del morir. Los niños ylos hombres primitivos no creen en la muerte; mejor dicho, no saben que la muerte existe, aunqueella trabaje secretamente en su interior. Su descubrimiento nunca es tardío para el hombrecivilizado, pues todo nos avisa y previene que hemos de morir. Nuestras vidas son un diarioaprendizaje de la muerte. Más que a vivir se nos enseña a morir. Y se nos enseña mal.Entre nacer y morir transcurre nuestra vida. Expulsados del claustro materno, iniciamos unangustioso salto de veras mortal, que no termina sino hasta que caemos en la muerte. ¿Morir serávolver allá, a la vida de antes de la vida? ¿Será vivir de nuevo esa vida prenatal en que reposo ymovimiento, día y noche, tiempo y eternidad, dejan de oponerse? ¿Morir será dejar de ser y,definitivamente, estar? ¿Quizá la muerte sea la vida verdadera? ¿Quizá nacer sea morir y morir,nacer? Nada sabemos. Mas aunque nada sabemos, todo nuestro ser aspira a escapar de estoscontrarios que nos desgarran. Pues si todo (conciencia de sí, tiempo, razón, costumbres, hábitos) tiende a hacer de nosotros los expulsados de la vida, todo también nos empuja a volver, a descenderal seno creador de donde fuimos arrancados. Y le pedimos al amor -que, siendo deseo, es hambrede comunión, hambre de caer y morir tanto como de renacer- que nos dé un pedazo de vidaverdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo uninstante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y muerte, tiempo y eternidad,pacten. Oscuramente sabemos que vida y muerte no son sino dos movimientos, antagónicos perocomplementarios, de una misma realidad. Creación y destrucción se funden en el acto amoroso; ydurante una fracción de segundo el hombre entrevé un estado más perfecto.EN NUESTRO mundo el amor es una experiencia casi inaccesible. Todo se opone a él: moral,clases, leyes, razas y los mismos enamorados. La mujer siempre ha sido para el hombre "lo otro", sucontrario y complemento. Si una parte de nuestro ser anhela fundirse a ella, otra, no menosimperiosamente, la aparta y excluye. La mujer es un objeto, alternativamente precioso o nocivo,mas siempre diferente. Al convertirla en objeto, en ser aparte y al someterla a todas lasdeformaciones que su interés, su vanidad, su angustia y su mismo amor le dictan, el hombre laconvierte en instrumento. Medio para obtener el conocimiento y el placer, vía para alcanzar lasupervivencia, la mujer es ídolo, diosa, madre, hechicera o musa, según muestra Simone deBeauvoir, pero jamás puede ser ella misma. De ahí que nuestras relaciones eróticas estén viciadasen su origen, manchadas en su raíz. Entre la mujer y nosotros se interpone un fantasma: el de suimagen, el de la imagen que nosotros nos hacemos de ella y con la que ella se reviste. Ni siquierapodemos tocarla como carne que se ignora a sí misma, pues entre nosotros y ella se desliza esavisión dócil y servil de un cuerpo que se entrega. Y a la mujer le ocurre lo mismo: no se siente ni seconcibe sino como objeto, como "otro".Nunca es dueña de sí. Su ser se escinde entre lo que es realmente y la imagen que ella se hace desí. Una imagen que le ha sido dictada por familia, clase, escuela, amigas, religión y amante. Sufeminidad jamás se expresa, porque se manifiesta a través de formas inventadas por el hombre. Elamor no es un acto natural. Es algo humano y, por definición, lo más humano, es decir, una creación,algo que nosotros hemos hecho y que no se da en la naturaleza. Algo que hemos hecho, quehacemos todos los días y que todos los días deshacemos.No son éstos los únicos obstáculos que se interponen entre el amor y nosotros. El amor eselección. Libre elección, acaso, de nuestra fatalidad, súbito descubrimiento de la parte más secreta yfatal de nuestro ser. Pero la elección amorosa es imposible en nuestra sociedad. Ya Bretón decía enuno de sus libros más hermosos -El loco amor- que dos prohibiciones impedían, desde su nacimiento,la elección amorosa: la interdicción social y la idea cristiana del pecado. Para realizarse, elamor