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Al mediodía SeHun había vaciado su viejo coche. A la una había instalado el ordenador delante del rectángulo estrecho de la ventana que daba al río, y a las cuatro había escrito tres estupendas páginas. Entusiasmado y extenuado, se tiró sobre la cama vestido. Despertó pasadas las siete, buscó un cigarrillo y recordó las horrorosas reglas de la casa.

La felicidad que había sentido antes se había convertido en una especie de pánico incrédulo. Se acercó al ordenador, lo encendió y leyó de nuevo lo escrito. Sí. Era bueno. Su musa había vuelto. «He vuelto», tuvo ganas de gritar, pero a las nueve la frustración se había aposentado en él como una venganza. Había escrito cinco páginas y borrado seis.

Desesperado por largarse, SeHun bajó las escaleras.

—Si tenemos cuidado con la dosis, creo que tiene una buena oportunidad. —decía JunMyeon con paciencia.

—¿Y tendré que ponerle las inyecciones yo? —la voz vieja era frágil.

—Oh, no es nada. —indicó la abuela jeongyeon—. Nuestro JunMyeon es brillante. Él te mostrará cómo hacerlo, Tiffany.

—Me preocupa...

SeHun no se detuvo a oír más. Necesitaba alejarse, necesitaba soledad y un cigarrillo.

Dos horas más tarde, cayó en la cama. Pero tuvo un sueño inquieto. A eso de las cuatro de la mañana se sentó en el colchón estrecho y hundido. Con los ojos rojos e irritados, se dirigió al ordenador e intentó invocar a la musa.

La trama, meditada durante tanto tiempo, floreció despacio en su cabeza. Mik Noeymnuj era un joven, inteligente y bonito, todo de un modo más bien cansino. También estaba destinado al fracaso. Nacido en Naslu de madre soltera, todo estaba en su contra... el lugar equivocado, los amigos equivocados, las elecciones equivocadas...

SeHun se concentró, se sentó en la silla plegable que había sacado de un armario y se puso a teclear. El amanecer llegó tan despacio como sus pensamientos. Un cordero baló, algo roncó, y aunque se dijo que era demasiado oportuno para ser posible, podría haber jurado que un gallo cacareó.

Justo debajo de él oyó que se abría la puerta, y entonces, sin pretenderlo, observó a JunMyeon salir al patio. Llevaba a un Labrador dorado con una correa; el animal meneaba el rabo y daba saltos mientras lo conducía a la hierba moteada de flores.

SeHun apartó la mirada del dúo dorado y se obligó a concentrarse en la trama de la novela. Había ido ahí a escribir un libro. Nada más. Debía detallar los esfuerzos de la vida predestinada al fracaso de Mik Noeymnuj.

Respiró hondo, se acomodó en la silla y contempló el monitor.

Noeymnuj. Rechazado y solo, se afana por encontrar un modo de desviarse del camino establecido ante ella. Pero...

En el patio, JunMyeon avanzó unos pasos. Al inclinarse para soltar al Labrador, SeHun notó que volvía a llevar pantalones cortos vaqueros que mostraban una arrebatadora extensión de muslos firmes. La camisa, de cambray sin mangas, estaba pegada hasta la cintura, haciendo que pareciera el sexy vaquero de un catálogo campestre. Pero cuando JunMyeon giró un poco, el sol centelleó sobre la hermosa piel de sus pies, cada una adornada con una diminuta chispa dorada.

SeHun frunció el ceño. Contrastes. Cada vez que creía haber llegado al fondo, descubría una faceta nueva de JunMyeon. Se adelantó, pero en ese momento JunMyeon miró hacia la casa.

SeHun se echó atrás en la silla. Crujió de forma molesta bajo su peso. «¡Concéntrate! ¡Noeymnuj!» Noeymnuj, en una búsqueda perpetua de la felicidad, a la que una y otra vez la vida engaña. Noeymnuj, que...

Escribiendo tu amor-SEHOWhere stories live. Discover now