Itirus/Sukius

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Fue más veloz que una bala, incluso peor que un destello, el vidrio de sus ojos avellana quedaron estáticos cuando fue testigo de el impacto tan grotesco sobre esa piel tan pálida y suave, escuchando el retumbar del eco de el sonido de la carne perforarse por toda su cabeza. Su corazón gritó, comenzando a quebrarse en millones de pedazos marchitos cuando el cuerpo de su más importante razón de existir se desplomaba sin ninguna gota de vida. Cayó de lado, tirado como un trapo entre sus hombros aplastados por su propio peso justo en frente de él, justo en frente de sus zapatos rojos. Su hermoso rostro estaba arruinado, perforado e impregnado por la inmensa cantidad de sangre que hasta escondía toda la mitad de la cara del joven que alguna vez le tomó de su mano. Pero ahora solo comenzaban a quedarse como recuerdos, preciosos fragmentos que estaban siendo quemados por el luto que de por vida estaba por sufrir. Yuji no respiraba, su alma dejó de existir al igual que su ventura de estar con la persona que más amaba en la vida.

Está muerto.

Sus piernas flaquearon hasta el punto de caer de rodillas al pavimento, el profundo nudo en su garganta lo hundía bajo el ardor de sus ojos, dejando escapar las numerosas lágrimas que llamaban con desesperación el nombre del joven Otonami. Itadori estaba agonizando bajo el silencio de sus ahogados lamentos, su expresión nula borraba toda gota de humanidad, haciendo honor a su apodo como un recipiente sin sentimientos. 

Pero su alma no estaba sola, un fuerte latir se escuchó por sus orejas, sintiendo un dolor inmenso en su pecho. Justo en lo más profundo de su ser, el carmesí punzante estaba estupefacto, compartiendo el silencio muerto junto a su contenedor. Sus cinco sentidos no se movían, era como si sus venas quemaran con hielo puro la carne de su piel y ardiera como el mismo infierno. La sangre en ese pálido cuerpo corría como reloj de arena por el tiempo, recibiendo fragmentos del pasado, horribles recuerdos que lo atormentaron en su ausencia por más de mil años.

Sus manos agarraron su cabeza, perdiendo la mirada en aquel mar de sangre. —Volvió a suceder. No, no, no…— Ryomen arrugó su rostro, endureciendo la creciente furia mientras que agregaba más presión en su agarre. —¡VOLVIERON A ARREBATARMELO! 

Itadori quería rendirse, quería abrazar su cuerpo en la desesperación de lo perdido, pero una poderosa chispa se encendió, la voz de Sukuna lo despertó gracias a un horrible grito de angustia y rabia entre un eco estruendoso, su alma estalló de furia y melancolía, mezclados por un fuerte sentimiento y deseo de venganza. Itadori levantó la cabeza, sintiendo sus venas palpitar del coraje cuando pudo encontrar al responsable de su pérdida. Su mirada era aterradora, palideciendo a cualquiera ya que parecía que a través de los ojos de Yuji estuviera el mismo diablo.

El avellana mezclado con el rojo vivo. Dos almas gritando en ira.

—Bueno, que desperdicio. — el hombre de cicatrices alzó sus hombros, restando importancia a la situación. — Se supone que eran espadachines entrenados, este chiquillo era demasiado débil, que decepción. 

Ni siquiera pudo continuar, Mahito elevó su mirada cuando un puño se acercó velozmente a su rostro, pero por solo unos pelos pudo esquivarlo. Itadori llegó a su posición hecho furia, su aura estaba rodeada por los derechos de un azul vivo y hostil. Su cuerpo no pensaba detenerse, el clamor de su corazón no paraba de pedir la sangre del asesino de su apreciado regalo que la vida le había otorgado y por culpa de sus sentimientos, lo había perdido. Estaba cegado, sus puños querían aplastarlo, los lanzaba con patadas hábiles y mortales, pero no podía acertar por culpa del fuerte nudo en su garganta. Quería llorar, pero a la vez no, el odio de Sukuna Ryomen lo estaba contaminando a través de su conexión, pero ni siquiera le importaba en ese momento, de todas formas ambos estaban perdidos en el abismo del dolor.

—¡TE MATARÉ MALDITO! — Itadori no lo dejaba contraatacar ni un segundo, sus puños eran bloqueados y esquivados, pero por un descuido, logró insertar un fuerte puñetazo que hasta el cuerpo de Mahito cayó al suelo por el golpe divergente. Quiso recuperarse, pero los pies de Itadori lo aplastaron con todas sus fuerzas, deformando por cada golpe el cuerpo de su enemigo. —¡Te mataré! ¡te acabaré pedazo de escoria!— daba pisotones sin fin, el suelo se estaba agrietado por la fuerza descomunal que Yuji proporcionaba. Ya ni parecía el mismo chico, aquel dulce y tonto joven se había esfumado en los brazos de su amado Otonami.

Itirus Shorts... Y SukiusWhere stories live. Discover now