necesita quebrantar la ley del mundo. En nuestro tiempo el amor es escándalo y desorden,transgresión: el de dos astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran en la mitad delespacio. La concepción romántica del amor, que implica ruptura y catástrofe, es la única queconocemos porque todo en la sociedad impide que el amor sea libre elección.La mujer vive presa en la imagen que la sociedad masculina le impone; por lo tanto, sólo puedeelegir rompiendo consigo misma. "El amor la ha transformado, la ha hecho otra persona", suelendecir de las enamoradas. Y es verdad: el amor hace otra a la mujer, pues si se atreve a amar, aelegir, si se atreve a ser ella misma, debe romper esa imagen con que el mundo encarcela su ser. Elhombre tampoco puede elegir. El círculo de sus posibilidades es muy reducido. Niño, descubre lafeminidad en la madre o en las hermanas. Y desde entonces el amor se identifica con lo prohibido.Nuestro erotismo está condicionado por el horror y la atracción del incesto. Por otra parte, la vidamoderna estimula innecesariamente nuestra sensualidad, al mismo tiempo que la inhibe con todaclase de interdicciones -de clase, de moral y hasta de higiene-. La culpa es la espuela y el frenodel deseo. Todo limita nuestra elección. Estamos constreñidos a someter nuestras aficionesprofundas a la imagen femenina que nuestro círculo social nos impone. Es difícil amar a personasde otra raza, de otra lengua o de otra clase, a pesar de que no sea imposible que el rubio prefiera a las negras y éstas a los chinos, ni que el señor se enamore de su criada o a la inversa. Semejantesposibilidades nos hacen enrojecer. Incapaces de elegir, seleccionamos a nuestra esposa entre lasmujeres que nos "convienen". Jamás confesaremos que nos hemos unido -a veces para siempre-con una mujer que acaso no amamos y que, aunque nos ame, es incapaz de salir de sí misma ymostrarse tal cual es. La frase de Swan: "Y pensar que he perdido los mejores años de mi vida conuna mujer que no era mi tipo", la pueden repetir, a la hora de su muerte, la mayor parte de loshombres modernos. Y las mujeres.La sociedad concibe el amor, contra la naturaleza de este sentimiento, como una unión estable ydestinada a crear hijos. Lo identifica con el matrimonio. Toda transgresión a esta regla se castigacon una sanción cuya severidad varía de acuerdo con tiempo y espacio. (Entre nosotros la sanciónes mortal muchas veces -si es mujer el infractor- pues en México, como en todos los paíseshispánicos, funcionan con general aplauso dos morales, la de los señores y la de los otros: pobres,mujeres, niños.) La protección impartida al matrimonio podría justificarse si la sociedad permitiesede verdad la elección. Puesto que no lo hace, debe aceptarse que el matrimonio no constituye la másalta realización del amor, sino que es una forma jurídica, social y económica que posee finesdiversos a los del amor. La estabilidad de la familia reposa en el matrimonio, que se convierte enuna mera proyección de la sociedad, sin otro objeto que la recreación de esa misma sociedad. Deahí la naturaleza profundamente conservadora del matrimonio. Atacarlo, es disolver las basesmismas de la sociedad. Y de ahí también que el amor sea, sin proponérselo, un acto antisocial, puescada vez que logra realizarse, quebranta el matrimonio y lo transforma en lo que la sociedad noquiere que sea: la revelación de dos soledades que crean por sí mismas un mundo que rompe lamentira social, suprime tiempo y trabajo y se declara autosuficiente. No es extraño, así, que lasociedad persiga con el mismo encono al amor y a la poesía, su testimonio, y los arroje a la clandestinidad,a las afueras, al mundo turbio y confuso de lo prohibido, lo ridículo y lo anormal. Ytampoco es extraño que amor y poesía estallen en formas extrañas y puras: un escándalo, un crimen,un poema. La protección al matrimonio implica la persecución del amor y la tolerancia de laprostitución, cuando no su cultivo oficial. Y no deja de ser reveladora la ambigüedad de laprostituta: ser sagrado para algunos pueblos, para nosotros es alternativamente un ser despreciable ydeseable. Caricatura del amor, víctima del amor, la prostituta es símbolo de los poderes que humillanuestro mundo. Pero no nos basta con esa mentira de amor que entraña la existencia de laprostitución; en algunos círculos se aflojan los lazos que hacen intocable al matrimonio y reina lapromiscuidad. Ir de cama en cama no es ya, ni siquiera, libertinaje. El seductor, el hombre que nopuede salir de sí porque la mujer es siempre instrumento de su vanidad o de su angustia, se haconvertido en una figura del pasado, como el caballero andante. Ya no se puede seducir a nadie, delmismo modo que no hay doncellas que amparar o entuertos que deshacer. El erotismo modernotiene un sentido distinto al de un Sade, por ejemplo; Sade era un temperamento trágico, poseído deabsoluto; su obra es una revelación explosiva de la condición humana. Nada más desesperado queun héroe de Sade. El erotismo moderno casi siempre es una retórica, un ejercicio literario y unacomplacencia. No es una revelación del hombre sino un documento más sobre una sociedad queestimula el crimen y condena al amor. ¿Libertad de la pasión? El divorcio ha dejado de ser unaconquista. No se trata tanto de facilitar la anulación de los lazos ya establecidos, sino de permitirque hombres y mujeres puedan escoger libremente. En una sociedad ideal, la única causa dedivorcio sería la desaparición del amor o la aparición de uno nuevo. En una sociedad en que todospudieran elegir, el divorcio sería un anacronismo o una singularidad, como la prostitución, la promiscuidado el adulterio.La sociedad se finge una totalidad que vive por sí y para sí. Pero si la sociedad se concibe comounidad indivisible, en su interior está escindida por un dualismo que acaso tiene su origen en elmomento en que el hombre se desprende del mundo animal y, al servirse de sus manos, se inventa así mismo e inventa conciencia y moral. La sociedad es un organismo que padece la extrañanecesidad de justificar sus fines y apetitos. A veces los fines de la sociedad, enmascarados por los preceptos de la moral dominante, coinciden con los deseos y necesidades de los hombres que lacomponen. Otras, contradicen las aspiraciones de fragmentos o clases importantes. Y no es raro quenieguen los instintos más profundos del hombre. Cuando esto último ocurre, la sociedad vive unaépoca de crisis: estalla o se estanca. Sus componentes dejan de ser hombres y se convierten ensimples instrumentos desalmados.El dualismo inherente a toda sociedad, y que toda sociedad aspira a resolver transformándose encomunidad, se expresa en nuestro tiempo de muchas maneras: lo bueno y lo malo, lo permitido y loprohibido; lo ideal y lo real, lo racional y lo irracional; lo bello y lo feo; el sueño y la vigilia, lospobres y los ricos, los burgueses y los proletarios; la inocencia y la conciencia, la imaginación y elpensamiento. Por un movimiento irresistible de su propio ser, la sociedad tiende a superar estedualismo y a transformar el conjunto de solitarias enemistades que la componen en un ordenarmonioso. Pero la sociedad moderna pretende resolver su dualismo mediante la supresión de esadialéctica de la soledad que hace posible el amor. Las sociedades industriales -independientementede sus diferencias "ideológicas", políticas o económicas- se empeñan en transformar lasdiferencias cualitativas, es decir: humanas, en uniformidades cuantitativas. Los métodos de laproducción en masa se aplican también a la moral, al arte y a los sentimientos. Abolición de lascontradicciones y de las excepciones... Se cierran así las vías de acceso a la experiencia más hondaque la vida ofrece al hombre y que consiste en penetrar la realidad como una totalidad en la que loscontrarios pactan. Los nuevos poderes abolen la soledad por decreto. Y con ella al amor, formaclandestina y heroica de la comunión. Defender el amor ha sido siempre una actividad antisocial ypeligrosa. Y ahora empieza a ser de verdad revolucionaria. La situación del amor en nuestro tiemporevela cómo la dialéctica de la soledad, en su más profunda manifestación, tiende a frustrarse porobra de la misma sociedad. Nuestra vida social niega casi siempre toda posibilidad de auténticacomunión erótica.EL AMOR es uno de los más claros ejemplos de ese doble instinto que nos lleva a cavar y ahondaren nosotros mismos y, simultáneamente, a salir de nosotros y realizarnos en otro: muerte yrecreación, soledad y comunión. Pero no es el único. Hay en la vida de cada hombre una serie deperíodos que son también rupturas y reuniones, separaciones y reconciliaciones. Cada una de estasetapas es una tentativa por trascender nuestra soledad, seguida por inmersiones en ambientesextraños.El niño se enfrenta a una realidad irreductible a su ser y a cuyos estímulos no responde alprincipio sino con llanto o silencio. Roto el cordón que lo unía a la vida, trata de recrearlo pormedio de la afectividad y el juego. Inicia así un diálogo que no terminará sino hasta que recite elmonólogo de su muerte. Pero sus relaciones con el exterior no son ya pasivas, como en la vidaprenatal, pues el mundo le exige una respuesta. La realidad debe ser poblada por sus actos. Graciasal juego y a la imaginación, la naturaleza inerte de los adultos -una silla, un libro, un objetocualquiera- adquiere de pronto vida propia. Por la virtud mágica del lenguaje o del gesto, delsímbolo o del acto, el niño crea un mundo viviente, en el que los objetos son capaces de responder asus preguntas. El lenguaje, desnudo de sus significaciones intelectuales, deja de ser un conjunto designos y vuelve a ser un delicado organismo de imantación mágica. No hay distancia entre elnombre y la cosa y pronunciar una palabra es poner en movimiento a la realidad que designa. Larepresentación equivale a una verdadera reproducción del objeto, del mismo modo que para elprimitivo la escultura no es una representación sino un doble del objeto representado. Hablar vuelvea ser una actividad creadora de realidades, esto es, una actividad poética. El niño, por virtud de lamagia, crea un mundo a su imagen y resuelve así su soledad. Vuelve a ser uno con su ambiente. Elconflicto renace cuando el niño deja de creer en el poder de sus palabras o de sus gestos. La concienciaprincipia como desconfianza en la eficacia mágica de nuestros instrumentos.La adolescencia es ruptura con el mundo infantil y momento de pausa ante el universo de losadultos. Spranger señala a la soledad como nota distintiva de la adolescencia. Narciso, el solitario, es la imagen misma del adolescente. En este período el hombre adquiere por primera vez concienciade su singularidad. Pero la dialéctica de los sentimientos interviene nuevamente: en tanto queextrema conciencia de sí, la adolescencia no puede ser superada sino como olvido de sí, comoentrega. Por eso la adolescencia no es sólo la edad de la soledad, sino también la época de losgrandes amores, del heroísmo y del sacrificio. Con razón el pueblo imagina al héroe y al amantecomo figuras adolescentes. La visión del adolescente como un solitario, encerrado en sí mismo,devorado por el deseo o la timidez, se resuelve casi siempre en la bandada de jóvenes que bailan,cantan o marchan en grupo. O en la pareja paseando bajo el arco de verdor de la calzada. Eladolescente se abre al mundo: al amor, a la acción, a la amistad, al deporte, al heroísmo. Laliteratura de los pueblos modernos -con la significativa excepción de la española, en donde noaparecen sino como picaros o huérfanos- está poblada de adolescentes, solitarios en busca de lacomunión: del anillo, de la espada, de la Visión. La adolescencia es una vela de armas de la que sesale al mundo de los hechos.La madurez no es etapa de soledad. El hombre, en lucha con los hombres o con las cosas, seolvida de sí en el trabajo, en la creación o en la construcción de objetos, ideas e instituciones. Suconciencia personal se une a otras: el tiempo adquiere sentido y fin, es