Capítulo 59: Plan rompe bodas

1K 112 96
                                    

30 de octubre, 2013

Diego cerró la puerta de su oficina, tratando de respirar profundo, pero era casi imposible que el aire le llegara a los pulmones. Sentía el rostro caliente, el corazón latiéndole en los oídos y el estómago revuelto.

Se volteó y vio a Iván inclinado sobre su colección de guitarras, mirando una con particular atención. Como odiaba a ese tipo, pensó, sin poder evitar entornar los ojos.

—¡Joder! ¿Es... En serio es la guitarra de Lenny Kravitz?

Diego identificó la evidente y directa intención que Iván tuvo de tocar aquel regalo que Roberta le había dado en su adolescencia, cuando ella, muerta de amor por él, le había dado esa guitarra tan valiosa.

—Sí. No la toques, por favor —dijo con una hostilidad que no pudo, ni quiso, camuflar.

No se consideraba una persona rencorosa. Si hasta en su propio padre había logrado dejar de pensar, pese a todo lo que este le había hecho y a las innumerables veces, sobretodo en el último tiempo, que León había intentado ponerse en contacto con él, sin éxito. Le costaba percibirse a sí mismo con la rabia contenida que tenía en ese minuto.

Sin duda, el español con el que compartía la habitación era el único capaz de generarle emociones tan negativas. Pero no podía evitarlo, si desde que su nombre había aparecido en en su vida, todo había cambiado para mal. Evidentemente, lo culpaba a él por todas sus pérdidas.

—A que si pudieras, me clavarías un puñal por la espalda en este momento —dijo Iván, con ese tono irreverente que solía portar siempre. No necesitaba voltearse para saber la forma en que Diego lo estaba mirando. Hasta podia sentir lo que le generaba.

Diego no respondió y se limitó a cruzar su oficina hasta llegar a su escritorio. Se sentó en su silla de cuero y levantó el teléfono.

—Margarita, no me pases llamadas. Tampoco dejes pasar a nadie.

—Pero la junta de...

—Cancélala —la interrumpió, hostil como nunca había sido con la secretaria que solía ser de su padre, pero que un día, hace más o menos un año, lo había buscado para pedirle ayuda. Él no se la había podido negar, mal que mal, aquella señora de cuarenta y tantos años no tenía culpa de los delitos de León Bustamante.

—Claro, como quieras, Diego. ¿Quieres que lleve café, o agua?

—No —se apresuró a decir, pese a que vio a Iván con la intención de pedir algo, y cortó la llamada.

El español se rio al tiempo que pasaba una mano por su barbilla. Luego tomó asiento frente a él en actitud despreocupada, reclinándose sobre el respaldo de la silla.

—Bueno, a lo que he venido. Como parece que la información que te di no causó mayor impresión, te la digo de nuevo: Roberta se va a casar con Javier Alaniz.

Diego le mantuvo la mirada, mostrándose impasible, un estado totalmente opuesto a lo que vivía en su interior.

—Te escuché la primera vez. Lo que no entiendo es por qué crees que eso me importa.

—¡Joder, tío! —exclamó Iván golpeando con ambas manos cada reposabrazos en su silla, al tiempo que se erguía—. No es el momento de hacerse el guay, que sé que Roberta y tú...

Nunca recordé olvidarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora