Sukius

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—Te tardaste. — La luz de la luna apenas podía ayudar con la iluminación, los árboles bloqueaban su paso, marcando las sombras sobre ambas presencias reunidas en medio del denso bosque. La gran imagen imponente de el rey de las maldiciones estaba sentada, descansando todo su peso en un tronco cortado, dejando solo la gruesa raíz. Sus ojos demostraban autoridad, intimidando a cualquiera que se le cruzara y en este caso, al joven de cabellos blancos y coleta.— Me hiciste esperar y eso no lo tengo permitido. — Ni siquiera levantaba la mirada, su rostro estaba mirando el pasto entre sus pies. Cius sujetaba su kimono con fuerza, tratando de calmar la fuerte ansiedad que su cuerpo no podía contener. —Mírame cuando te hablo. — Sukuna ordenó con voz firme y clara, causando un suave susto al joven espadachín, logrando que se encogiera aún más en su lugar. La maldición ladeó la cabeza, su albino estaba actuado demasiado extraño, prácticamente parecía no ser él, como si algo le hubiera pasado, por lo que, levantando un dedo, Sukuna le ordenó nuevamente. —Acércate.

Cius tardó en responder, sus pasos fueron apagados y muy tímidos, como si todo su cuerpo estuviera frágil. Aún su vista estaba baja, queriendo ocultar algo que de alguna manera, lo afligía de la peor forma. 

Su primera sospecha fue que Cius estaba muy bien cubierto, cosa que normalmente siempre se descuidaba. Sukuna tomó la muñeca de Cius, provocando un leve temblor acompañado de un pequeño gemido de dolor. Sin pensarlo dos veces, de un tirón el demonio rompió las telas del albino. Su rostro mostró incredulidad al presenciar como unos leves moretones, rasguños y hematomas decoraban el pálido abdomen de su querido amante.

—F-fue culpa mía, me distraje mucho en mi entrenamiento y cometí muchos errores. No completé sus hazañas a la perfección. Por favor, te lo ruego, no le hagas nada.— Su voz comenzaba a quebrarse ante el pánico, ni siquiera le importó su vestimenta destruida, Cius soltó el agarre desesperadamente y con temor se arrodilló, haciendo una reverencia hasta pegar la frente a la sucia tierra. —Fue mi culpa, ¡fue mi culpa! Y-yo me lo busqué, me lo merecía. — exclamó al borde del llanto, aterrado. — Se lo imploro al rey de toda blasfemia. Dios del caos y la maldad, se lo imploro… p-por favor.

El silencio mataba, como si quemara con cada segundo la estabilidad que su cuerpo apenas poseía, sentía el frío de la noche tocar su cuerpo, comenzando a temblar, pero el miedo era su mayor razón. Sus lágrimas no tenían control, empapando sus enrojecidos pómulos por el suplicante llanto. Estaba aterrado, sentía que en cualquier momento caería en la miseria, queriendo no querer existir en ese momento de pánico. ¿Qué podía hacer él? Solo era un jovenzuelo, un joven adulto que aún le faltaba aprender. Prefería aguantar los golpes que perder y crear un conflicto enorme. No quería ver cómo se derramaba sangre ajena. Pero qué podía hacer contra un ser tan aterrador que con sólo mover un dedo, destruiría todo.

Sus mechones blancos cubrían el dolor en su rostro mojado. Tratando de no articular ninguna palabra o gemido por culpa del llanto presionado. 

Humíllate y aguanta para salvar otras vidas. 

Su presencia ahora le asustaba, y ni siquiera le miraba. Su cara estaba de vista a la tierra, sin poder enfocar bien por las numerosas lágrimas. Era dolor, miedo, vergüenza. Sentimientos mezclados para poder pedir el perdón de la muerte.

—Idiota.

El silencio al fin se rompió cuando la voz del rey de las maldiciones habló. Cius apretó las manos sobre la tierra, esperando lo peor, pero perdió toda gota de comprensión cuando sintió su cuerpo elevarse, levantando toda su presencia hasta quedar en los brazos del tatuado demonio. —¿U-uh?

Sukuna se había quitado su kimono negro, dejando su pecho al descubierto y con mucha delicadeza, cubrió y envolvió al albino, protegiéndolo del frío. Cius aún seguía sorprendido, observando a Sukuna entre sus lágrimas secas. Ryomen comenzó a caminar. —Ahora mismo los gritos en tu aldea serían tan agudos por su intenso dolor que ni el mismo infierno los aguantaría por lo ruidosos que serían. Todas esas escorias estarían muertas por mi mano ahora, marcando las calles con su asquerosa sangre repugnante, pero…— su voz se oyó como ultratumba, escupiendo el odio y la rabia al mencionar sus intenciones. Sukuna miraba al frente, arrugando sus facciones y oscureciendo la mirada con tanta rabia acumulada. Pero hizo una pausa para mirar al joven capullo en sus brazos. Quien le devolvía la mirada con esos hermosos ojos azules. —Tu existencia impide mis acciones para no manchar tu corazón. 

Con una de sus grandes manos, acarició la enrojecida mejilla del albino, provocando que este cerrara los ojos ante el disfrute de ese cariño puro. Sukuna no dejaba de observarlo, alimentando sus sentimientos intensos por el joven en sus brazos. ¿Qué clase de hechizo le hizo para quedar perdidamente enamorado de él? Su padre era un asqueroso e infeliz, mientras que él era tan diferente, una creación divina de entre todas las especies. Un ser tan perfecto y divino. Sukuna Ryomen era el rey de las maldiciones más poderoso y había caído bajo los encantos de un elegante y poderoso rayo luminoso.

La maldición besó la frente del albino. Provocando que todas las heridas del cuerpo de Cius se sanaran por completo. El joven suspiro enternecido, sintiéndose mejor ante esa preciosa sensación. Los brazos del menor rodearon su cuello, rozando con sus manos los cabellos alocados y rosados del rey. Sukuna tenía una fragancia tan hipnotizante, un perfume que demostraba su postura de realeza y autoridad. Cius no paraba de consumir dicho olor, suspirando entre el cuello de su amante, provocando un suave escalofrío a Sukuna.

—Me estás provocando. — la voz de Sukuna ronroneo hacia el albino. —Parece que ya estás mejor.

El rostro de Cius obtuvo un fuerte sonrojo ante el comentario y como si hubiera visto un fantasma, se alejó del cuello de Ryomen. —¡N-no es eso!— negó con la cara roja. Pero dejó sus movimientos cuando la contagiosa risa de la maldición lo sacó de onda. —Sukuna…

Su presencia estaba cegada ante la suya, Ryomen no se despegaba ni un segundo del albino, acercándose aún más gracias a sus cuatro brazos voluminosos. Sus dos caras buscaron sus caricias, arrugando el kimono entre sus manos. —Dilo otra vez, llámame por mi nombre una vez más.— Ryomen susurró desesperado, cerrando sus ojos ante el calor y la fragancia de ahora, el albino de ojos azules. 

Sus latidos estaban acelerados, pero por la fuerte cercanía de ambos. Los cuatro brazos lo tenían apresado, siendo su respiración la suavizante de ese silencio eterno y muy intenso. Cius estaba en contra su tatuado pecho, queriendo sentir esos maldecidos latidos corrompidos, sus brazos rodearon nuevamente la nuca de su amante, rozando su nariz cerca de la oreja de la maldición. —Sukuna, Sukuna Ryomen.

Su voz flaqueó ante el llamado deseado. Gruñó como respuesta, sintiendo esa chispa arder dentro suyo.

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¡Bonus Sukius shorts!

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