historia, relación viviente ysignificativa con un pasado y un futuro. En verdad, nuestra singularidad -que brota de nuestratemporalidad, de nuestra fatal inserción en un tiempo que es nosotros mismos y que al alimentarnosnos devora -no queda abolida, pero sí atenuada y, en cierto modo, "redimida". Nuestra existenciaparticular se inserta en la historia y ésta se convierte, para emplear la expresión de Eliot, en "apattern of timeless moments". Así, el hombre maduro atacado del mal de soledad constituye enépocas fecundas una anomalía. La frecuencia con que ahora se encuentra a esta clase de solitariosindica la gravedad de nuestros males. En la época del trabajo en común, de los cantos en común, delos placeres en común, el hombre está más solo que nunca. El hombre moderno no se entrega a nadade lo que hace. Siempre una parte de sí, la más profunda, permanece intacta y alerta. En el siglo dela acción, el hombre se espía. El trabajo, único dios moderno, ha cesado de ser creador. El trabajosin fin, infinito, corresponde a la vida sin finalidad de la sociedad moderna. Y la soledad queengendra, soledad promiscua de los hoteles, de las oficinas, de los talleres y de los cines, no es unaprueba que afine el alma, un necesario purgatorio. Es una condenación total, espejo de un mundosin salida.EL DOBLE significado de la sociedad -ruptura con un mundo y tentativa por crear otro- semanifiesta en nuestra concepción de héroes, santos y redentores. El mito, la biografía, la historia yel poema registran un período de soledad y de retiro, situado casi siempre en la primera juventud,que precede a la vuelta al mundo y a la acción entre los hombres. Años de preparación y de estudio,pero sobre todo años de sacrificio y penitencia, de examen, de expiación y de purificación. Lasoledad es ruptura con un mundo caduco y preparación para el regreso y la lucha final. ArnoldToynbee ilustra esta idea con numerosos ejemplos: el mito de la cueva de Platón, las vidas de SanPablo, Buda, Mahoma, Maquiavelo, Dante. Y todos, en nuestra propia vida y dentro de laslimitaciones de nuestra pequeñez, también hemos vivido en soledad y apartamiento, parapurificarnos y luego regresar entre los nuestros.La dialéctica de la soledad -"the twofold motion of withdrawal-and-return", según Toynbee-se dibuja con claridad en la historia de todos los pueblos. Quizá las sociedades antiguas, mássimples que las nuestras, ilustran mejor este doble movimiento.No es difícil imaginar hasta qué punto la soledad constituye un estado peligroso y temible para elllamado, con tanta vanidad como inexactitud, hombre primitivo. Todo el complicado y rígidosistema de prohibiciones, reglas y ritos de la cultura arcaica, tiende a preservarlo de la soledad. Elgrupo es la única fuente de salud. El solitario es un enfermo, una rama muerta que hay que cortar yquemar, pues la sociedad misma peligra si alguno de sus componentes es presa del mal. Larepetición de actitudes y fórmulas seculares no solamente asegura la permanencia del grupo en el tiempo, sino su unidad y cohesión. Los ritos y la presencia constante de los espíritus de los muertosentretejen un centro, un nudo de relaciones que limitan la acción individual y protegen al hombre dela soledad y al grupo de la dispersión.Para el hombre primitivo salud y sociedad, dispersión y muerte, son términos equivalentes.Aquél que se aleja de la tierra natal "cesa de pertenecer al grupo. Muere y recibe los honoresfúnebres acostumbrados". El destierro perpetuo equivale a una sentencia de muerte. Laidentificación del grupo social con los espíritus de los antepasados y el de éstos con la tierra seexpresa en este rito simbólico africano: "Cuando un nativo regresa de Kimberley con la mujer quelo ha desposado, la pareja lleva consigo un poco de tierra de su lugar. Cada día la esposa debecomer un poco de ese polvo... para acostumbrarse a la nueva residencia. Ese poco de tierra haráposible la transición entre los dos domicilios." La solidaridad social posee entre ellos "un carácterorgánico y vital. El individuo es literalmente miembro de un cuerpo". Por tal motivo lasconversaciones individuales no son frecuentes. "Nadie se puede salvar o condenar por su cuenta" ysin que su acto afecte a toda la colectividad.A pesar de todas estas precauciones el grupo no está a salvo de la dispersión. Todo puededisgregarlo: guerras, cismas religiosos, transformaciones de los sistemas de producción,conquistas... Apenas el grupo se divide, cada uno de los fragmentos se enfrenta a una nueva situación:la soledad, consecuencia de la ruptura con el centro de salud que era la vieja sociedadcerrada, ya no es una amenaza, ni un accidente, sino una condición, la condición fundamental, elfondo final de su existencia. El desamparo y abandono se manifiesta como conciencia del pecado -un pecado que no ha sido infracción a una regla, sino que forma parte de su naturaleza. Mejordicho, que es ya su naturaleza. Soledad y pecado original se identifican. Y salud y comuniónvuelven a ser términos sinónimos, sólo que situados en un pasado remoto. Constituyen la edad deoro, reino vivido antes de la historia y al que quizá se pueda acceder si rompemos la cárcel deltiempo. Nace así, con la conciencia del pecado, la necesidad de la redención. Y ésta engendra la delredentor.Surgen una nueva mitología y una nueva religión. A diferencia de la antigua, la nueva sociedades abierta y fluida, pues está constituida por desterrados. Ya el solo nacimiento dentro del grupo nootorga al hombre su filiación. Es un don de lo alto y debe merecerlo. La plegaria crece a expensasde la fórmula mágica y los ritos de iniciación acentúan su carácter purificador. Con la idea deredención surgen la especulación religiosa, la ascética, la teología y la mística. El sacrificio y lacomunión dejan de ser un festín totémico, si es que alguna vez lo fueron realmente, y se conviertenen la vía de ingreso a la nueva sociedad. Un dios, casi siempre un dios hijo, un descendiente de lasantiguas divinidades creadoras, muere y resucita periódicamente. Es un dios de fertilidad, perotambién de salvación y su sacrificio es prenda de que el grupo prefigura en la tierra la sociedadperfecta que nos espera al otro lado de la muerte. En la esperanza del más allá late la nostalgia de laantigua sociedad. El retorno a la edad de oro vive, implícito, en la promesa de salvación.Seguramente es muy difícil que en la historia particular de una sociedad se den todos los rasgossumariamente apuntados. No obstante, algunos se ajustan en casi todos sus detalles al esquemaanterior. El nacimiento del orfismo, por ejemplo. Como es sabido, el culto a Orfeo surge despuésdel desastre de la civilización aquea -que provocó una general dispersión del mundo griego y unavasta reacomodación de pueblos y culturas-. La necesidad de rehacer los antiguos vínculos,sociales y sagrados, dio origen a cultos secretos, en los que participaban solamente "aquellos seresdesarraigados, transplantados, reaglutinados artificialmente y que soñaban con reconstruir unaorganización de la que no pudieran separarse. Su sólo nombre colectivo era el de huérfanos". (Señalaréde paso que orphanos no solamente es huérfano, sino vacío. En efecto, soledad y orfandad son,en último término, experiencias del vacío.)Las religiones de Orfeo y Dionisios, como más tarde las religiones proletarias del fin del mundoantiguo, muestran con claridad el tránsito de una sociedad cerrada a otra abierta. La conciencia de laculpa, de la soledad y la expiación, juegan en ellas el mismo doble papel que en la vida individual. EL SENTIMIENTO de soledad, nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados, es nostalgia deespacio. Según una concepción muy antigua y que se encuentra en casi todos los pueblos, eseespacio no es otro que el centro del mundo, el "ombligo" del universo. A veces el paraíso seidentifica con ese sitio y ambos con el lugar de origen, mítico o real, del grupo. Entre los aztecas,los muertos regresaban a Mictlán, lugar situado al norte, de donde habían emigrado. Casi todos losritos de fundación, de ciudades o de mansiones, aluden a la búsqueda de ese centro sagrado del quefuimos expulsados. Los grandes santuarios -Roma, Jerusalén, la Meca- se encuentran en elcentro del mundo o lo simbolizan y prefiguran. Las peregrinaciones a esos santuarios sonrepeticiones rituales de las que cada pueblo ha hecho en un pasado mítico, antes de establecerse enla tierra prometida. La costumbre de dar una vuelta a la casa o a la ciudad antes de atravesar suspuertas, tiene el mismo origen.El mito del Laberinto se inserta en este grupo de creencias. Varias nociones afines hancontribuido a hacer del Laberinto uno de los símbolos míticos más fecundos y significativos: laexistencia, en el centro del recinto sagrado, de un talismán o de un objeto cualquiera, capaz dedevolver la salud o la libertad al pueblo; la presencia de un héroe o de un santo, quien tras lapenitencia y los ritos de expiación, que casi siempre entrañan un período de aislamiento, penetra enel laberinto o palacio encantado; el regreso, ya para fundar la Ciudad, ya para salvarla o redimirla.Si en el mito de Perseo los elementos místicos apenas son visibles, en el del Santo Grial elascetismo y la mística se alían: el pecado, que produce la esterilidad en la tierra y en el cuerpomismo de los súbditos del Rey Pescador; los ritos de purificación; el combate espiritual; y,finalmente, la gracia, esto es, la comunión.No sólo hemos sido expulsados del centro del mundo y estamos condenados a buscarlo porselvas y desiertos o por los vericuetos y subterráneos del Laberinto. Hubo un tiempo en el que eltiempo no era sucesión y tránsito, si no manar continuo de un presente fijo, en el que estabancontenidos todos los tiempos, el pasado y el futuro. El hombre, desprendido de esa eternidad en laque todos los tiempos son uno, ha caído en el tiempo cronométrico y se ha convertido en prisionerodel reloj, del calendario y de la sucesión. Pues apenas el tiempo se divide en ayer, hoy y mañana, enhoras, minutos y segundos, el hombre cesa de ser uno con el tiempo, cesa de coincidir con el fluirde la realidad. Cuando digo "en este instante", ya pasó el instante. La medición espacial del tiemposepara al hombre de la realidad, que es un continuo presente, y hace fantasmas a todas laspresencias en que la realidad se manifiesta, como enseña Bergson. Si se reflexiona sobre el carácterde estas dos opuestas nociones, se advierte que el tiempo cronométrico es una sucesión homogéneay vacía de toda particularidad. Igual a sí mismo siempre, desdeñoso del placer o del dolor, sólotranscurre. El tiempo mítico, al contrario, no es una sucesión homogénea de cantidades iguales, sinoque se halla impregnado de todas las particularidades de nuestra vida: es largo como una eternidad obreve como un soplo, nefasto o propicio; fecundo o estéril. Esta noción admite la existencia de unapluralidad de tiempos. Tiempo y vida se funden y forman un solo bloque, una unidad imposible deescindir. Para los aztecas, el tiempo estaba ligado al espacio y cada día a uno de los puntoscardinales. Otro tanto puede decirse de cualquier calendario religioso. La Fiesta es algo más queuna fecha o un aniversario. No celebra, sino reproduce un suceso: abre en dos al tiempocronométrico para que, por espacio de unas breves horas inconmensurables, el presente eterno sereinstale. La fiesta vuelve creador al tiempo. La repetición se vuelve concepción. El tiempoengendra. La Edad de Oro regresa. Ahora y aquí, cada vez que el sacerdote oficia el Misterio de laSanta Misa, desciende efectivamente Cristo, se da a los hombres y salva al mundo. Los verdaderoscreyentes son, como quería Kierkegaard, "contemporáneos de Jesús". Y no solamente en la Fiestareligiosa o en el Mito irrumpe un Presente que disuelve la vana sucesión. También el amor y lapoesía nos revelan, fugaz, este tiempo original. "Más tiempo no es más eternidad", dice JuanRamón Jiménez, refiriéndose a la eternidad del instante poético. Sin duda la concepción del tiempocomo presente fijo y actualidad pura, es más antigua que la del tiempo cronométrico, que no es una aprehensión inmediata del fluir de la realidad, sino una racionalización del transcurrir.La dicotomía anterior se expresa en la oposición entre Historia y Mito, o Historia y Poesía. Eltiempo del Mito, como el de la fiesta religiosa, o el de los cuentos infantiles, no tiene fechas: "Hubouna vez...", "En la época en que los animales hablaban...", "En el principio...". Y ese Principio -que no es el año tal ni el día tal- contiene todos los principios y nos introduce en el tiempo vivo,en donde de veras todo principia todos los instantes. Por virtud del rito, que realiza y reproduce elrelato mítico, de la poesía y del cuento de hadas, el hombre accede a un mundo en donde loscontrarios se funden. "Todos los rituales tienen la propiedad de acaecer en el ahora, en esteinstante." Cada poema que leemos es una recreación, quiero decir: una ceremonia ritual, una Fiesta.El Teatro y la Épica son también Fiestas, ceremonias. En la representación teatral como en larecitación poética, el tiempo ordinario deja de fluir, cede el sitio al tiempo original. Gracias a laparticipación, ese tiempo mítico, original, padre de todos los tiempos que enmascaran a la realidad,coincide con nuestro tiempo interior, subjetivo. El hombre, prisionero de la sucesión, rompe suinvisible cárcel de tiempo y accede al tiempo vivo: la subjetividad se identifica al fin con el tiempoexterior, porque éste ha dejado de ser medición espacial y se ha convertido en manantial, enpresente puro, que se recrea sin cesar. Por obra del Mito y de la Fiesta -secular o religiosa- elhombre rompe su soledad y vuelve a ser uno con la creación. Y así, el Mito -disfrazado, oculto,escondido- reaparece en casi todos los actos de nuestra vida e interviene decisivamente en nuestraHistoria: nos abre las puertas de la comunión.EL HOMBRE contemporáneo ha racionalizado los Mitos, pero no ha podido destruirlos. Muchas denuestras verdades científicas, como la mayor parte de nuestras concepciones morales, políticas yfilosóficas, sólo son nuevas expresiones de tendencias que antes encarnaron en formas míticas. Ellenguaje racional de nuestro tiempo encubre apenas a los antiguos Mitos. La Utopía, y especialmentelas modernas utopías políticas, expresan con violencia concentrada, a pesar de los esquemasracionales que las enmascaran, esa tendencia que lleva a toda sociedad a imaginar una edad de orode la que el grupo social fue arrancado y a la que volverán los hombres el Día de Días. Las fiestasmodernas -reuniones políticas, desfiles, manifestaciones y demás actos rituales- prefiguran aladvenimiento de ese día de Redención. Todos esperan que la sociedad vuelva a su libertad originaly los hombres a su primitiva pureza. Entonces la Historia cesará. El tiempo (la duda, la elecciónforzada entre lo bueno y lo malo, entre lo injusto y lo justo, entre lo real y lo imaginario) dejará detriturarnos. Volverá el reino del presente fijo, de la comunión perpetua: la realidad arrojará susmáscaras y podremos al fin conocerla y conocer a nuestros semejantes.Toda sociedad moribunda o en trance de esterilidad tiende a salvarse creando un mito deredención, que es también un mito de fertilidad, de creación. Soledad y pecado se resuelven encomunión y fertilidad. La sociedad que vivimos ahora también ha engendrado su mito. Laesterilidad del mundo burgués desemboca en el suicidio o en una nueva Forma de participacióncreadora. Tal es, para decirlo con la frase de Ortega y Gasset, el "tema de nuestro tiempo": lasustancia de nuestros sueños y el sentido de nuestros actos.El hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nosha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplicanlas cámaras de tortura. Al salir, acaso, descubriremos que habíamos soñado con los ojos abiertos yque los sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez con los ojoscerrados.

El laberinto de la Soledad - Octavio PazWhere stories live. Discover now